espainfo.es
estamos en

martes, 5 de junio de 2007

¿Qué significa ser justificado ante Dios según la Biblia?


Versión 01-06-07

Carlos Aracil Orts

1. Introducción.

Muchas personas pueden preguntarse, en primer lugar, qué significa ser justificado ante Dios, y en segundo lugar, por qué es importante, necesario e imprescindible que tal evento ocurra o se realice en algún momento de sus vidas.

¿Tiene esto algo que ver para obtener éxito y triunfar en este mundo? ¿se logra la felicidad tan ansiada por todos? ¿es quizá un buen método para obtener buenas relaciones de amistad con los demás? O ¿sirve sólo para obtener la paz mental? ¿tiene que ver con la salvación, es decir, con adquirir el derecho para ir al cielo en lugar de ir al infierno?

En los siguientes puntos trataremos de aclarar todas estas cuestiones, y veremos lo importante que es para la vida de un creyente el considerarse aceptado y justificado por Dios, y cómo ello redunda en una mejor relación con Dios, y por tanto, en una mayor paz y seguridad en la salvación. También observaremos que como consecuencia de sentirse justificado por Dios aumenta nuestra confianza y amistad con Él, disminuye nuestro temor al futuro y crece nuestra capacidad de amar a Dios y a nuestro prójimo.

2. La justificación: el corazón del evangelio de la gracia.

La justificación por la fe constituye el auténtico, verdadero y único evangelio de la gracia, que tantos han tratado de adulterar, y por el que los Reformadores y otros muchos han dado su vida o la entregarían sin dudarlo.

Juan 3:16:

“Porque de manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna.”

Nuestra justificación ante Dios no es posible sino es por medio de la vida y muerte de Jesús. Él ofreció su vida por nosotros y alcanzó la victoria sobre el pecado y la muerte, por eso sin Él no existiría justificación ni salvación. Ser justificado significa apropiarse de los méritos y vida de Cristo, su justicia en lugar de la nuestra, e implica la salvación. Justificación es sinónima de salvación. Todo justificado es salvo para siempre, y tiene la vida eterna. El fundamento de nuestra justificación no es nuestra fe sino Jesús y su sacrificio expiatorio. La fe es el medio para acceder a la gracia de Dios y para aceptar a Jesús y su obra por nosotros, y esta gracia es permanente (Rom. 5:2: “Por quien también tenemos entrada por la fe a esta gracia en la cual estamos firmes, y nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios.”; Rom. 14:4, up.; Fil. 1:6).

Romanos 5:1*:

Justificados, pues, por la fe, tenemos paz con Dios por medio de nuestro Señor Jesús.”

Primero de todo es necesario saber a qué nos referimos cuando usamos las palabras, en sentido bíblico, de justificación, justificado y justo, que indudablemente tienen que ver con justicia, pecado y ley. Son todas ellas términos morales íntimamente relacionados.

La primera epístola de Juan capítulo 3, versículo 4 dice así: “Todo aquel que comete pecado, infringe también la ley; pues el pecado es infracción de la ley.” Por tanto, queda claro la definición de pecado según la Biblia.

Ahora quizá podríamos preguntarnos a qué ley se está refiriendo el apóstol Juan. Sin duda que no puede referirse a otra que la ley moral que Dios ha puesto en nuestras conciencias, y que aunque, a veces, allí se olvide o se pase por alto, también nos ha sido revelada a través de la Biblia, en el Antiguo y, especialmente, en el Nuevo Testamento donde se nos muestra ampliamente como una ley de amor: Amar a Dios con todo nuestro ser y al prójimo como a uno mismo (Mateo 22:37-39; Marcos 12:30, 31, Mateo 5:21-48).

Esta ley nos muestra nuestra imperfecta condición humana, al hacernos conscientes de nuestras limitaciones y defectos que nos impiden guardarla o cumplirla en su totalidad (Rom. 3:20, 7:7). Por tanto, debemos reconocer, ante todo, que no somos capaces de cumplir los requerimientos de esa ley. Además, tratar de cumplirla en todo para alcanzar la salvación es inútil, y nos conduce al legalismo, es decir una condición en la cual el verdadero amor se desvanece, y se va sustituyendo por un afán de lograr la justicia que exige la ley por medio de nuestras defectuosas obras y débiles esfuerzos humanos.

Romanos 3: 19, 20

“19 Pero sabemos que todo lo que la ley dice, lo dice a los que están bajo la ley, para que toda boca se cierre y todo el mundo quede bajo el juicio de Dios; 20 ya que por las obras de la ley ningún ser humano será justificado delante de él; porque por medio de la ley es el conocimiento del pecado.”

Por si aun no nos hemos dado cuenta, la Biblia declara cuál es nuestra condición ante Dios:

Romanos 2: 10-18

Como está escrito:

No hay justo, ni aun uno;

11 No hay quien entienda.

No hay quien busque a Dios.

12 Todos se desviaron, a una se hicieron inútiles;

No hay quien haga lo bueno, no hay ni siquiera uno.

13 Sepulcro abierto es su garganta;

Con su lengua engañan.

Veneno de áspides hay debajo de sus labios;

14 Su boca está llena de maldición y de amargura.

15 Sus pies se apresuran para derramar sangre;

16 Quebranto y desventura hay en sus caminos;

17 Y no conocieron camino de paz.

18 No hay temor de Dios delante de sus ojos.

La ley requiere su cumplimiento. Si no la cumplimos somos injustos y pecadores. Entonces, ¿requiere Dios a todos los seres humanos la justicia que dimana de su ley? Por supuesto que sí. (ver más adelante Romanos 8:4)

Ahora descubrimos, que no somos justos, que no podemos alcanzar la justicia que requiere la ley, que nada bueno que hagamos podrá justificarnos ante Dios:

Romanos 3: 20

20 ya que por las obras de la ley ningún ser humano será justificado delante de él; porque por medio de la ley es el conocimiento del pecado.”

Llegamos a un punto que parece que estamos en un callejón sin salida: somos pecadores, no podemos cumplir la ley, y por tanto merecemos la muerte: “porque la paga del pecado es muerte, mas la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús” (Romanos 6:23). Ahora nos damos cuenta de que estamos perdidos, y podemos empezar a comprender lo que dijo Pablo en los siguientes pasajes:

Romanos 7:23-25:

“21 Así que, queriendo yo hacer el bien, hallo esta ley: que el mal está en mí. 22 Porque según el hombre interior, me deleito en la ley de Dios; 23 pero veo otra ley en mis miembros, que se rebela contra la ley de mi mente, y que me lleva cautivo a la ley del pecado que está en mis miembros. 24 ¡Miserable de mí! ¿quién me librará de este cuerpo de muerte? 25 Gracias doy a Dios, por Jesucristo Señor nuestro. Así que, yo mismo con la mente sirvo a la ley de Dios, mas con la carne a la ley del pecado.”

En este momento, cuando reconocemos nuestra incapacidad, y que nuestras mejores obras son inmundicia para Dios, Él nos manifiesta su magnifico plan de la salvación. En sustitución de la justicia humana que no podemos obtener, y de la muerte que merecemos, nos ofrece su justicia, la vida y muerte de Cristo por la nuestra. Él mismo, crucificado en Jesucristo se transforma en nuestra justicia, la justicia de Dios.

En esto consiste el plan de salvación, en que Dios nos ofrece su justicia, la que Cristo adquirió siendo obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. Por tanto, era necesario, que nuestro sustituto nos pudiera representar en todo (Heb. 1:17,18). Debía ser semejante a nosotros pero sin pecado (en semejanza de carne de pecado, Romanos 8:3,4), y triunfar donde nosotros fracasamos, obtener la victoria sobre el pecado, y satisfacer completamente las demandas de la ley para poder convertirse en nuestra justicia. Veamos como lo explica maravillosamente el gran apóstol Pablo:

Romanos 8: 3, 4

“3 Porque lo que era imposible para la ley, por cuanto era débil por la carne, Dios, enviando a su Hijo en semejanza de carne de pecado y a causa del pecado, condenó al pecado en la carne;”

“4 para que la justicia de la ley se cumpliese en nosotros, que no andamos conforme a la carne, sino conforme al Espíritu.”

Cuando creemos en Jesucristo como nuestro salvador personal, estamos reconociendo nuestro pecado y la debilidad de la carne para cumplir la ley, y decidimos apropiarnos de la justicia de la ley que consiguió Cristo para nosotros. De ahí en adelante, nuestra victoria sobre el pecado depende de que permitamos al Espíritu que gobierne nuestra vida, es decir “...que no andamos conforme a [los dictados de] la carne, sino conforme al Espíritu.”

Romanos 8: 5-17

“ 5 Porque los que son de la carne piensan en las cosas de la carne; pero los que son del Espíritu, en las cosas del Espíritu. 6 Porque el ocuparse de la carne es muerte, pero el ocuparse del Espíritu es vida y paz. 7 Por cuanto los designios de la carne son enemistad contra Dios; porque no se sujetan a la ley de Dios, ni tampoco pueden; 8 y los que viven según la carne no pueden agradar a Dios.

9 Mas vosotros no vivís según la carne, sino según el Espíritu, si es que el Espíritu de Dios mora en vosotros. Y si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de él. 10 Pero si Cristo está en vosotros, el cuerpo en verdad está muerto a causa del pecado, mas el espíritu vive a causa de la justicia. 11 Y si el Espíritu de aquel que levantó de los muertos a Jesús mora en vosotros, el que levantó de los muertos a Cristo Jesús vivificará también vuestros cuerpos mortales por su Espíritu que mora en vosotros.

12 Así que, hermanos, deudores somos, no a la carne, para que vivamos conforme a la carne; 13 porque si vivís conforme a la carne, moriréis; mas si por el Espíritu hacéis morir las obras de la carne, viviréis. 14 Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios. 15 Pues no habéis recibido el espíritu de esclavitud para estar otra vez en temor, sino que habéis recibido el espíritu de adopción, por el cual clamamos: ¡Abba, Padre! 16 El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios. 17 Y si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, si es que padecemos juntamente con él, para que juntamente con él seamos glorificados.”

3. Cómo se adquiere la justicia de Dios

El medio requerido por Dios para imputarnos su justicia es la fe. Simplemente debemos reconocer nuestra impotencia para alcanzar la justicia que demanda su ley y nuestra pecaminosidad, y creer en Jesús, como el Hijo de Dios, el Mesías, nuestra justicia, y confiar plenamente que Dios nos dará la victoria, sobre el pecado y la muerte, por el Espíritu Santo. Atendamos ahora a las palabras magistrales que Pablo expresa a continuación en:

Romanos 3:21-28

“21 Pero ahora, aparte de la ley, se ha manifestado la justicia de Dios, testificada por la ley y por los profetas; 22 la justicia de Dios por medio de la fe en Jesucristo, para todos los que creen en él. Porque no hay diferencia, 23 por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios

24 siendo justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús, 25 a quien Dios puso como propiciación por medio de la fe en su sangre, para manifestar su justicia, a causa de haber pasado por alto, en su paciencia, los pecados pasados,

26 con la mira de manifestar en este tiempo su justicia, a fin de que él sea el justo, y el que justifica al que es de la fe de Jesús.

27 ¿Dónde, pues, está la jactancia? Queda excluida. ¿Por cuál ley? ¿Por la de las obras? No, sino por la ley de la fe.

28 Concluimos, pues, que el hombre es justificado por fe sin las obras de la ley.

Ahora empezamos a entender a Pablo. En el párrafo anterior hemos hablado y tratado de aclarar lo que es la justicia de Dios satisfecha en Jesucristo. Aquí Pablo nos explica que dicha justicia se alcanza por medio de la fe. Dios, en Cristo, es el justo y el que justifica al que es de la fe de Jesús (verso 26). Podemos preguntarnos ¿a qué precio obtenemos la justicia o somos justificados? ¿es necesario que hagamos multitud de obras, sacrificios, peregrinaciones etc. para ser justificados por Dios? La respuesta no puede ser más explícita y clara (versos 24 y 28):

24 siendo justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús,...28 Concluimos, pues, que el hombre es justificado por fe sin las obras de la ley.

4. Cuándo y cómo somos justificados por Dios.

Como ya hemos dicho, somos justificados, cuando reconocemos nuestra condición imperfecta, el pecado que habita en nosotros y la incapacidad de vencerlo por nosotros mismos, y entonces aceptamos a Cristo y su sacrificio como nuestra justicia. Dejamos de confiar en nuestros propios méritos y nos acogemos a él como artífice de nuestra salvación de todos nuestros pecados pasados, presentes y futuros. En ese momento, la justicia de Dios en Cristo o la justicia que Cristo ganó para nosotros se nos imputa, lo que quiere decir que se nos pone o acredita en nuestra cuenta, y ya somos considerados justos ante de Dios.

Así es, pues, cómo se realiza nuestra justificación, es decir, como una imputación de la justicia de Cristo, se nos considera justos, aunque no lo seamos, porque otro (Cristo) ha pagado nuestra deuda.

Dios, en el Antiguo Testamento, reveló a Abraham las buenas nuevas de la justificación o salvación por fe, prometiéndole, que en él serían benditas todas las naciones. Veamos como nos cuenta Pablo en que consistió el pacto de Dios con Abraham:

Gálatas 3: 6-14:

“6 Así Abraham creyó a Dios, y le fue contado por justicia. 7 Sabed, por tanto, que los que son de fe, éstos son hijos de Abraham. 8 Y la Escritura, previendo que Dios había de justificar por la fe a los gentiles, dio de antemano la buena nueva a Abraham, diciendo: En ti serán benditas todas las naciones. 9 De modo que los de la fe son bendecidos con el creyente Abraham.

10 Porque todos los que dependen de las obras de la ley están bajo maldición, pues escrito está: Maldito todo aquel que no permaneciere en todas las cosas escritas en el libro de la ley, para hacerlas. 11 Y que por la ley ninguno se justifica para con Dios, es evidente, porque: El justo por la fe vivirá; 12 y la ley no es de fe, sino que dice: El que hiciere estas cosas vivirá por ellas. 13 Cristo nos redimió de la maldición de la ley, hecho por nosotros maldición (porque está escrito: Maldito todo el que es colgado en un madero), 14 para que en Cristo Jesús la bendición de Abraham alcanzase a los gentiles, a fin de que por la fe recibiésemos la promesa del Espíritu.”

Pablo, en varios pasajes de Romanos 4, poniendo como ejemplo a Abraham, hace énfasis en que la justificación de Abraham ante Dios, o sea el que Dios le considerase justificado o justo ante Él, no dependía de las obras en absoluto sino de la fe. “Su fe le fue contada por justicia” (Rom. 4: 3, 22), es decir atribuida, imputada, acreditada en su cuenta.

Romanos 4:1-5

1 ¿Qué, pues, diremos que halló Abraham, nuestro padre según la carne? 2 Porque si Abraham fue justificado por las obras, tiene de qué gloriarse, pero no para con Dios. 3 Porque ¿qué dice la Escritura? Creyó Abraham a Dios, y le fue contado por justicia.

4 Pero al que obra, no se le cuenta el salario como gracia, sino como deuda; 5 mas al que no obra, sino cree en aquel que justifica al impío, su fe le es contada por justicia.

Así pues, la fe es sólo el medio por el cual se nos pone en nuestra cuenta la justicia de Cristo. Aquí es necesario aclarar, que la justificación no nos hace justos realmente. Mientras vivamos en este cuerpo mortal, sufriremos la debilidad de la carne, y las asechanzas del pecado. Sin embargo, empieza una nueva vida en Cristo por el Espíritu que nos capacita para vencer toda tentación. Esa nueva criatura ha renacido en Cristo y debe crecer diariamente en santidad, muriendo al yo que representa nuestro egoísmo, orgullo, vanidad y defectos de todo orden, gozando de paz y seguridad, porque sabemos que la victoria sobre el pecado y nuestra salvación están aseguradas pues no dependen de nosotros, débiles seres humanos, sino de Cristo resucitado que ha vencido a la muerte y al pecado. La base de nuestra salvación no es nuestra débil fe sino Cristo, nuestro redentor y salvador.

5. La lógica de la imputación de la justicia de Cristo. Paralelismo entre Adán y Cristo.

Romanos 5:12, 14, 18, 19

“12 Por tanto, como el pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron. 14 No obstante, reinó la muerte desde Adán hasta Moisés, aun en los que no pecaron a la manera de la transgresión de Adán, el cual es figura del que había de venir.

18 Así que, como por la transgresión de uno vino la condenación a todos los hombres, de la misma manera por la justicia de uno vino a todos los hombres la justificación de vida. 19 Porque así como por la desobediencia de un hombre los muchos fueron constituidos pecadores, así también por la obediencia de uno, los muchos serán constituidos justos. 20 Pero la ley se introdujo para que el pecado abundase; mas cuando el pecado abundó, sobreabundó la gracia; 21 para que así como el pecado reinó para muerte, así también la gracia reine por la justicia para vida eterna mediante Jesucristo, Señor nuestro.”

En el verso 18 y 19 queda especialmente evidenciada la lógica de la imputación de la justicia de Cristo a los pecadores. Así como en Adán todos somos pecadores, porque, sin ser responsables, se nos imputa el pecado de Adán, por la obediencia de Cristo, se nos imputa su justicia.

6. Resultados de la justificación en nuestras vidas

Posiblemente muchos se hayan sorprendido y otros se hayan decepcionado un tanto, cuando afirmamos que la justificación no nos transforma en justos realmente. La justificación no nos hace justos. Ser justificado no significa en absoluto ser hecho realmente justo, sino ser declarado justo. Lo primero implica una transformación total de nuestra naturaleza, una infusión de la justicia de Dios en nosotros, que evidentemente no experimentamos en ese momento, ni mientras estamos en este mundo. Esa es la tarea de toda nuestra vida, ahí si interviene nuestro esfuerzo y nuestro obrar en armonía con Dios, y el cultivo de una relación íntima con el Espíritu Santo que nos va capacitando y transformando a la imagen de Jesús.

En párrafos anteriores hemos visto la relación entre ley, pecado, justo y justicia. Citamos a Juan, que definía el pecado como infracción de la ley. A Pablo, que afirmaba rotundamente que todos somos infractores de la ley, y por tanto, pecadores, que no había un solo justo, que la paga del pecado es la muerte, y que recibimos el don de la vida eterna cuando aceptamos por fe la justicia que Cristo ha obtenido para nosotros.

La justificación, pues, es un acto de Dios que tiene la condición o característica de legal o forense puesto que consiste, en primer lugar, en el perdón de todos nuestros pecados, pasados, presentes y futuros, y en segundo lugar, en imputar o acreditar a nuestra cuenta la justicia de Cristo, que es lo único que permite que Dios nos acepte. Es la base de nuestra relación y reconciliación con Dios.

La justificación, pues, no nos convierte realmente en justos de un día a otro, ni lo pretende, solo sienta las bases para una nueva relación con Dios. Tampoco se experimenta en nuestro ser como una realidad de justicia infundida por Dios. No obstante, los beneficios que se derivan de ello para nuestra vida son inmediatos y evidentes. Se experimenta una gran paz, al confiar en Dios plenamente, y saber que hemos sido aceptados, y adoptados como hijos (Gálatas 4:4-7), ya no somos enemigos de Dios sino amigos, reconciliados por la fe en Jesús. Veamos algunos textos más que corroboran lo que afirmamos:

Romanos 5:1:

Justificados, pues, por la fe, tenemos paz con Dios por medio de nuestro Señor Jesús.”

Para el ser humano, débil, frágil, que desde que nace sabe que ha de morir infaliblemente, por medio de la fe, sin las obras de la ley, obtiene la seguridad de la salvación, la certeza de ser resucitado en la próxima venida del Señor Jesús, y de vivir siempre con Él en la tierra nueva que el preparará para los que le aman (ver también Ap. 21: 1 – 8, Juan 14:2, 3).

Romanos 5:8-11:

“8 Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros. 9 Pues mucho más, estando ya justificados en su sangre, por él seremos salvos de la ira. 10 Porque si siendo enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, mucho más, estando reconciliados, seremos salvos por su vida. 11 Y no sólo esto, sino que también nos gloriamos en Dios por el Señor nuestro Jesucristo, por quien hemos recibido ahora la reconciliación.”

2ª Corintios 5:14-21

14 Porque el amor de Cristo nos constriñe, pensando esto: que si uno murió por todos, luego todos murieron; 15 y por todos murió, para que los que viven, ya no vivan para sí, sino para aquel que murió y resucitó por ellos.

16 De manera que nosotros de aquí en adelante a nadie conocemos según la carne; y aun si a Cristo conocimos según la carne, ya no lo conocemos así. 17 De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas. 18 Y todo esto proviene de Dios, quien nos reconcilió consigo mismo por Cristo, y nos dio el ministerio de la reconciliación; 19 que Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo, no tomándoles en cuenta a los hombres sus pecados, y nos encargó a nosotros la palabra de la reconciliación. 20 Así que, somos embajadores en nombre de Cristo, como si Dios rogase por medio de nosotros; os rogamos en nombre de Cristo: Reconciliaos con Dios.

Sólo me resta, rogarte en el nombre de Jesús, reconcíliate con Dios si todavía no lo has hecho, y no sientas más temor, Cristo ha vencido, la victoria es nuestra y nada ni nadie nos puede separar del amor de Dios en Cristo.

Romanos 8:33-39

“33 ¿Quién acusará a los escogidos de Dios? Dios es el que justifica. 34 ¿Quién es el que condenará? Cristo es el que murió; más aun, el que también resucitó, el que además está a la diestra de Dios, el que también intercede por nosotros. 35 ¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿Tribulación, o angustia, o persecución, o hambre, o desnudez, o peligro, o espada? 36 Como está escrito: Por causa de ti somos muertos todo el tiempo; Somos contados como ovejas de matadero. 37 Antes, en todas estas cosas somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó. 38 Por lo cual estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por venir, 39 ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro.”


* Las referencias bíblicas están tomadas de la versión Reina Valera de 1960 de la Biblia. Las negrillas y los subrayados realizados al texto bíblico son nuestros.