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jueves, 6 de noviembre de 2008

¿Por qué Jesucristo es el único que puede salvarnos de la muerte?

Versión 08-08-08

Carlos Aracil Orts


1. Introducción*

Sin duda, el problema más grave al que nos enfrentamos los seres humanos es la muerte. Es también esta realidad que toda la humanidad comparte la que nos iguala, haciendo insignificantes las más grandes diferencias que pudiera haber entre unos y otros. Tanto el poderoso, o inmensamente rico, como el pobre, no importa el grado de riqueza o pobreza, que sea creyente en Dios o ateo, irremisiblemente todos han de morir... si Dios no lo remedia.

Toda la sabiduría y ciencia de nuestro mundo no ha logrado dar respuesta al hecho de por qué morimos. Sin embargo, la Biblia se prueba a sí misma que es la revelación de Dios a la humanidad, al desvelar no sólo el misterio del propio Dios Creador sino también el origen de la vida y de la muerte. Si Dios no lo hubiera revelado jamás el ser humano habría llegado a ese conocimiento.

Teoría de la evolución versus relato bíblico del libro del Génesis.

En nuestro siglo XXI, la mayoría de los científicos se basan en la teoría de la evolución de las especies para explicar el origen de la vida. Este hecho ha influido enormemente para que muchas personas pongan en duda o nieguen totalmente la veracidad del relato del Génesis, libro que como es sabido inicia la Biblia. No sólo eso, sino que también niegan la misma existencia de Dios. Puesto que la vida es producto del azar y la necesidad, ya no se necesita a un Dios creador. No hay diseño inteligente. Dios no existe. Todo se trata de explicar mediante la selección natural de las especies que se han ido formando partiendo de un antepasado común (posiblemente una bacteria), que con el transcurso del tiempo ha generado pequeñas mutaciones o variaciones, que al acumularse han derivado en las distintas especies, hasta llegar a los simios y de ahí con un pequeño salto, el hombre.

Los que defienden esta teoría consideran la idea de que Dios creó las distintas especies y la primera pareja humana, Adán y Eva, a su imagen, como algo ingenuo y por tanto, increíble. Sin embargo no quieren admitir que también se necesita mucha fe para aceptar la teoría de la evolución. No existen datos empíricos concluyentes que demuestren que pequeñas mutaciones a lo largo del tiempo, aunque se produzcan basándose en millones de años, conviertan una especie en otra.

La similitud molecular entre los simios y el hombre no prueba que éste descienda de esos animales. Tampoco los experimentos de laboratorio con las moscas de la fruta, que produjeron otras clases de moscas, implica que estas mutaciones fueran capaces de generar una especie distinta, sino otro tipo de moscas.i Igualmente, las adaptaciones o cambios de color que algunas especies experimentan para su supervivencia, como por ejemplo, el caso del melanismo industrialii que se observó, consistente en el cambio de color de las polillas del abedul para confundirse con el color del tronco del árbol, tampoco, en mi opinión, puede llevarnos a la conclusión de que un órgano como el ojo se haya formado sin un diseño inteligente.

No negamos, puesto que es evidente, que existen multitud de variaciones dentro de cada especie, pero no se puede probar que esas mutaciones hayan llegado a producir especies totalmente diferentes como las que conocemos actualmente. Además, durante toda la historia del mundo, nunca se han conocido que hubiera habido cambios significativos, hasta el extremo de formarse especies diferentes, y tampoco se han encontrado fósiles con especies intermedias o los distintos eslabones de las muchas transformaciones que tuvieron que experimentar hasta convertirse en otra especie totalmente distinta.

¿Cómo puede la evolución que es ciega, proyectarse hasta el futuro para saber qué órganos nuevos serán necesarios para formar las distintas especies?

El famoso bioquímico de Estados Unidos Michael J. Behe “considera que las estructuras complejas, como la molécula de la hemoglobina, no pueden formarse por pasos lentos y acumulativos, porque una estructura compleja es aquella en la que sus elementos constituyentes no tienen sentido aparte del resto de elementos que integran el conjunto, de manera que una estructura compleja no puede formarse paso a paso, sino de golpe, por intervención de un diseñador inteligente.” (Extraído del libro, ¿Hay alguien ahí?, página 138, de David Galcerá, Editorial Clie.)

Si la teoría de la evolución no da respuestas satisfactorias al problema del mal y de la muerte ¿Por qué no acudimos a la Biblia, que es Palabra de Dios, y que sí tiene respuestas de vida eterna?

La evolución conduce a la negación de Dios, y le quita sentido a la vida y dignidad al ser humano. Considera que los seres humanos no están hechos a imagen y semejanza de Dios (Génesis 1:26), sino que son meramente animales, su destino no es más que la muerte. La ley de la supervivencia del más fuerte está justificada. Todo es producto del azar y la necesidad.

Ante este sombrío y desesperanzado panorama al que nos arrastraría la aceptación de la teoría de la evolución, cabe preguntarse por qué todavía muchas personas, no son impelidas a buscar la solución al problema de la muerte en Dios y en lo que Él nos ha revelado en la Biblia. Puesto que humanamente no hay respuesta ni la ciencia encuentra remedio, ante ese evento imparable, el cese de la vida, que inexorablemente experimentaremos todos en algún momento, ¿Por qué no acudimos a Dios, por medio de Cristo quien tiene palabras de vida eterna para todos?

En los próximos apartados expondremos, basados en las Santas Escrituras, y según el entendimiento que tenemos de ellas, los argumentos y razones que tratan de explicar por qué Jesucristo, el Hijo de Dios, es el único que puede salvarnos de la muerte eterna. Para ello debemos comprender el hecho mismo de que la muerte exista.

2. Por qué tenemos que morir algún día.

Que sepamos, hasta el momento, los científicos no han logrado averiguar la causa última o esencial que provoca que sólo podamos vivir unos pocos años. Aunque la edad media de los seres humanos ha ido variando desde el principio del mundo hasta la actualidad, permanece inalterable el hecho que todos los que nacen, también morirán.

Creemos que la primera pareja humana creada por Dios pudo vivir eternamente si no hubiera pecado. Su desobediencia confirmó la sentencia de Dios, “...porque el día que de él comieres, ciertamente morirás.” (Génesis 2:17, úp.). Por su trasgresión de la voluntad de Dios (Génesis 3:6), se provocó la maldición de esta tierra (Génesis 3:16-19). Aún cuando su muerte espiritual, es decir, su independencia y separación de Dios, se causó en el momento de desobedecer, su muerte física no se produjo hasta muchos años después. Génesis 5:3 nos relata que “...fueron todos los días que vivió Adán novecientos treinta años;...”. Sólo por la Biblia sabemos lo misteriosa y extrañamente longeva que fue parte de la generación antidiluviana, destacando Matusalén con novecientos sesenta y nueve años (Génesis 5:27).

A medida que aumentó la maldad y degradación moral y espiritual de las personas de esa generación, se fue produciendo también la degeneración física de su carne (Génesis 6:3-5). Además de los factores morales y espirituales, sin duda, también podemos deducir que existieron causas físicas, como, por ejemplo, el posible empeoramiento de las idóneas condiciones atmosféricas y del entorno que existían antes del diluvio, todo lo cual contribuyó a un acortamiento sustancial y progresivo de la duración de la vida media del hombre. Poco después del diluvio, podemos comprobar que se produjo una sensible disminución de la duración de la vida. En Génesis 11:10-11, se nos relata que Sem, uno de los hijos de Noé que sobrevivió al diluvio, murió a la edad de seiscientos años.

Abraham murió a los ciento setenta y cinco años (Génesis 25:7), lo que representa una reducción considerable de la duración de la vida en comparación con lo que vivieron las personas que nacieron antes del diluvio. No obstante, aún sigue resultando una edad inalcanzable por las personas, en nuestros días. Y ya en Salmo 90:10, el rey David declara que “Los días de nuestra edad son setenta años; y si en los más robustos son ochenta años, con todo, su fortaleza es molestia y trabajo, porque pronto pasan, y volamos.”. Esta afirmación bíblica de los tiempos del rey David coincide, poco más o menos, con la edad media que las personas alcanzan en nuestros días, a pesar de los numerosos avances científicos, médicos, farmacológicos y en todos los órdenes que registra nuestro siglo.

¿Por qué morimos, pues, a pesar de los muchos descubrimientos que los científicos han conseguido en biogenética y en otras ciencias relacionadas, y de los increíbles progresos que la cirugía, medicina y farmacología han alcanzado en nuestro tiempo?

No tenemos otra respuesta que la proporcionada por la Palabra de Dios: “Porque la paga del pecado es muerte, mas el regalo de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro.” (Romanos 6:23).

El apóstol Pablo también nos revela que la muerte apareció en el mundo porque un hombre, Adán, pecó, y con él también todos sus descendientes, por lo que todos mueren. San Pablo, pues, ratifica el relato del Génesis, y la razón de la muerte de Adán y la de toda la humanidad, como causada por la entrada del pecado en el mundo. Veámoslo:

Romanos 5:12

12 Por tanto, como el pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron.

Llegado a este punto cabe hacerse varias preguntas, lo que no quiere decir que tengamos respuesta para todas, pues Dios nos ha revelado sólo lo que es necesario para la salvación, y no podemos pretender ir más allá de lo que la Biblia dice y querer conocer todas las razones de Dios. La criatura debe humillarse ante la infinitud de la mente del Creador, sus caminos no son los nuestros.

No podemos explicar por qué, primeramente, apareció el mal en un lugar del universo, cercano a la morada de Dios, cuando Lucifer y sus ángeles -más tarde convertidos en Satanás o el diablo y sus demonios (Génesis 3:1-6, 14, 15; Apocalipsis 20:2; Isaías 14:12-20; Ezequiel 28:13-19; Lucas 10:18; Apocalipsis 12:3,4,7; etc.)- se rebelaron oponiéndose a su Creador, para luego extender esta rebelión al planeta tierra, sembrando, también en el hombre, la duda sobre la justicia y santidad de Dios.

Sin embargo, nos es más asequible entender que un Dios de amor, santo y justo haya querido crear seres totalmente libres a su imagen y semejanza, aun corriendo el riesgo de que pudieran hacer un mal uso de la libertad, en lugar de crear autómatas, o personas cuya obediencia al Creador, estuviera determinada por una voluntad coaccionada por el temor, o por motivaciones distintas no basadas en una relación de amor entre Dios y sus criaturas.

¿Cuál fue la naturaleza, magnitud e importancia del pecado de Adán?

¿Desobedecer la orden de Dios, de que no comieran del árbol de la ciencia del bien y del mal, es, acaso, tan grave como para merecer la muerte?

¿Por qué ese pecado no afectó sólo a la primera pareja humana hecha a imagen y semejanza de Dios, sino que contaminó la naturaleza de todos sus descendientes?

¿Por qué trajo tan graves consecuencias a la humanidad, pues desde que Caín mató Abel, innumerables crímenes y guerras fraticidas se han sucedido constantemente, así como incontable sufrimiento por multitud de causas, como por ejemplo, las enfermedades y desastres naturales, por citar algunas?

¿Participa o comparte el resto de la humanidad el pecado de Adán, es decir, se le imputa?

¿Era necesario un Salvador que muriese en una cruz como solución al problema del pecado y de la muerte?

¿Por qué sólo Jesucristo puede salvarnos y nadie más?

3. La gravedad y magnitud del pecado de Adán y Eva.

Aparentemente y con sólo una lectura ligera y superficial de los pasajes del Génesis referidos a la caída en el pecado de Adán y Eva, nos podría parecer que comer del árbol de “la ciencia del bien y del mal” (Génesis 2:16-17; 3:1-7), prohibido por Dios, es un acto banal que no supone maldad alguna en sí mismo, si prescindimos de la intencionalidad y motivaciones que impulsaron a los protagonistas a cometerlo. Y puesto que, además, se trataba de una prohibición expresa del Creador, una orden o mandamiento claro, simple, fácil de cumplir, una prueba de obediencia, con mayor motivo debían de haber mostrado su dependencia, respeto y reconocimiento de la autoridad de Aquél que los había creado y que ejercía como Padre de ellos.

Para comprender la gravedad del pecado de la primera pareja humana, la advertida, consecuente, y justa retribución del mismo con la máxima penalidad, y las terribles y trágicas consecuencias que trajo para toda la humanidad, necesitamos realizar un esfuerzo de nuestra imaginación y trasladarnos por unos momentos al hermoso huerto del Edén, que el amoroso Padre había dispuesto como morada para que el hombre “lo labrara y lo guardase” (Génesis 2:15 úp.).

Adán y Eva fueron creados directamente por Dios a su imagen y semejanza (Génesis 1:26). Por tanto, eran perfectos en cuerpo, alma y espíritu (1ª Tesalonicenses 5:23). Su pureza y perfección moral eran las que correspondían como hijos de Dios. Nada imperfecto puede salir del Creador, pues Él es infinitamente sabio y bondadoso. No existía ningún tipo de barrera que impidiera la comunión y comunicación directa con su Padre (Véase Génesis 2:15-25).

¿Por qué, pues, pecaron al desobedecer, fallando en el cumplimiento de un mandamiento tan fácil y sencillo, y cómo reaccionaron ambos después de haber cometido su acción reprobable?

Adán culpó a su mujer y a Dios indirectamente, por habérsela dado: “La mujer que me diste por compañera me dio del árbol, y yo comí” (Génesis 3:12). Y Eva echó la culpa a la serpiente que la engañó ((Génesis 3:13). ¿Qué demuestran estas conductas sino la caída en el pecado? Éstas reacciones son semejantes a las nuestras cuando cometemos errores y no aceptamos nuestra responsabilidad en los mismos.

¿Acaso no fueron conscientes Adán y Eva de lo que implicaba comer del árbol prohibido? ¿Fue quizá un acto irreflexivo y sin malicia, un capricho de Eva? Lo que está muy claro es que recordaban perfectamente la orden de Dios, pues Eva se la repitió a la serpiente con todo detalle (entiéndase siempre en este contexto que la serpiente simboliza al diablo y es utilizada como médium por el mismo para camuflar su verdadera personalidad y así poder engañar más fácilmente. Véase Apocalipsis 12:9; 20:2). Entonces, ¿Por qué no respetaron la voluntad de Dios?

¿Qué pasó por sus mentes cuando la serpiente les prometió que si comían del árbol prohibido, no sólo no morirían sino que “...serán abiertos vuestros ojos, y seréis como Dios, sabiendo el bien y el mal.” (Génesis 3:5, úp.)?

A Eva le pareció, entonces, dice Génesis 3:6, que el árbol “...era agradable a los ojos, árbol codiciable para alcanzar sabiduría;”

Quizá razonaron en sus mentes lo siguiente: “lo que realmente Dios, nuestro Padre, quiere no es que muramos sino impedirnos que lleguemos a ser como Él y alcancemos su sabiduría de la ciencia del bien y del mal. Dios nos ha mentido. Él quiere mantenernos en la ignorancia de los misterios del universo, y de esta manera evitar que obtengamos su misma sabiduría y poder.”

Adán y Eva, antes de su caída, eran seres perfectamente libres, y puesto que vivían en comunión y armonía con su Creador, su capacidad de elegir lo moralmente bueno no estaba mediatizada por ninguna tendencia pecaminosa como sucedió después de la caída. Muy al contrario, su voluntad y libre albedrío estaban inclinados hacia el bien, ya que habían sido creados y educados por Dios mismo.

¿Por qué decidieron desobedecer a Dios si claramente ello era un acto inmoral que además tenía como consecuencia la muerte eterna?

Sin duda la afirmación de Satanás, “... No moriréis; sino que sabe Dios que el día que comáis de él, serán abiertos vuestros ojos, y seréis como Dios, sabiendo el bien y el mal.” (Génesis 3:4,5), caló profundamente, y encontró resonancia en sus mentes. Satanás les ofrecía ser igual, por lo menos en sabiduría, a Dios, al que tanto admiraban y querían, al tiempo que negaba que existiese tal cosa como la muerte.

¿Estaba justificado que se excusaran de la mala acción cometida pasándole la culpa Adán a su mujer y Eva a Satanás? (Véase Génesis 3:12, 13)? Como seres realmente libres y perfectos fueron totalmente responsables de la decisión que tomaron al comer del árbol. Ellos no fueron coaccionados en ningún momento, ni ninguna circunstancia les condicionó o determinó a hacer esa elección. Cuando comprobaron que la afirmación de la serpiente -al fin y al cabo, quien hablaba, por más extraño que pareciese, era sólo una criatura terrestre, a la que no había motivo para darle más crédito que al Creador y Padre de ellos- estaba en oposición frontal a la Palabra de Dios, fácilmente, pudieron negarse a tomar como cierto y aceptar lo que Satanás afirmaba. Ellos, como nosotros ahora, también pudieron oponerse al diablo, de la forma que nos aconseja el apóstol Santiago: “Someteos, pues, a Dios; resistid al diablo, y huirá de vosotros.” (Santiago 4: 7).

¿Por qué fue tan grave este pecado que mereció la muerte y es la causa de tanto mal y sufrimiento?

La criatura puso en tela de juicio la veracidad, rectitud y amor de su Creador, y además ambicionó obtener su sabiduría, por el medio que fuese. Su desobediencia implicó una clara rebelión a la autoridad de Dios y la pérdida de la comunión y armonía anteriores a la caída. Adán y Eva, habían elegido independizarse de Dios, su pecado produjo una separación de Dios, se rompió la comunión original.

Algo extraño sucedió en ellos, su pureza e inocencia original se habían perdido, ya eran esclavos del pecado y del diablo, conociendo el bien y el mal, pero no como Dios, sino sufriéndolo en la propia carne. Inmediatamente “conocieron que estaban desnudos” (Génesis 3:7). Trataron de esconderse de la presencia de Dios (Génesis 3:8), experimentando temor y posiblemente remordimiento. Maldita iba a ser la tierra por su causa, y todo lo que había en ella (Génesis 3:14,16-19). Sobre ellos y nosotros, cayeron las terribles consecuencias de su decisión, que desde entonces resultan tan evidentes para toda la humanidad.

Las criaturas habían puesto en entredicho y bajo sospecha la santidad, justicia y amor de su Creador. Ahora, fue necesario que Dios diera un tiempo de prueba o de gracia para que la humanidad, se desarrollase y se extendiera por toda la tierra, para que se hiciera evidente la maldad que estaba oculta en el planteamiento de Satanás y de la subsiguiente aceptación del mismo por la primera pareja humana.

Desgraciadamente, no pasó mucho tiempo, sin que el nuevo espíritu del mal que gobernaba a los hombres mostrase su rostro más horrendo: Caín mata a su hermano Abel, sólo porque no le cae bien (Génesis 4:8). Pronto la humanidad se divide en dos grupos: los hijos de Dios y los hijos de los hombres (Génesis 6:1), es decir, los que reconocen y aceptan a Dios, como creador y como padre, y los que no lo aceptan, prefiriendo permanecer en rebelión a Dios.

Poco antes del diluvio universal la humanidad caída, independizada, separada de Dios y en rebelión con Él, dio sus frutos de maldad que se evidenciaron con toda su crudeza hasta este extremo que nos relata el Génesis: “Y vio Jehová que la maldad de los hombres era mucha en la tierra, y que todo designio de los pensamientos del corazón de ellos era de continuo solamente el mal.” (Génesis 6:5).

Nuestro mundo actual, sigue debatiéndose entre el bien y el mal, el trigo y la cizaña conviven juntos hasta que llegue el tiempo de la siega y se distinga perfectamente entre los hijos de Dios y los hijos del diablo (Véase Mateo 13:30, 37-40).

Sin embargo, Dios no ha dejado solos y abandonados a los seres humanos a su propia suerte, a sus decisiones y obras malvadas y al dominio de Satanás, sino que Él mismo ha entrado en este mundo, se ha hecho carne en Jesucristo, y ha vivido como uno de nosotros para rescatarnos del pecado y de la muerte.

Creo que hemos podido comprobar la naturaleza, magnitud e importancia del pecado de Adán, que no era algo banal o intrascendente sino que representó una rebelión y desafío a Dios, que puso en entredicho su santidad y justicia, y trajo como consecuencia muerte y sufrimiento por doquier. No parece, pues, desde la perspectiva humana, desproporcionada la penalidad del pecado con la muerte. Además, debemos pensar que Dios no puede permitir que el mal y el pecado permanezcan eternamente, sino que Él ha determinado un día en el que juzgará a los hombres según sus obras (Apocalipsis 20:12-15), y el mal será erradicado del universo para siempre. (Apocalipsis 21).

4. ¿Participa o comparte el resto de la humanidad el pecado de Adán, es decir, es este pecado imputado a todos los seres humanos?

No podemos explicar por qué el pecado original de Adán y Eva afectó no sólo a ellos, sino que también contaminó la naturaleza de todos sus descendientes. Sin embargo, eso es un hecho evidente que todos comprobamos cada día, observándolo en nosotros mismos y en los que nos rodean, pues nacemos con una naturaleza contaminada y debilitada por el pecado y separados de Dios. El mismo rey David reconoce que su naturaleza es pecaminosa desde su nacimiento: “He aquí, en maldad he sido formado, y en pecado me concibió mi madre. (Salmo 51:5). Nosotros no hemos sido formados de distinta manera que David. No podemos dudar de esa verdad que el Espíritu Santo puso en boca de David.

A este respecto, la Palabra de Dios es tajante y clara: “Como está escrito: No hay justo, ni aun uno;..” (Romanos 3:10); y “Por cuanto todos pecaron y están destituidos de la gloria de Dios.” (Romanos 3:23). Por otro lado, el apóstol Pablo describe nuestra naturaleza moral, antes de la conversión a Cristo, como “aun estando nosotros muertos en pecados, nos dio vida juntamente con Cristo (por gracia sois salvos),” (Efesios 2:5).

No hay, pues, duda de que todos los seres humanos heredamos de Adán una naturaleza pecaminosa, o sea inclinada y tendente a pecar o hacer lo malo, como así lo demuestra la experiencia diaria de cada uno. Por otro lado, es también evidente que esa naturaleza egoísta y de imperfección moral, ha hecho que todos hayamos pecado y, por tanto, merecemos la muerte como paga del pecado.

Puesto que todos vamos a morir más tarde o temprano, cabe aquí preguntarse, si esa muerte es una consecuencia de nuestros pecados, la pena justa por nuestras transgresiones a la ley de Cristo, la ley del amor; o si, por el contrario, esa primera muerte corresponde a la pena por el pecado de Adán, que como representante y cabeza federal de toda la humanidad se nos imputa a todos, sin excepción, independientemente de cuan justos o malvados seamos o hayamos sido.

En Romanos 5:12-21, el apóstol Pablo da a entender que la muerte que todos conocemos es causada por la transgresión de Adán (Véase Romanos 5:17-18). Pablo, a fin de que penetre en nuestras mentes esta verdad fundamental, reitera en más de una ocasión, que “...el pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron.” (Romanos 5:15), y en Romanos 5:16, afirma de nuevo que “...el juicio vino a causa de un solo pecado para condenación, pero el don vino a causa de muchas transgresiones para justificación.

San Pablo intenta que comprendamos que aunque por culpa de un solo pecado, el de Adán, todos vamos a sufrir una primera muerte cuando finalicen nuestros días en esta vida, esa muerte no es definitiva, es sólo un sueño, que no tiene consecuencias eternas, pues todos seremos resucitados cuando Cristo regrese en gloria para trasladar a sus santos al cielo (1ª Tesalonicenses 4:13-18).

Por otro lado, Él nos hace ver que el don de la misericordia y gracia de Dios hacia los hombres es mucho más abundante que su justicia y juicio que vino sobre la humanidad a causa del pecado de Adán. A pesar de que los seres humanos cometemos muchos pecados en nuestra corta vida, si nos arrepentimos y convertimos, Él perdona todos nuestros pecados, por medio de la vida, muerte y resurrección de Jesucristo. Por tanto, nuestra salvación está asegurada porque Cristo venció a la muerte con su muerte y resurrección. Nuestra parte consiste sólo en creer que eso es verdad, reconocer nuestra condición de pecador, y arrepentirnos, y al aceptar a Jesús como Salvador y Redentor, obtenemos, en ese mismo instante la justificación y reconciliación ante Dios, resultando asegurada nuestra salvación, y la vida eterna mediante la resurrección cuando Él venga (1ª Corintios 15).

Así mostró Dios su infinita misericordia hacia la humanidad caída: el Cordero inmolado (Salmo 85:10, Apocalipsis 5:1-14) y destinado desde antes de la fundación del mundo (1ª Pedro 1:20), toma nuestro lugar y entrega su vida para recibir la muerte segunda que a todos nos corresponde por nuestras transgresiones (Rom. 6:23; Efesios 2:1), y al resucitar libera a la humanidad de esa muerte (1ª Corintios 15:54-57).

En este momento, quizá sea necesario aclarar que Cristo no sufrió la primera muerte sino la segunda, puesto que Jesús no heredó el pecado de Adán, debido a que su Padre es Dios mismo (Mateo 1:20; Lucas 1:35). Era esencial, pues, que el Salvador del mundo, no estuviera afectado del pecado original para que su sacrificio fuera válido. Y como tampoco cometió ningún pecado en su vida personal, Él fue idóneo para ofrecerse como rescate por todos los pecados que nos condenaban a la muerte eterna, y que fueron cargados sobre Él (Mateo 20:28; Marcos 10:45, 1ª Timoteo 2:6; Romanos 8:3; 2ª Corintios 5:21).

Veamos a continuación como los siguientes versículos bíblicos continúan incidiendo en que la culpa de Adán se imputa a todos sus descendientes, a causa de lo cual, es decir por la transgresión de uno vino la condenación a todos los hombres y por tanto la muerte primera que todos conocemos:

Romanos 5: 18, 19

18 Así que, como por la transgresión de uno vino la condenación a todos los hombres, de la misma manera por la justicia de uno vino a todos los hombres la justificación de vida. 19 Porque así como por la desobediencia de un hombre los muchos fueron constituidos pecadores, así también por la obediencia de uno, los muchos serán constituidos justos.”

Así como participamos de la transgresión de uno, Adán, es decir, algo que no hemos cometido personalmente se nos atribuye, del mismo modo, cuando creemos y aceptamos a Jesús, también se nos imputa la justicia que no es nuestra, sino la que Cristo ganó para nosotros en la cruz, siendo obediente a Dios hasta la muerte.

Por eso, la Biblia desmitifica el sentido de la primera muerte equiparándola o identificándola con el sueño. Un muerto es como alguien que duerme. Así lo calificó Jesús en Juan 11:11-13 “..Nuestro amigo Lázaro duerme; mas voy a despertarle.... (13) pero Jesús decía esto de la muerte de Lázaro;..”. Igualmente el apóstol Pablo, en 1ª Corintios 15:51 se refiere a que no todos estarán muertos cuando regrese Jesús en gloria, diciendo “....No todos dormiremos...”.

La primera muerte, pues, no afecta a nuestro destino eterno, y la segunda muerte no afecta a los que reconocen que Jesucristo es el camino, la verdad y la vida y la resurrección, y aceptan su sacrificio expiatorio, su muerte, en lugar de las suyas. Por tanto, ya no debemos temer tampoco a la segunda muerte, pues Jesús obtuvo su victoria sobre la misma, mediante su vida de perfecta obediencia al Padre, muerte vicaria y resurrección. Nuestra salvación está en manos de Dios (Apocalipsis 7:10), nuestra parte es sólo confiar por fe en Él y en Cristo, no dudando de su poder y amor para con nosotros. Veamos los siguientes versos del libro de Hebreos para respaldar lo que afirmamos:

Hebreos 2:14, 15:

14 Así que, por cuanto los hijos participaron de carne y sangre, él también participó de lo mismo, para destruir por medio de la muerte al que tenía el imperio de la muerte, esto es, al diablo, 15 y librar a todos los que por el temor de la muerte estaban durante toda la vida sujetos a servidumbre.”

Aunque la vida del hombre es corta, efímera y precaria, creemos que Dios da, a lo largo de la vida de todo ser humano, suficientes oportunidades para que se arrepienta de sus malas acciones y trate de obrar rectamente. De ahí lo importante que los años que dura su vida se utilicen de una manera correcta, haciendo el bien, no despilfarrando el tiempo, ni realizando excesivo trabajo que le impida de ocuparse de las cosas espirituales. Sólo en esta vida decidimos nuestro destino eterno (Hebreos 9:27). No hay más oportunidades de arrepentirse después de muerto. La creencia de que las almas, que en esta vida no se han purificado suficientemente, van al purgatorio, y cuando Dios lo considere conveniente, al cielo, no es bíblica.

Hemos, pues, comprobado que la primera muerte, es fundamentalmente consecuencia del pecado de Adán, puesto que si Adán no hubiera pecado tampoco habría habido muerte. Por tanto, nadie puede escapar a ella, excepto los dos casos singulares, relatados en la Biblia, de Enoc y Elías, que fueron traspuestos al cielo sin haber gustado la muerte primera (Hebreos 11:5; 2ª Reyes 2:11). Entonces, ¿Tanto el inicuo como el creyente que ha sido justificado y salvo en Cristo Jesús pasan igualmente por la primera muerte? Así es, pero hay una diferencia esencial, los malvados serán resucitados para condenación (Juan 5:28, 29), y los creyentes justos para vida eterna, y “la segunda muerte no tiene potestad sobre éstos,” (Apocalipsis 20:6; véase también: 2:11; 20:14;21:8).

Puesto que todos participamos de la primera muerte, fácilmente podemos concluir que el sacrificio de Jesús en la cruz nos libra de la segunda muerte, la pena o paga que nos correspondería a causa de todas las transgresiones que realizamos a lo largo de nuestra vida. Por tanto, sólo los que acepten a Cristo como Salvador personal, en sustitución de sus pecados, serán librados de la segunda muerte, que es la erradicación definitiva del universo de todo vestigio de mal.

En los apartados anteriores, creemos haber dado alguna respuesta a la cuestión, que enunciamos a continuación, a modo de resumen. No obstante, seguiremos incidiendo en otros aspectos relacionados con este tema:

¿Pueden ser los seres humanos candidatos a dos muertes distintas, una primera muerte, de la que nadie se salva, y por la que todos pasaremos tarde o temprano, pero que no es definitiva sino transitoria, que corresponde a la penalización por el pecado de Adán, del que no somos culpables directa y personalmente, y sin embargo se nos imputa, y de una segunda muerte, eterna en sus consecuencias, que es la paga de todos nuestros pecados personales no arrepentidos y por tanto no expiados por la sangre de Cristo?

Hemos tratado suficientemente por qué se nos imputa el pecado de Adán que no hemos cometido. Por tanto, en el siguiente apartado abordaremos, lo que, a primera vista, nos puede parecer igualmente extraño:

¿En que consiste la segunda muerte?

¿Sobrevive a la segunda muerte, algo espiritual del ser humano que tenga vida consciente, para ser atormentado por la eternidad?

5. Qué es, o en qué consiste, la segunda muerte. ¿Sobreviven los que son condenados a la segunda muerte con algún tipo de vida espiritual consciente para ser atormentados por una eternidad?

Puesto que sólo nos corresponde vivir, en este mundo, como hemos visto, una vida corta, limitada a una media de setenta u ochenta años, efímera, precaria, y condicionada por factores importantes, como son la herencia genética, la educación, el lugar de nacimiento, etc. ¿Es justo, lógico, razonable y proporcionado que Dios castigue a los que se pierden, a vivir atormentados por una eternidad?

En lo que antecede, hemos comprobado que la Biblia habla claramente de dos muertes totalmente distintas. La muerte primera, considerada como un sueño por la Biblia, no es el fin de la existencia, sino el de las oportunidades de salvación o perdición. Es consecuencia del pecado de Adán, y nos iguala a todos. Las decisiones, pues, que tomemos en esta vida, son muy importantes puesto que sellan nuestro destino eterno. De la primera muerte todos seremos resucitados, “…los que hicieron lo bueno, saldrán a resurrección de vida; mas los que hicieron lo malo, a resurrección de condenación.” (Juan 5:28. 29).

Los que son resucitados para condenación lo único que les espera es la muerte segunda (Apocalipsis 2:11; 20:14; 21:8). Por tanto, llegado aquí debemos plantearnos, fundamentalmente, dos cuestiones:

a) ¿En que consiste la segunda muerte?

b) ¿Sobrevive a la segunda muerte, algo espiritual del ser humano que tenga vida consciente, para ser atormentado por la eternidad?

Puesto que en las dos cuestiones planteadas subyace el concepto de alma sería, también, necesario aclarar qué es el alma, y si es mortal o inmortaliii, aunque sea de forma breve ya que no es objeto de este estudio. Con respecto al concepto bíblico de alma, nos limitaremos a decir que, en la mayoría de los textos bíblicos donde aparece esta palabra, se puede sustituir por la palabra vida, o ser humano viviente. En esta concepción bíblica, alma significa, cuerpo más hálito de vida (Génesis 2:7; 1 Corintios 15:45; 1ª Ts. 5:23; Heb. 4:12; etc.), es decir, se trata de la persona humana. Cuando una persona muere deja de ser un alma porque ya no tiene vida, se convierte en solo un cuerpo sin vida, o sea un cadáver. Alma en otros contextos comprende todas las facultades que forman la consciencia de la persona, como son la razón, el entendimiento, la voluntad, la memoria, la conciencia y la emotividad. Todo esto son funciones del cerebro. Por tanto, cuando el cerebro muere, la persona deja de tener estas funciones, porque ya no es una persona, sino un cadáver.

¿Es el alma inmortal?

El capitulo 18 del libro de Ezequiel, del Antiguo Testamento, afirma claramente que “el alma que pecare esa morirá”. Recomendamos leer el capítulo entero, pues resulta muy esclarecedor para entender bien el asunto del pecado y de la muerte. No obstante, debemos tener en cuenta, que el pueblo de Israel, al que Dios se dirige, estaba bajo la ley del Pacto Antiguo, y, por tanto, las iniquidades y transgresiones, al igual que ahora, serían perdonadas, sólo, a los que se arrepintieran sinceramente de haberlas cometido, y serían borradas completamente de su persona, cuando Jesucristo muriera en la cruz, lo cual todavía estaba en el futuro. Esta es la única manera que podemos entender el capítulo 18 de Ezequiel, del que, para no extendernos demasiado, sólo citaremos los siguientes textos:

Ezequiel 18: 4, 19-24, 28-32

4 He aquí que todas las almas son mías; como el alma del padre, así el alma del hijo es mía; el alma que pecare, esa morirá.

19 Y si dijereis: ¿Por qué el hijo no llevará el pecado de su padre? Porque el hijo hizo según el derecho y la justicia, guardó todos mis estatutos y los cumplió, de cierto vivirá. 20 El alma que pecare, esa morirá; el hijo no llevará el pecado del padre, ni el padre llevará el pecado del hijo; la justicia del justo será sobre él, y la impiedad del impío será sobre él.

21 Mas el impío, si se apartare de todos sus pecados que hizo, y guardare todos mis estatutos e hiciere según el derecho y la justicia, de cierto vivirá; no morirá. 22 Todas las transgresiones que cometió, no le serán recordadas; en su justicia que hizo vivirá. 23 ¿Quiero yo la muerte del impío? dice Jehová el Señor. ¿No vivirá, si se apartare de sus caminos? 24 Mas si el justo se apartare de su justicia y cometiere maldad, e hiciere conforme a todas las abominaciones que el impío hizo, ¿vivirá él? Ninguna de las justicias que hizo le serán tenidas en cuenta; por su rebelión con que prevaricó, y por el pecado que cometió, por ello morirá.

25 Y si dijereis: No es recto el camino del Señor; oíd ahora, casa de Israel: ¿No es recto mi camino? ¿no son vuestros caminos torcidos? 26 Apartándose el justo de su justicia, y haciendo iniquidad, él morirá por ello; por la iniquidad que hizo, morirá. 27 Y apartándose el impío de su impiedad que hizo, y haciendo según el derecho y la justicia, hará vivir su alma.

28 Porque miró y se apartó de todas sus transgresiones que había cometido, de cierto vivirá; no morirá. 29 Si aún dijere la casa de Israel: No es recto el camino del Señor; ¿no son rectos mis caminos, casa de Israel? Ciertamente, vuestros caminos no son rectos.

30 Por tanto, yo os juzgaré a cada uno según sus caminos, oh casa de Israel, dice Jehová el Señor. Convertíos, y apartaos de todas vuestras transgresiones, y no os será la iniquidad causa de ruina. 31 Echad de vosotros todas vuestras transgresiones con que habéis pecado, y haceos un corazón nuevo y un espíritu nuevo. ¿Por qué moriréis, casa de Israel? 32 Porque no quiero la muerte del que muere, dice Jehová el Señor; convertíos, pues, y viviréis.

Cuando Dios dice “el alma que pecare esa morirá”, lo primero que debemos preguntarnos aquí es: ¿A qué muerte se está Él refiriendo, la primera o la segunda muerte? Esto es fundamental saberlo. Para averiguarlo, supongamos, en primer lugar, que Dios está hablando de la muerte primera, es decir, aquella que nos iguala a todos porque algún día la experimentaremos.

En ese caso, al preguntarnos -¿por qué todos los que se han arrepentido de sus pecados y apartado de toda iniquidad, con un corazón nuevo y un espíritu nuevo, todavía mueren (Ezequiel 18:22,32)? -enseguida encontraremos en las palabras del Señor, algo sin sentido que no encajaría con la realidad de nuestro mundo, pues nuestra experiencia nos dice que, hasta ahora, nunca ha habido nadie, en este planeta tierra, que se salvara de sufrir la primera muerte, salvo las dos excepciones, citadas anteriormente, que relata la Biblia.

Continuando con el análisis de Ezequiel 18:32, cuando “dice Jehová el Señor; convertíos, pues, y viviréis.”, Él no se está refiriendo a la primera muerte, de la que nadie puede escapar (salvo los creyentes que estén viviendo en el momento de la segunda venida de Cristo en gloria- 1 ª Tesalonicenses 4:13-18). Evidentemente, nadie, salvo las excepciones citadas, será librado de la primera muerte, sino que Él declara que aquellos que se arrepientan y se conviertan vivirán, puesto que la segunda muerte no tiene potestad sobre ellos (Apocalipsis 2:11; 20:6; 20:14; 21:8). Les librará de la segunda muerte y vivirán eternamente, pero no de la primera muerte que es común a toda la humanidad como herederos del pecado de Adán.

Por tanto, cuando Dios dice “el alma que pecare esa morirá”, se está refiriendo, sin duda, a la segunda muerte, pues de la primera nadie se salva. En nuestra opinión, esto quiere decir, que las criaturas no tienen vida en sí mismas, sino que toda vida depende del Creador, y por consiguiente no pueden tener un alma inmortal. La Biblia dice que el único inmortal es Dios (1ª Timoteo 6:16), luego las criaturas no tienen inmortalidad. Así encajan y concuerdan mejor la mayoría de los textos relacionados con este tema, como, por ejemplo, el del capítulo 10, verso 28 del evangelio de San Mateo:

Mateo 10:28:

Y no temáis a los que matan el cuerpo, mas el alma no pueden matar; temed más bien a aquel que pude destruir el alma y el cuerpo en el infierno.”

En este pasaje Jesús afirma que, aunque alguien nos mate o perdamos la vida en un accidente, nuestra alma o sea nuestra vida no se pierde eternamente, porque está en manos de Dios, y sólo a Él le es dado aplicar la muerte segunda que es la que destruye todo tipo de vida. No vamos a extendernos más en este tema, pues significaría apartarse del asunto central que nos ocupa. Remitimos al lector, que quiera ampliar o profundizar en este tema, los artículos específicos, que se presentan en el menú Antropología bíblica de www.amistadencristo.com

¿En que consiste la segunda muerte?

La segunda parte de Apocalipsis 2:11 nos dice que “El que venciere, no sufrirá daño de la segunda muerte.”. Apocalipsis 20:14 y 21:8 definen o identifican la muerte segunda como “el lago de fuego”. Los textos que se encuentran en 21:8 y 20:10, amplían este concepto a “lago de fuego y azufre”. A continuación transcribiremos los textos de Apocalipsis que hemos encontrado y que se refieren a la segunda muerte relacionada con el lago de fuego, y los comentaremos, de acuerdo al entendimiento que Dios nos ha dado de los mismos.

Apocalipsis 19:20

20 Y la bestia fue apresada, y con ella el falso profeta que había hecho delante de ella las señales con las cuales había engañado a los que recibieron la marca de la bestia, y habían adorado su imagen. Estos dos fueron lanzados vivos dentro de un lago de fuego que arde con azufre.

Apocalipsis 20:9,10

9 Y subieron sobre la anchura de la tierra, y rodearon el campamento de los santos y la ciudad amada; y de Dios descendió fuego del cielo, y los consumió.

10 Y el diablo que los engañaba fue lanzado en el lago de fuego y azufre, donde estaban la bestia y el falso profeta; y serán atormentados día y noche por los siglos de los siglos.”

Apocalipsis 20: 14,15

14 Y la muerte y el Hades fueron lanzados al lago de fuego. Esta es la muerte segunda. 15 Y el que no se halló inscrito en el libro de la vida fue lanzado al lago de fuego.

Apocalipsis 21: 8

8 Pero los cobardes e incrédulos, los abominables y homicidas, los fornicarios y hechiceros, los idólatras y todos los mentirosos tendrán su parte en el lago que arde con fuego y azufre, que es la muerte segunda.”

De todos estos textos podemos deducir y por tanto, afirmar, lo siguiente:


  1. La muerte segunda se relaciona directamente con el lago de fuego y azufre. La cual, sabemos por la Biblia, es el destino todos los malvados descritos resumidamente en Apocalipsis 21:8.



  2. La muerte (suponemos que no puede referirse sino a la primera) y el Hades fueron lanzados al lago de fuego (Apocalipsis 20:14). ¿Qué puede significar esto? ¿puede ser la muerte quemada? Creemos que una interpretación literal no tendría sentido. Por tanto, sólo cabe entenderlo simbólicamente: la muerte y el Hades (el lugar donde habitan los muertos) son destruidos o eliminados para siempre, en el sentido de que ya no existirán nunca más, como corrobora Apocalipsis 21:4: “...Y ya no habrá muerte....”.

    3.

    Y el que no se halló inscrito en el libro de la vida fue lanzado al lago de fuego” (Apocalipsis 21:15). Esta es una manera más general de referirse a todos los que se han perdido en toda la historia del mundo, o sea, los mismos que describe Apocalipsis 21:8. Todos tienen el mismo destino: la muerte segunda o sea perecer en el lago de fuego.



  3. En Apocalipsis 19:20, se incluyen en el lago de fuego, ¿cómo no?, la bestia y el falso profeta, como los principales responsables de haber extraviado con sus doctrinas a las naciones. Se debe destacar que no tienen un destino diferente a los malvados, sino que su fin es el mismo, es decir, la segunda muerte, la destrucción en ese lago de fuego.



  4. Y el diablo que los engañaba fue lanzado en el lago de fuego y azufre, donde estaban la bestia y el falso profeta; y serán atormentados día y noche por los siglos de los siglos.” (Apocalipsis 20:10). Naturalmente, Satanás, el principal responsable, e instigador de la rebelión y del mal, no podía ser lanzado a mejor sitio que el todos sus seguidores.

No obstante, reconocemos que la segunda parte de este pasaje contiene una dificultad si se interpreta literalmente, pues, aparentemente, introduce un concepto de eternidad de los tormentos que sufrirán los malvados, lo cual no es posible sin algún tipo de vida consciente, que deberá ser, también, eterna y capaz de resistir el fuego sin consumirse.

Alguien puede objetar que para Dios no hay nada imposible. Por supuesto. Sin embargo, la cuestión importante es ¿Un Dios de amor puede querer atormentar, mediante un lago de fuego que nunca se apaga, a los malvados eternamente? ¿Interviene Dios para que las criaturas malvadas sobrevivan a la muerte segunda, y les concede una vida eterna con el único objeto de que puedan ser atormentadas día y noche por los siglos y los siglos? ¿Qué razones podría tener Dios para hacer eso, puesto que los condenados ya no tienen posibilidad de arrepentimiento y de perdón? Dios, sin duda, supera nuestra razón, pero de ningún modo es irracional nada de lo que realiza.

Aceptar literalmente la eternidad de los tormentos, es entrar en el despropósito, sinrazón y sin sentido. Además contradice totalmente no sólo unos pocos versículos de la Biblia, sino que todo el espíritu de la Biblia, que describe la misericordia y amor de Dios, se derrumbaría.

Todos estos pasajes de Apocalipsis coinciden en que todos los malvados reciben la segunda muerte al ser lanzados al lago de fuego y azufre.

¿Debemos entender que se trata de un lago de fuego literal o simbólico?

Puesto que el libro de Apocalipsis es un libro con muchos símbolos nos inclinamos a creer, que el lago de fuego, es otro más, que simboliza, simplemente, el fuego consumidor que Dios envía sobre los impíos. Es, pues, el medio que Dios usa para la ejecución de los que han rechazado la Verdad y el bien. Es la consumación de su juicio de condenación sobre los inicuos. La destrucción total, el fin de todo tipo de vida, y la erradicación del mal del universo para siempre.

¿Sobrevive a la segunda muerte, algo espiritual del ser humano que tenga vida consciente, para ser atormentado por la eternidad?

La Biblia nos relata en Génesis 19:24 que “Jehová hizo llover sobre Sodoma y sobre Gomorra azufre y fuego de parte de Jehová desde los cielos; 25 y destruyó las ciudades, con todos los moradores de aquellas ciudades, y el fruto de la tierra.” (Véase también Lucas 17:29)

Y en el versículo 7 de San Judas: “Como Sodoma y Gomorra y las ciudades vecinas, las cuales de la misma manera que aquéllos, habiendo fornicado e ido en pos de vicios contra naturaleza, fueron puestas por ejemplo, sufriendo el castigo del fuego eterno”.

De aquí aprendemos que Dios puso a estas ciudades como ejemplo de los juicios que más tarde vendrán sobre la tierra. Él hizo llover fuego del cielo para ejecutar su juicio de condenación. San Judas afirma que sufrieron castigo del fuego eterno. ¿En qué sentido? ¿Están todavía quemándose estas ciudades? O ¿Será más bien que, puesto que fue todo destruido, el castigo es eterno en sus consecuencias? El fuego que proviene de Dios no necesariamente tiene que ser inextinguible, sino que cuando termina su función de juicio acaba también dicho fuego.

Esta aseveración se confirma en Apocalipsis 20:10, en el que se describe que todos los malvados resucitados que intentan asaltar la ciudad amada y al campamento de los santos, son consumidos por el fuego que Dios envía desde el cielo.

Apocalipsis 20:10

Y subieron sobre la anchura de la tierra, y rodearon el campamento de los santos y la ciudad amada; y de Dios descendió fuego de cielo, y los consumió.”

La función del fuego es quemar todo cuanto sea factible de serlo, y cuando ya no queda nada para ser quemado, o sólo cenizas, se apaga. Esto es lo que significa y los consumió.”. Los impíos, que son representados por la cizaña en Mateo 13:40, y por la paja en Lucas 3:17, tienen como destinos ser quemados con fuego, sin dejar apenas rastros, como sucede cuando se quema la cizaña o la paja, y que arde fácilmente durante algún tiempo pero termina apagándose cuando se consume. A este respecto, el libro de Malaquías, también reitera la idea de que el fuego de Dios tiene una duración limitada en el tiempo: abrasará a los malvados no dejándoles ni raíz ni rama (Malaquías 4:1). Lógicamente, cuando ya no queda nada de vida inicua ¿Qué sentido tiene el fuego si ya ha cumplido su cometido de aniquilación o extirpación del mal del planeta tierra?

Igualmente entendemos que cuando Cristo efectúa el juicio de las naciones y dice, “a los de la izquierda: apartaos de mí, malditos, al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles.” (Mateo25:41), el fuego es eterno en el sentido de que tiene consecuencias eternas: los malvados, los ángeles rebeldes y el diablo, serán consumidos por el fuego de Dios hasta que se produzca la segunda muerte, en el caso de los humanos, y la primera para los seres espirituales rebeldes. De la misma manera interpretamos otros pasajes difíciles de la Sagradas Escrituras que también hablan del “fuego que nunca se apagará”, como pueden ser Marcos 9:44, Lucas 3:17, etc.

Otra cosa muy distinta es cómo pueden ser quemadas las criaturas espirituales como el diablo y sus demonios. Pero esto no nos concierne, pues Dios que las ha creado, también las puede destruir o sabe la forma de quitarles la existencia para siempre.

Lo que estos versos respecto al fuego, ya sea el llovido del cielo o el del lago de fuego, están simbolizando es que Dios ejecuta su juicio sobre el mal haciéndolo desaparecer del universo, de una vez para siempre, y sin dejar más rastro que las señales o marcas de la cruz que Cristo sufrió en su cuerpo, que nos servirán de recordatorio por toda la eternidad. ¿Podríamos ser felices en el cielo, si supiéramos que, en algún lugar del universo, están siendo atormentados nuestros amigos o familiares queridos que no se hayan salvado?

¿Cómo, entonces, podemos entender, la última parte de Apocalipsis 20:10: “…y serán atormentados día y noche por los siglos de los siglos.”?

Sólo como una figura literaria, algo simbólico, al igual, que el fuego eterno, el fuego que nunca se apagará. Del mismo modo como podemos entender Apocalipsis 14:10,11 “…y será atormentado con fuego y azufre delante de los santos ángeles y del Cordero; (11) Y el humo de su tormento sube por los siglos de los siglos. Y no tienen reposo de día ni de noche los que adoran a la bestia y a su imagen, ni nadie que reciba la marca de su nombre.”

Es una forma de hacer énfasis en la gravedad de las consecuencias eternas que produce la maldad. En la expresión del verso 11, “Y el humo de su tormento sube por los siglos de los siglos.”, que es la misma de la parte final de Apocalipsis 20:10, se hace evidente que se trata de una figura retórica, pues claramente es un símbolo el humo de los tormentos de los malvados que sube hasta la presencia de Dios por una eternidad (por los siglos de los siglos).

En el siguiente apartado abordaremos la solución divina al problema del pecado y de la muerte: ¿Era necesario un Salvador que muriese en una cruz?

6. La solución divina al problema del pecado y de la muerte: ¿Era necesario un Salvador que muriese en una cruz?

Los seres humanos en general, como hemos visto, siguen caminando inmersos en la gran confusión de doctrinas y de vanas filosofías, dejándose llevar por las inclinaciones pecaminosas de su naturaleza no renovada, y siendo esclavos del pecado (Romanos 6:16), van a la deriva, sin rumbo, porque no han creído a Dios y en su Palabra. No son conscientes que el tiempo de gracia, dado por Dios a este mundo para que se arrepienta, se agota, y pronto llegará la siega o sea el juicio de Dios (Mateo 24:30; 25:31-46; Apocalipsis 6:14-17; 14:15-20).

Sin embargo, nadie podrá decir ante ese juicio que no se había enterado. Dios ha soportado pacientemente toda impiedad e injusticia de los hombres (Romanos 1:18-2:16). Él mismo, en la persona de Jesucristo, vino a este mundo a rescatar lo que se había perdido, es decir, a la humanidad caída en el pecado: “Porque el Hijo del hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido.” (Lucas 19: 10; Mateo 18:11). Dios nunca ha permanecido callado. Algunos filósofos hablaron del silencio de Dios, pero esto es debido a su incredulidad, porque la Biblia prueba que Dios no está en silencio: “Dios, habiendo hablado muchas veces y de muchas maneras en otro tiempo a los padres por los profetas,(2) en estos postreros días nos ha hablado por el Hijo, a quien constituyó heredero de todo, y por quien asimismo hizo el universo;” (Hebreos 1:1, 2).

En ningún momento Dios se desentendió de este mundo o lo dejó abandonado a su suerte. Por el contrario, desde tiempos antiguos, Él intervino en nuestra historia, eligiendo a hombres justos y a profetas para que predijeran acontecimientos futuros relacionados con la salvación (véase, por ejemplo, Daniel 2; 9:24-27; etc.), anunciaran su voluntad y las buenas nuevas de salvación mediante un Salvador que habría de venir (Isaías 7:14; 53; etc.).

Inmediatamente después de la caída de Adán y Eva, en el pasaje todavía oscuro de Génesis 3:15, Dios les muestra su misericordia y amor al darles un rayo de esperanza cuando les promete que el diablo (la serpiente antigua) sería vencido por “la simiente de la mujer”. Esto es conocido como el protoevangelio, porque, por el Nuevo Testamento, sabemos que la simiente de la mujer a que se refiere el texto es Jesús, nuestro Salvador que había de nacer, alrededor de cuatro mil años después, de la virgen María (Mateo 1:20; Lucas 1:31; Gálatas 4:4).

De entre la generación antidiluviana, destaca Noé, pregonero de justicia que con otras siete personas escaparon del juicio de Dios (2ª Pedro 2:5). Noé predicó, durante ciento veinte años, mientras construía el arca, que vendría el juicio de Dios sobre esa malvada generación mediante un diluvio universal. Como “... Noé halló gracia ante los ojos de Jehová” (Génesis 6:8), Dios hizo un pacto con él y sus descendientes (Génesis 6:18; 9:1; 9:9-13), y les dio como señal del pacto el arco iris en las nubes. Poco después, Dios hizo pacto con Abrahán (Génesis 12:7; 22:18; Hechos 3:25; Gálatas 3:16), con la circuncisión como señal del pacto, y unos cuatrocientos treinta años después, lo estableció con el pueblo de Israel y Moisés (Éxodo 6:4, 19:5, etc.), entregándole la ley (Gálatas 3:17), y como señal del pacto el reposo sabático (Éxodo 31:13-17).

Como cristianos nos interesa especialmente el pacto que Dios hizo con Abraham, pues Dios le dijo, “en tu simiente serán benditas todas las naciones de la tierra, por cuanto obedeciste mi voz” (Génesis 22:18). A esto mismo se refiere el apóstol Pablo aclarándonos, en Gálatas 3:16, que la simiente, por la que serán benditas todas las naciones, es Cristo. Es decir, la promesa de la salvación en Cristo para todo el mundo le es dada a Abrahán.

La herencia de la salvación en Cristo no procede de la ley que se dio a Moisés cuatrocientos treinta años después de la promesa que Dios hizo a Abraham (Gálatas 3:17, 18). Por eso, Pablo afirma en Romanos 3:28: “... que el hombre es justificado por fe sin las obras de la ley.”, y por tanto, nadie se puede salvar haciendo las obras de la ley. Pablo en el capítulo 3 de Gálatas nos explica magistralmente que la salvación viene sólo por la fe en Jesús, y que los cristianos no tienen que tratar de cumplir la ley para ser salvos, sino que estar en Cristo, significa vivir en el Espíritu de Dios que mora en nosotros (Romanos 8:9). El pecado no puede ya esclavizarnos, porque no estamos bajo la ley sino bajo la gracia (Romanos 6:14).

Para profundizar en este tema, ruego, por favor, se lea el capítulo seis entero de la epístola a los Romanos. Para no extendernos demasiado sólo transcribiremos a continuación unos pocos pasajes del capítulo tres de Gálatas que inciden en lo que afirmábamos anteriormente, pero aconsejamos también la lectura con detenimiento de todo este capítulo tres:

Gálatas 3: 6-14

6 Así Abraham creyó a Dios, y le fue contado por justicia. 7 Sabed, por tanto, que los que son de fe, éstos son hijos de Abraham. 8 Y la Escritura, previendo que Dios había de justificar por la fe a los gentiles, dio de antemano la buena nueva a Abraham, diciendo: En ti serán benditas todas las naciones. 9 De modo que los de la fe son bendecidos con el creyente Abraham.

10 Porque todos los que dependen de las obras de la ley están bajo maldición, pues escrito está: Maldito todo aquel que no permaneciere en todas las cosas escritas en el libro de la ley, para hacerlas. 11 Y que por la ley ninguno se justifica para con Dios, es evidente, porque: El justo por la fe vivirá; 12 y la ley no es de fe, sino que dice: El que hiciere estas cosas vivirá por ellas. 13 Cristo nos redimió de la maldición de la ley, hecho por nosotros maldición (porque está escrito: Maldito todo el que es colgado en un madero), 14 para que en Cristo Jesús la bendición de Abraham alcanzase a los gentiles, a fin de que por la fe recibiésemos la promesa del Espíritu.

Estamos viendo como todo encaja maravillosamente en la Palabra de Dios, y como Él va trazando su magnifico plan de la salvación a través de la historia de este mundo, preparando al pueblo de Israel para que fuera depositario de su revelación, y más tarde, en el cumplimiento del tiempo (Daniel 9:24-27; Gálatas 4:4,5), pudiera nacer Jesús, nuestro gran Salvador. Era necesario que Dios mostrara su carácter al mundo, tal como es, mediante su Hijo, Jesucristo, a fin de que diera testimonio de la verdad y alumbrara con su luz (Juan 1:4), a un mundo en rebelión, oscurecido por el pecado, y por la esclavitud de los seres humanos al diablo. Para que de una vez por todas se disiparan las sombras de duda que sobre la santidad y justicia de Dios, había tendido la humanidad caída y rebelde.

Ningún ser creado podía mostrarnos al Padre (Juan 1:18). Sólo Jesús siendo de la misma sustancia del Padre le era factible hacerlo: “...el que me ha visto a mí, ha visto al Padre...”(Juan 14:9 pi.). La justicia y santidad de Dios habían sido puestas en entredicho por las criaturas, y Dios no delegó en otra criatura, quizá un ángel, que viniese al mundo en su lugar para enseñarnos el camino de la verdad y de la vida (Juan 14:6; 8:31,32), sino que vino Él mismo, siendo obediente hasta la muerte en la cruz: “El cual [Cristo Jesús] siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, (7) sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz.” (Filipenses 2:6-8)

Creo que a todos o a una gran mayoría no les será difícil comprender que era necesario que Dios interviniese en la historia de la confusa y rebelde humanidad caída, para mostrarle cuál es el camino de salvación, y nada pudo ser más apropiado que Él mismo, en la persona de Jesús, viniese a vivir personalmente al mundo por Él creado, y con su ejemplo demostrarnos la manera correcta de conducirnos. Nos dijo que lo fundamental era que tuviéramos una relación de amor los unos con los otros y con Dios (Marcos 12:30, 31; Juan 13:34, 35; 15:13; Mateo 5:44); y que la única forma de ser felices (Mateo 5:3-12) era seguirle e imitarlo en todo.

Entonces, ¿por qué si sabemos lo que es bueno no lo hacemos? ¿por qué no seguimos su ejemplo y obedecemos y cumplimos todo lo que nos ha dicho para ser perfectos y felices y conseguir la salvación?

La respuesta es fácil. Porque somos imperfectos y la carne es débil. El cristianismo es algo más que tratar de seguir el ejemplo de Jesús, mediante nuestras propias fuerzas, con sólo nuestra debilitada voluntad por muchos años de pecado y de cometer errores y malos hábitos.

Jesús dijo a Nicodemo, “No te maravilles de que te dije: os es necesario nacer de nuevo” (Juan 3:7). “...el que no naciere del agua y del Espíritu no puede entrar en el reino de Dios” (Juan 3:5 úp.). Cuando aceptamos a Jesús como nuestro salvador personal, el Espíritu Santo nos hace nacer de nuevo convirtiéndonos en nuevas criaturas (2ª Corintios 5:17), y desde ese momento morará en nosotros, y entonces, de nuestro interior “... correrán ríos de agua viva. Esto dijo [Jesús] del Espíritu que habían de recibir los que creyesen en Él;...” (Juan 7:38 úp.39 pp.). Pablo nos confirma que “... Habiendo oído la palabra de verdad, el evangelio de vuestra salvación, y habiendo creído en él, fuisteis sellados con el Espíritu Santo de la promesa (14) que es las arras de nuestra herencia hasta la redención de la posesión adquirida, para alabanza de su gloria. (Efesios 1:13, 14).

El cristianismo, pues, no es una religión de salvación por obras para que nadie pueda jactarse (Romanos 3:27), sino que somos “justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús, (25) a quien Dios puso como propiciación por medio de la fe en su sangre, para manifestar su justicia, a causa de haber pasado por alto, en su paciencia, los pecados pasados, (26) con la mira de manifestar en este tiempo su justicia, a fin de que él sea el justo, y el que justifica al que es de la fe de Jesús.” (Romanos 3:24-26).

El gran apóstol Pablo, al que debemos el desarrollo magistral del asunto de la salvación en Cristo por medio de la sola fe, vuelve a incidir en el mismo tema en Tito 3:5: “[Dios nuestro Salvador] nos salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por su misericordia, por el lavamiento de la regeneración y por la renovación en el Espíritu Santo, (6) el cual derramó en nosotros abundantemente por Jesucristo nuestro Salvador, (7) para que justificados por su gracia, viniésemos a ser herederos conforme a la esperanza de la vida eterna.”

Necesitamos entender correctamente, en primer lugar, el significado bíblico de ser justo o justificado ante Dios, así como el de las palabras justicia y justificación, en segundo lugar, la manera en que Dios realiza este proceso en nosotros, y en tercer lugar, por qué Dios puede al mismo tiempo ser justo y misericordioso con los pecadores. Es decir, cómo Él puede pasar por alto tantos pecados que cometemos continuamente, sin que eso suponga menoscabo en absoluto de su rectitud, santidad y justicia.

Aunque la palabra justicia tiene varias acepciones como pueden ser las de equidad y rectitud entre otras, aquí nos interesa la que tiene un significado forense o legal, y que se establece cuando un juez retribuye a un acusado con una penalización o recompensa que es proporcional y adecuada al tipo de acción que haya cometido éste.

Cómo hemos visto el ser humano es injusto desde la caída de Adán, todos, sin excepción hemos pecado, independientemente de la gravedad o levedad del mismo (Romanos 3:10, 23), y estamos destituidos de la gloria de Dios. “12 Por tanto, como el pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron. (Romanos 5:12). Es decir, puesto que la paga o pena del pecado es la muerte (Romanos 6:23), nuestro destino sería la muerte eterna, si Dios no hubiera intervenido dadnos a su Hijo, “... para que todo aquel en Él cree no se pierda mas tenga vida eterna.” (Juan 3:16 úp.). Porque “De Jehová nuestro Dios es el tener misericordia y el perdonar, aunque contra él nos hemos rebelado,” (Daniel 9:9); también en Daniel 9:24-27; Gálatas 4:4,5, comprobamos que el sacrificio de Jesús estaba profetizado ya en el Antiguo Testamento, incluyendo entre otros detalles, el tiempo exacto, cuándo el Mesías Príncipe había de venir a este mundo para “expiar la iniquidad, para traer la justicia perdurable...”. (Daniel 9:24 pi.).

Justificación es, pues, el perdón de todos nuestros pecados pasados, presentes y futuros. Significa que aun siendo culpables, si aceptamos a Cristo como nuestro sustituto, es decir, que Él lleve sobre sí nuestros pecados, para que reciba la pena de muerte que nos corresponde a nosotros, Dios nos perdona y nos declara justos por la sangre derramada de su Hijo. Ésta es la justicia de Dios que perdona al pecador arrepentido, y para que las transgresiones nuestras no queden sin castigo, recibe Él mismo la pena en la persona de su Hijo Jesucristo. Esto es lo que nos explica claramente el apóstol Pablo en Romanos 3:24-26: “siendo justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús, 25 a quien Dios puso como propiciación por medio de la fe en su sangre, para manifestar su justicia, a causa de haber pasado por alto, en su paciencia, los pecados pasados, 26 con la mira de manifestar en este tiempo su justicia, a fin de que él sea el justo, y el que justifica al que es de la fe de Jesús.”

Ahora bien, todo esto es posible porque Jesús, Hijo de Dios, por obra del Espíritu Santo, es el “Santo ser” que nacerá de una virgen, María (Lucas 1:35). ¿Tiene importancia todo esto? Sin duda mucha, pues si Jesús hubiera sido un descendiente más de Adán hubiera heredado nuestra misma naturaleza caída y pecaminosa, y por tanto, al no ser impecable, no tendría derecho a redimirnos y rescatarnos del pecado. Él ya no podría ser la ofrenda perfecta (Hebreos 10:10, 9:14), el cordero de Dios, sin mancha que quita el pecado del mundo (Juan 1:29), y el único que pudo abrir el libro sellado con siete sellos de Apocalipsis 5 (véase especialmente Apocalipsis 5:4-14).

Otro aspecto implicado en el plan de la salvación es que Jesús es también el postrer Adán, es decir, tiene la misma naturaleza que tuvo Adán antes de la caída (Romanos 5:14 “....el cual [Adán] es figura del que había de venir”) .Es decir, Cristo, en contraposición a Adán, vencerá al pecado en todo donde no fue capaz aquél, y ganará para nosotros el derecho de imputarnos su justicia, al igual que por causa de Adán nos fue imputada su culpa. (Véase Romanos 5:12-19). Aquí sólo transcribimos los versos 18, 19, 21 de Romanos 5.

Romanos 5:18, 19, 21

18 Así que, como por la transgresión de uno vino la condenación a todos los hombres, de la misma manera por la justicia de uno vino a todos los hombres la justificación de vida. 19 Porque así como por la desobediencia de un hombre los muchos fueron constituidos pecadores, así también por la obediencia de uno, los muchos serán constituidos justos. 21 para que así como el pecado reinó para muerte, así también la gracia reine por la justicia para vida eterna mediante Jesucristo, Señor nuestro.”

El plan de la salvación de Dios para humanidad es apasionante, y digno que meditemos en él con mucha oración, para que el Señor nos desvele poco a poco, los muchos aspectos y facetas que están revelados en su Palabra, y que Él nos irá descubriendo, en la medida que estudiemos la Biblia.

Quizá ahora empezamos a comprender, por qué Cristo tuvo que morir para saldar la deuda del pecado, salvándonos así de la muerte eterna y mostrando al mundo hasta donde llega el amor y misericordia de Dios. La cantidad y calidad de los terribles sufrimientos que padeció hasta morir crucificado en la cruz son sólo pruebas del grado de maldad y degradación a que ha llegado la humanidad, que no sólo no le reconoció como Dios sino que le asesinó.

Jesús no fue un mártir más, porque Él ofreció su vida voluntariamente. Tenía poder para poner su vida en sacrificio y para tomarla de nuevo (Juan 10:17: “Por eso me ama el Padre, porque yo pongo mi vida para volverla a tomar.”; véase también Juan 10:11, 15; 15:13), como hizo en la resurrección. Los sacrificios de los animales que hacían los sacerdotes en el santuario terrenal del Antiguo Testamento eran sombra y figura del sacrificio perfecto de Cristo en la cruz: “El Cordero de Dios que quita el pecado del mundo”. Según la ley del pacto antiguo, sin derramamiento de sangre no había remisión de pecados (Hebreos 9:22), lo que prefiguraba la muerte de nuestro Salvador. El libro de Hebreos tiene muchos pasajes que aclaran aún más si cabe este punto, explicándonos más detalles de por qué Jesús debía morir. Veámoslos:

Hebreos 9:13-17, 25-28:

13 Porque si la sangre de los toros y de los machos cabríos, y las cenizas de la becerra rociadas a los inmundos, santifican para la purificación de la carne, 14 ¿cuánto más la sangre de Cristo, el cual mediante el Espíritu eterno se ofreció a sí mismo sin mancha a Dios, limpiará vuestras conciencias de obras muertas para que sirváis al Dios vivo?

15 Así que, por eso es mediador de un nuevo pacto, para que interviniendo muerte para la remisión de las transgresiones que había bajo el primer pacto, los llamados reciban la promesa de la herencia eterna. 16 Porque donde hay testamento, es necesario que intervenga muerte del testador. 17 Porque el testamento con la muerte se confirma; pues no es válido entre tanto que el testador vive.

25 y no para ofrecerse muchas veces, como entra el sumo sacerdote en el Lugar Santísimo cada año con sangre ajena. 26 De otra manera le hubiera sido necesario padecer muchas veces desde el principio del mundo; pero ahora, en la consumación de los siglos, se presentó una vez para siempre por el sacrificio de sí mismo para quitar de en medio el pecado. 27 Y de la manera que está establecido para los hombres que mueran una sola vez, y después de esto el juicio, 28 así también Cristo fue ofrecido una sola vez para llevar los pecados de muchos; y aparecerá por segunda vez, sin relación con el pecado, para salvar a los que le esperan.”

Aun no queriendo ser excesivamente exhaustivos, a fin de una mejor comprensión de los pasajes bíblicos, hemos preferido transcribir todos esos textos de Hebreos que relacionan la muerte de Cristo con el quitar el pecado de muchos. Por tanto, sin la muerte expiatoria de Cristo no habría habido salvación. A continuación, y para finalizar este apartado, citaremos un solo versículo más de Hebreos, que también es muy clarificador, porque afirma que la muerte de Jesucristo era necesaria para poder destruir al que tenía el imperio de la muerte, esto es, al diablo, cumpliendo así la promesa dada a Adán en Génesis 3:15, donde se refería que la descendencia de la mujer, es decir, Cristo heriría en la cabeza a la serpiente, o sea, mortalmente.

Hebreos 2:14, 15:

14 Así que, por cuanto los hijos participaron de carne y sangre, él también participó de lo mismo, para destruir por medio de la muerte al que tenía el imperio de la muerte, esto es, al diablo, 15 y librar a todos los que por el temor de la muerte estaban durante toda la vida sujetos a servidumbre.”

7. Conclusión: ¿Por qué sólo Jesucristo puede salvarnos y nadie más?

De los apartados anteriores se desprenden las razones y argumentos que presentan a Jesucristo como el perfecto Salvador, el Cordero sin mancha de Dios, inmolado para quitar el pecado del mundo (Juan 1:29; Apocalipsis 5). En este apartado, sólo trataremos de ofrecer un resumen de lo que nos parece más significativo e importante, acompañándolo e incidiendo en aspectos del plan de salvación que han quedado poco desarrollados o sin tratar.

La teoría de la evolución, que afirma que los seres humanos provienen de especies menos complejas, que a fuerza de millones de años han ido evolucionando, acumulando pequeñas variaciones, convirtiéndose en más y más complejas hasta llegar a los simios, y de ahí, con lo que se pretende que sea un pequeño salto, al hombre, no se ha podido demostrar en absoluto. Creer en ello significa atribuir capacidad de diseño inteligente a la naturaleza, para tratar de evitar la creencia en un Dios creador y sustentador del universo y de todas las cosas. Es ejercer fe en las cosas creadas en lugar de tenerla en el Creador.

La ciencia no puede pretender entrar en el campo de la religión ni viceversa. La Biblia da respuesta al problema del mal, del pecado y de la muerte, lo que no puede conseguir de ninguna manera aquella, porque ello está fuera de lo observable y medible. A La ciencia le corresponde el estudio de los datos empíricos y observables, y de ninguna manera lo demás.

¿Qué nos impide, aparte de la teoría de la evolución de las especies, creer que Dios creó a unos seres libres y perfectos como fueron Adán y Eva? ¿Por qué no aceptar que esta primera pareja humana, haciendo uso de su libertad decidió desobedecer a Dios, lo que ocasionó su caída, y de donde procede nuestra naturaleza pecaminosa y la muerte?

¿No es lógico pensar que, si Dios es la Verdad y el Bien supremo, cuando nos separamos de Él, pretendiendo conducir nuestras vidas independientemente de Su voluntad, fácilmente caemos en el error y en el pecado, siendo degradados paulatinamente por éste, hasta llegar a la muerte?

La caída de la humanidad es algo observable desde que se conoce la historia del hombre. Desde que Caín mató Abel, innumerables crímenes de todo tipo se han cometido en todos las épocas, sin contar las terribles, sangrientas y frecuentes guerras que han plagado toda el planeta tierra. ¿No es todo eso prueba irrefutable de que el pecado existe?

¿No son, el nacimiento virginal de Jesús, su vida impecable, muerte vicaria y resurrección de entre los muertos, pruebas de que Él es el Salvador de la humanidad caída?

¿Ha habido en la historia del mundo alguien que hiciera los grandes milagros que realizó Jesús, que reuniera en su vida, las características y virtudes que nadie discute y que además resucitara, apareciéndose a más de quinientos creyentes (1ª Corintios 15:6), y que fuera tan importante hasta el extremo de dar nombre a una era, a la cual pertenecemos?

¿Por qué Jesús es el único que puede salvarnos del pecado y de la muerte?


  1. Porque Él es el Mesías prometido por Dios al pueblo de Israel. La simiente de la mujer prometida a Adán (Génesis 3:15; Gálatas 4:4); la simiente de Abraham por la que serían benditas todas las naciones (Génesis 22:18; Gálatas 3:16). Su venida a la tierra con la misión de expiar el pecado del mundo, fue anunciada con precisión por varios profetas (Ver, por ejemplo, Isaías 53). A Daniel, incluso, un ángel le revela el tiempo exacto del comienzo del ministerio y muerte vicaria de Jesús, que sería al final del periodo de unos tres años, que corresponde a la mitad de la última semana de años de la profecía de las setenta semanas de Daniel 9:24-27.

No pretendemos ser exhaustivos transcribiendo todas las profecías del Antiguo Testamento que anuncian las características de la vida, misión y futura venida del Mesías. Sólo citaremos algunas de ellas contenidas en el libro de Isaías, que sin duda hacen una descripción detallada de cómo sería el Mesías. Por ejemplo, véase Isaías 7:14; 9:6, en las que se predice su nacimiento virginal, y que sería llamado “Dios fuerte, Padre eterno, Príncipe de paz”. Por brevedad, del capitulo 53 de Isaías, que recomendamos leerlo todo, sólo destacaremos a continuación unos pocos versículos que inciden o confirman una vez más que la obra de Cristo tiene un carácter de expiación de nuestros pecados. Comprobémoslo:

Isaías 53:5-7; 10-12

5 Mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados. 6 Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, cada cual se apartó por su camino; mas Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros.

7 Angustiado él, y afligido, no abrió su boca; como cordero fue llevado al matadero; y como oveja delante de sus trasquiladores, enmudeció, y no abrió su boca.

10 Con todo eso, Jehová quiso quebrantarlo, sujetándole a padecimiento. Cuando haya puesto su vida en expiación por el pecado, verá linaje, vivirá por largos días, y la voluntad de Jehová será en su mano prosperada. 11 Verá el fruto de la aflicción de su alma, y quedará satisfecho; por su conocimiento justificará mi siervo justo a muchos, y llevará las iniquidades de ellos. 12 Por tanto, yo le daré parte con los grandes, y con los fuertes repartirá despojos; por cuanto derramó su vida hasta la muerte, y fue contado con los pecadores, habiendo él llevado el pecado de muchos, y orado por los transgresores.


  1. Porque Él nos rescató de nuestra vana manera de vivir, la cual recibimos de nuestros padres, no con cosas corruptibles, como oro o plata, (19) sino con la sangre preciosa de Cristo, como un cordero sin mancha y sin contaminación, (20) ya destinado desde antes de la fundación del mundo, pero manifestado en los postreros tempos por amor de vosotros,” (1ª Pedro 1:18-20). Dios no fue sorprendido por el pecado de la humanidad, pues antes de la fundación del mundo, Cristo había sido predestinado para expiar el pecado de los seres humanos.


  1. Porque el Hijo del Hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido.” (Lucas 19:10; Mateo 18:11). Nadie en la historia de la humanidad afirmó de sí mismo, lo que Jesús aseguró que Él era.


  1. Porque el vino para dar su vida en rescate por muchos: “Como el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos.( Mateo 20:28; Marcos 10:45: 1ª Timoteo 2:6). En este y otros textos también encontramos el concepto de rescate.


  1. Porque Él es la luz del mundo, el que le sigue no andará en tinieblas (Juan 8:12). Él es el camino, la verdad y la vida, nadie va al Padre sino por Él (Juan 14:6). El único mediador entre Dios y los hombres (1ª Timoteo 2:5).


  1. Porque “en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos.” (Hechos 4:12).


  1. Porque Él es la propiciación por nuestros pecados (1ª Juan 2:2; Romanos 3:25). “En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó a nosotros, y envió a su Hijo en propiciación por nuestros pecados.” (1ª Juan 4:10). El sacrificio u ofrenda por el pecado del Hijo de Dios nos hace “propicios” al Padre y nos reconcilia con Él cuando aceptamos que Cristo murió en nuestro lugar.


  1. Porque nos reconcilió consigo mismo por Cristo “...Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo, no tomándoles en cuenta a los hombres sus pecados, y nos encargó a nosotros la palabra de reconciliación.” (2ª Corintios 5:18,19). ¿Podía Dios mostrarnos su gran amor de una manera más sublime? A pesar de nuestra rebelión y pecados, Dios no nos abandona a nuestro destino mortal sino que envía a su único Hijo para que toda aquel que en Él cree no se pierda sino tenga vida eterna (Juan 3:16), y no sólo eso sino también nos encarga a nosotros, los cristianos que prediquemos a otros las buenas nuevas de salvación para que los demás también se reconcilien con Él. (Ver también Romanos 5:10).


  1. Porque lo que era imposible para la ley, por cuanto era débil por la carne, Dios, enviando a su Hijo en semejanza de carne de pecado y a causa del pecado, condenó al pecado en la carne; (4) para que la justicia de la ley se cumpliese en nosotros, que no andamos conforme a la carne, sino conforme al Espíritu.” (Romanos 8:3,4). Otro texto que indica que Cristo, lleva nuestro pecado, y se pone en nuestro lugar, nos sustituye para recibir la pena por nuestros pecados. Es decir, Él cumple toda la ley por nosotros alcanzando la perfecta justicia en su vida y en sus obras, y nos la imputa o atribuye a nosotros que no cumplimos la ley porque somos pecadores, siempre y cuando no andemos conforme a la carne sino conforme al Espíritu.


  1. Porque “Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que fuésemos hechos justicia de Dios en Él.” (2ª Corintios 5:21). Otro pasaje más que recalca que Cristo ocupa nuestro lugar, llevando la carga de nuestro pecado, y nos imputa su justicia, la que Él ha conseguido con su muerte vicaria.


  1. Porque Jesús como hombre perfecto, sin mancha de pecado, toma el lugar de Adán, como postrer Adán (Romanos 5:12-21), para recuperar a la humanidad que cayó en el pecado por culpa del primer ser humano creado por Dios, cargando sobre sí mismo la culpa de aquel y de todas las criaturas humanas, y así reconciliarnos con Dios.


  1. Porque sólo Jesús podía realizar la expiación y propiciación por nuestros pecados pues en “...Él habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad.” (Colosenses 2:5). Porque Él es santo (Lucas 1:35; Mateo 1:21-23). Porque el Verbo era Dios. (Juan 1:1), y sólo Dios podía rescatarnos y redimirnos (Romanos 3:24


  1. Porque Cristo Jesús “...nos ha sido hecho por Dios sabiduría, justificación, santificación y redención (31) para que, como está escrito: El que se gloría, gloríese en el Señor. (1ª Corintios 1:30, 31). En el contexto de estos versos, el apóstol Pablo nos dice que puesto que la sabiduría del mundo no conoció a Dios, “agradó a Dios salvar a los creyentes por la locura de la predicación”, la palabra de la cruz es poder de Dios, la predicación acerca de Cristo crucificado es locura para los gentiles, “mas para los llamados, así judíos como griegos, Cristo poder de Dios, y sabiduría de Dios.” (1ª Corintios 1:18-24). Para que nadie se jacte de que sus propios conocimientos y sabiduría son los que le salvan, Pablo reitera que sólo en Cristo Jesús encontramos todo lo necesario para la salvación, es decir, sabiduría o conocimiento de Dios y de su voluntad, justificación que cubre nuestros pecados, santificación que nos aparta y consagra para Dios, al tiempo que nos hace día a día más puros, y redención que implica el pago de la sangre de Cristo para rescatarnos de la penalidad del pecado.


  1. Porque Jesús es nuestro Redentor (Isaías 59:20; Lucas 24:21). En la antigüedad, la redención consistía en conseguir la libertad del esclavo mediante un pago. Es evidente que Él pagó el precio de nuestra redención con su sangre (Efesios 1:7; Colosenses 1:14: “en quien [Cristo] tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados.” ). Pero aparte de saldar la deuda de nuestro pecado, nos redimió de toda iniquidad (Tito 2:14) y de la maldición de la ley (Gálatas 3:13), para hacernos nuevas criaturas en Él (2ª Corintios 5:17), y que andemos en novedad de vida (Romanos 6:4). Nos redimió para hacer de nosotros criaturas que caminen en santidad y pureza de vida.


  1. Porque Jesucristo es el único que venció a la muerte con su muerte y resurrección: “Porque por cuanto la muerte entró por un hombre, también por un hombre la resurrección de los muertos (22) Porque así como en Adán todos mueren en cristo todos serán vivificados, (23) pero cada uno en su debido orden: Cristo, las primicias; luego los que son de Cristo, en su venida.” (1ª Corintios 15:21-23). Porque Jesús dijo: “...Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá. 26 Y todo aquel que vive y cree en mí, no morirá eternamente. ¿Crees esto?” (Juan 11:25, 26). Pablo, en 2ª Timoteo 1:10, también afirma que “... nuestro Salvador Jesucristo, el cual quitó la muerte y sacó a luz la vida y la inmortalidad por el evangelio,” (Véase también Hebreos 2:14; Apocalipsis 1:18; Juan 6:51; 5:28,29).

A lo largo de este estudio, hemos empezado a vislumbrar la riqueza de significado que tiene el sacrificio de Jesucristo en la cruz:

Su muerte vicaria en lugar de la nuestra; el justo, inocente, impecable Cordero de Dios que muere para salvar a los injustos y pecadores seres humanos.

Además, también hemos tratado, aunque brevemente, otros aspectos del inconmensurable sacrificio de Jesús como son los siguientes: Sabiduría o conocimiento de Dios, expiación, propiciación, redención, rescate, justificación, reconciliación y santificación (1ª Corintios 1:30). Por tanto, si aceptamos con fe, al Cordero de Dios como el que realiza todo esto en nosotros, o sea, que [Jesús, Señor nuestro] “fue entregado por nuestras transgresiones, y resucitado para nuestra justificación.” (Romanos 4:25), seremos, “Justificados, pues por la fe, [tendremos] paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo”. (Romanos 5:1).

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* Las referencias bíblicas están tomadas de la versión Reina Valera de 1960 de la Biblia. Las negrillas y los subrayados realizados al texto bíblico son nuestros.


i Véase página 123 del libro ¿Hay alguien ahí? de David Galcerá, Editorial Clie.


ii Véase página 124 del libro ¿Hay alguien ahí? de David Galcerá, Editorial Clie.


iii En el menú Antropología bíblica de la Web: www.amistadencristo.com, se presentan varios artículos que abordan temas relacionados con el alma y la vida consciente después de la muerte.







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