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jueves, 10 de enero de 2008

¿Por qué Dios mandó a Israel destruir pueblos y naciones en el Antiguo Testamento?

Cómo entender las guerras y violencia en el Antiguo Testamento

Versión 10-01-08

Carlos Aracil Orts

1. Introducción.[i]

Mucha gente, creyente e incrédula, se ha escandalizado al comprobar la gran cantidad de guerras y hechos violentos que se relatan en el Antiguo Testamento de la Biblia. Hasta tal extremo eso fue así, que en épocas pasadas hubo personas en la iglesia cristiana (Movimiento marcionita, iniciado por Marción de Sínope, en el siglo II de nuestro era[ii]) quienes llegaron a afirmar que el Antiguo Testamento no debería ser aceptado como Escritura inspirada para el mundo cristiano, y que el Dios del Antiguo Testamento y de los judíos no era el mismo que se ha revelado mediante Jesucristo en el Nuevo Testamento.

Hoy en día, aún sigue la polémica entre algunos sectores del mundo cristiano que lo rechazan. En general y desde un punto de vista no creyente, con la perspectiva, actual basada en los derechos humanos, las destrucciones masivas realizadas por el Israel bíblico, ordenadas por Yahvé, se califican como auténticos genocidios, que se consideran de una gran crueldad, al no respetar ni siquiera las vidas de los niños. Vamos a citar, sólo un texto de los muchos que existen referidos a acciones violentas, cómo ejemplo de las mismas:

1ª Samuel 15:3:

“3 Ve, pues, y hiere a Amalec, y destruye todo lo que tiene, y no te apiades de él; mata a hombres, mujeres, niños, y aun los de pecho, vacas, ovejas, camellos y asnos.”

En el presente ensayo no pretendemos dar la respuesta definitiva, ni completa, fundamentalmente porque es muy compleja y nos desbordaría, pero sí, plantear la forma y la perspectiva desde la que se debería abordar este problema.

Nos limitaremos a intentar explicar la necesidad o razón de las guerras santas, o sea las que, el pueblo elegido por Dios en la Tierra, tenía necesariamente que llevar a cabo por tratarse de órdenes directas de Dios, y eran imprescindibles para la supervivencia de Israel, y por tanto, para la consecución del plan de salvación diseñado por Dios mediante la venida del Mesías a ese pueblo.

En el Antiguo Testamento se describen, además de varios casos de intervención directa de Dios en la historia de la humanidad mediante acciones y obras prodigiosas, otros muchos hechos y conductas violentas que testimonian claramente cual es la condición del ser humano caído, y su constante inclinación al mal. Los autores inspirados de las Sagradas Escrituras, a diferencia de los autores seculares de obras humanas, no han tratado de enmascarar u ocultar ninguna acción y hecho violento, por más crueles y sanguinarios que fueran.

La historia del Antiguo Testamento es, en cierta medida, la historia de la humanidad que está plagada de guerras y de maldad. Por tanto, no es objeto de este ensayo explicar la multitud de violencia existente, pues ella es responsabilidad, única y exclusiva, de los seres humanos. Nuestro estudio se centra, como ya hemos dicho, en las guerras ordenadas por Dios, y no en las guerras y violencia que provienen de la condición malvada de los seres humanos (Santiago 4:1).

Trataremos, pues, de situarnos en el marco geográfico-histórico, contexto bíblico, y circunstancias singulares que pueden haber concurrido en los eventos o acciones violentas y guerras santas ordenadas por Dios.

2. Marco Geográfico-Histórico

La tierra de Canaán, llamada más tarde Palestina, donde se establece el pueblo de Israel después de su conquista, estaba situada entre Egipto y Mesopotamia, las cuales representaban las dos grandes civilizaciones de la historia antigua. Se trata de una zona estratégica de casi obligado paso para evitar el desierto de Arabia. Además, muy importante, por la cercanía a la encrucijada de África con Asia. Por estos motivos se producían constantes guerras entre tribus que invadían Mesopotamia, y otras veces eran provocadas por Egipto, en su deseo de anexionarse los territorios de esa franja costera tan vital.

Por ejemplo, la invasión de los amorreos, hacia el año 2000 a. C, establece el antiguo imperio babilónico, cuyo rey Hammurabi (siglo XVIII a.C.) aún nos resulta algo familiar por la fama que le dio su elaborado código de leyes.

El tiempo en el que vivieron los patriarcas, Abraham, Isaac y Jacob, se estima, aproximadamente, comprendido de 2000-1700 a. C. Se ha calculado que Jacob y sus hijos migraron a Egipto cuando gobernaban los hicsos, pueblo semita que conquistó Egipto y dominó hasta mediados del siglo XVI a. C (1675-1580 a. C[iii].). El periodo de estancia del pueblo hebreo en Egipto se revela en la Biblia, como veremos a continuación. El Éxodo del pueblo de Israel tuvo que ocurrir durante el periodo que se conoce como el del Imperio Nuevo de Egipto (1546-1085 a. C).

La Biblia nos desvela en Génesis 15:13, la predicción de Jehová a Abraham de un periodo de esclavitud de 400 años para su descendencia, y en Hechos 7:6, Esteban también relata que la descendencia de Abraham “sería extranjera en tierra ajena, y que los reducirían a servidumbre y los maltratarían, por cuatrocientos años.” (Hechos 7:6).

Por otro lado, el libro de Éxodo confirma este dato y especifica, concretamente, que “el tiempo que los hijos de Israel habitaron en Egipto fue cuatrocientos treinta años.(Éxodo 12:40, 41). Además, esta cifra es nuevamente citada y confirmada por el apóstol Pablo en el Nuevo Testamento. Lo podemos leer en la epístola a los Gálatas 3:16, 17, donde Pablo explica la promesa que Dios hizo a Abraham, que de su simiente procedería Cristo, nuestro Salvador, y que la ley que Dios dio a su pueblo, o sea, el llamado primer Pacto, o Pacto antiguo, se estableció 430 años después de esa promesa que Dios hizo a Abraham.

Por tanto, tenemos claro que el lapso de tiempo que transcurrió, desde la promesa dada por Dios a Abraham hasta que se produjo el rescate del pueblo de Israel que estaba esclavizado en Egipto y se promulgó la ley en el Sinaí, fue de unos cuatrocientos treinta años.

Aunque la fecha exacta en que comenzó el Éxodo no es vital para nuestra fe, sí es interesante ubicarla en algún momento de la historia de la Humanidad, a fin de que podamos darnos cuenta de la situación y creencias de los pueblos que rodearon Israel, y que tanto influyeron en su conducta y religión. Dependiendo de la fecha que se estime para el tiempo en que Abraham recibió de Dios la promesa citada antes, pero que podría ser alrededor del 1900 a. C., sería razonable fijar hacia el año 1450 a. C, como fecha aproximada y en números redondos, el comienzo del Éxodo bíblico de Israel.

3. El Nuevo Testamento se fundamenta sobre el Antiguo.

Por lo descrito anteriormente, hemos podido comprobar que no seríamos capaces de entender casi nada del Nuevo Testamento, sino tuviéramos el Antiguo Testamento junto con el Nuevo, los cuales forman el maravilloso libro que llamamos la Biblia, la cual contiene toda la Revelación del Plan de Dios para la salvación de la Humanidad.

El Nuevo Testamento empieza en el evangelio según San Mateo que en su primer versículo afirma que “...Jesucristo, hijo de David, hijo de Abraham” (Mateo 1:1), y a continuación nos presenta a todos los patriarcas Isaac, Jacob, etc. etc.

Todo en el Antiguo Testamento señala y enfoca hacia el Mesías de la promesa, que esbozada ya a Adán en Génesis 3:15, se renovaba a Noé (Génesis 9: 9, 11, 13), se confirmaba a los patriarcas, se predecía e identificaba con el Mesías venidero (Isaías 53) y se cumplía con el nacimiento, vida, muerte y resurrección de Jesús, el Cristo, en tiempos del Nuevo Testamento (Mateo 1:21-23; Lucas 1:31-35; 2:7; Romanos 4:16; Gálatas 4:4,5).

Jesús mismo citó y respaldó todo el Antiguo Testamento en muchas ocasiones. Por ejemplo: En Mateo 5:17, Él afirma que no ha venido para abrogar la ley o los profetas, sino para cumplir todo lo que se refiere a Él. Sabemos que “la Ley y los profetas” era la manera que tenía el pueblo judío para referirse a todo el Antiguo Testamento, es decir, todas las Sagradas Escrituras que fueron confiadas al pueblo de Israel.

Además, Jesús, en Mateo 5:18, declara solemnemente: “Porque de cierto os digo que hasta que pasen el cielo y la tierra, ni una jota ni una tilde pasará de la ley, hasta que todo se haya cumplido.”

Algunos han puesto en duda la existencia de algunos eventos importantes que se relatan en el Antiguo Testamento, y que describen la acción directa de Dios para castigar la maldad de los seres humanos que vivieron en esas épocas, como son, el Diluvio universal, y la destrucción de las ciudades de Sodoma y Gomorra. Sin embargo, Jesús confirmó la veracidad de tales acontecimientos cuando aludió a ellos en los textos del Nuevo Testamento que transcribimos a continuación:

Las mismas palabras de Jesús declaran la existencia del Diluvio:

Mateo 24:36-39 (Ver también Lc. 3:36;17:26,27; 1 P. 3:20; 2 P. 2:5; Heb. 11:7.)

36 Pero del día y la hora nadie sabe, ni aun los ángeles de los cielos, sino sólo mi Padre. 37 Mas como en los días de Noé, así será la venida del Hijo del Hombre. 38 Porque como en los días antes del diluvio estaban comiendo y bebiendo, casándose y dando en casamiento, hasta el día en que Noé entró en el arca, 39 y no entendieron hasta que vino el diluvio y se los llevó a todos, así será también la venida del Hijo del Hombre.”

Y la existencia de Sodoma y Gomorra.

Mateo 10:15 (Ver también Mat. 11:23,24; Mr. 6:11; Lc. 10:12; 17:29); De Pablo: Rom. 9:29: De Pedro: 2 P. 2:6; De Judas: Judas 7.)

“15 De cierto os digo que en el día del juicio, será más tolerable el castigo para la tierra de Sodoma y de Gomorra, que para aquella ciudad.”

El Antiguo Testamento es totalmente inspirado por Dios.

En tiempos del apóstol Pablo, no existían otras Sagradas Escrituras escritas que el Antiguo Testamento, y a éste se refiere Pablo cuando lo recomienda a Timoteo en la segunda epístola:

2ª Timoteo 3:15-17 (Véase además 2ª Pedro 1:19-21)

“15 y que desde la niñez has sabido las Sagradas Escrituras, las cuales te pueden hacer sabio para la salvación por la fe que es en Cristo Jesús. 16 Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, 17 a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra.”

4. ¿El Dios del Antiguo Testamento es el mismo que el del Nuevo Testamento?

La respuesta es absolutamente obvia, pues ya hemos comprobado que Jesús y los apóstoles consideran que todo el Antiguo Testamento es inspirado por Dios, y este Dios tiene los mismos atributos en toda la Biblia.

Como ejemplo, citaremos sólo algunos de los atributos que le identifican como verdadero y único Dios:

- Dios es el Creador (Génesis 1:1; Éxodo 20:11; Isaías 45:12)

- Eterno (Deut. 33.27; Sal. 90:2)

- Omnipotente (Génesis 17:1; Éxodo 6:3)

- Santo (Salmo 99:9; Isaías 5:16; Levítico 11:44,45; 16:2; 1ª Pedro 1:16)

- No hay otro Dios. (Isaías 45:5; 46:9)

- El único que conoce el futuro ((Isaías 46:10)

- El autor de la paz ((Isaías 45:7)

- Misericordioso y justo. (Éxodo 34:6; Salmo 145:9; Nehemías

- Etc. etc.

Dios se identifica así mismo en el Antiguo Testamento, cuando se dirige a Moisés en Éxodo 3:14, como el que tiene existencia en sí mismo (“Yo soy el que soy”), y también, de forma más personal, como “el Dios de tu padre, Dios de Abraham, Dios de Isaac, y Dios de Jacob” (Éxodo 3:6). Las palabras de Jesús, según los evangelios de Mateo y Lucas confirman que se trata del mismo Dios:

"Pero respecto a la resurrección de los muertos, ¿no habéis leído lo que os fue dicho por Dios, cuando dijo: Yo soy el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob? Dios no es Dios de muertos, sino de vivos. Oyendo esto la gente, se admiraba de su doctrina." (Mateo 22:31-33: Véase además Lucas 20:37-38).

5. Contexto bíblico previo al surgimiento del pueblo de Israel.

Desde el inicio de la historia del mundo, las consecuencias de la desobediencia y rebeldía del hombre hacia Dios se hicieron pronto evidentes, con el primer acto de violencia: Caín mató a Abel (Génesis 4:8). A partir de ese momento, la maldad y violencia se extienden y se multiplican sobre la tierra vertiginosamente alcanzando, en mayor o menor grado, a todos los hombres: “Y vio Jehová que la maldad de los hombres era mucha en la tierra, y que todo designio de los pensamientos del corazón de ellos era de continuo solamente el mal...7 y dijo Jehová: Raeré de sobre la faz de la tierra a los hombres que he creado, desde el hombre hasta la bestia, y hasta el reptil y las aves del cielo;...” (Génesis 6:5,7).

La humanidad antes del diluvio había llegado a un punto de depravación moral que hizo necesario que Dios pusiera límites a la misma. Dios eligió a Noé como pregonero de justicia (Génesis 6:8; 2ª Pedro 2:5), y mediante él fueron los antediluvianos advertidos durante 120 años del castigo que les sobrevendría sino se arrepentían. Pasado el tiempo de gracia que Dios les dio, sólo la familia de Noé, ocho personas en total, se salvó.

Nuevamente, Dios ordena, a Noé y su familia, al igual que hizo con la primera pareja de la Creación, “Fructificad y multiplicaos, y llenad la tierra” (Génesis 9:1,7). Consumado el fracaso de vivir en paz de los primeros pobladores de la tierra, se demuestra que los seres humanos no pueden vivir de espaldas a Dios, es decir, sin obedecerle ni reconocerle como Dios.

Con Noé, pues, Dios da una segunda oportunidad al mundo, haciendo pacto con él, dándole instrucciones, y estableciendo la señal del pacto “el arco en las nubes”, que representa la seguridad de que nunca más habrá un diluvio (Génesis 9:11).

A partir de aquí, Dios irrumpe, decisivamente, en la historia de este mundo eligiendo a los patriarcas y comunicándose con ellos con el propósito de establecer un pueblo santo en la tierra que diera testimonio de Él, fuera guardián y depositario de su Palabra, y mediante el cual Cristo se manifestaría en la carne: “E indiscutiblemente grande es el misterio de la piedad: Dios fue manifestado en carne, Justificado en el Espíritu, visto de los ángeles, predicado a los gentiles, creído en el mundo, recibido arriba en gloría.” (1ª Timoteo 3:16; véase también Gálatas 4:4; Daniel 9:24-26).

Primeramente, pues, llama a Abraham y le da la promesa: “...Y serán benditas en ti todas las familias de la tierra.” (Génesis 12:3 úp). Ésta es una declaración muy importante porque afecta positivamente a todo el futuro de la Humanidad. Debemos, pues, preguntarnos, ¿por qué serían benditas en Abraham todas las familias de la tierra? Ésta bendición dada a Abraham es abarcante porque no sólo se refiere al futuro pueblo de Israel sino que incluye a todos los gentiles. En ella se encuentra comprendido el plan de salvación de Dios para los seres humanos. Dios acaba de poner la base de la salvación que es la fe demostrada por este gran patriarca. Él creyó todas las promesas de Dios cuando parecía imposible que se cumplieran (Hebreos 11:8-19), y en Génesis 15:6, se confirma “Y creyó a Jehová, y le fue contado por justicia”.(Ver también Romanos 4:3; Gál 3:6; Sant.2:23).

Por tanto, Abraham mediante la fe, obediencia, y fidelidad a Dios recibió la promesa de la bendición de todas las familias de la tierra, porque de su descendencia nacería Jesús (Génesis 12:7; Mateo 1:1; Hechos 7:5; Gál. 3:16), por el cual recibimos la justificación, es decir, somos salvos por medio de la fe cuando lo aceptamos como nuestro Salvador personal. Así nos lo ratifica el apóstol Pablo en Gálatas 3:8: “Y la Escritura, previendo que Dios había de justificar por la fe a los gentiles, dio de antemano la buena nueva a Abraham, diciendo: En ti serán benditas todas las naciones.” . Y estas son las buenas nuevas de salvación, o sea el evangelio de la gracia para todo creyente en Cristo.

Como hemos podido ver, la mayor parte del Antiguo Testamento es la historia de la preparación de un pueblo especial y santo que recibirá al Mesías de la promesa hecha a Abraham y renovada a todos demás patriarcas, por el que se obtiene el perdón de los pecados (Daniel 9:24).

6. Israel, el pueblo elegido, y las leyes que Dios le dio.

Dios promete a Abraham que dará la tierra de Canaán a su descendencia (Génesis 12:7). Esta promesa se concreta, especificando los límites físicos de esa tierra y los pueblos que comprende, en Génesis 15:18-21: “18 En aquel día hizo Jehová un pacto con Abram, diciendo: A tu descendencia daré esta tierra, desde el río de Egipto hasta el río grande, el río Éufrates; 19 la tierra de los ceneos, los cenezeos, los admoneos, 20 los heteos, los ferezeos, los refaítas, 21 los amorreos, los cananeos, los gergeseos y los jebuseos.”

Sin embargo, Abraham no vería el cumplimiento de esa promesa, porque él moriría mucho antes. En Génesis 15:13,14, Dios predice que antes que se pudieran cumplir sus propósitos, todavía su descendencia tendría que morar en tierra ajena durante 400 años: “13 Entonces Jehová dijo a Abram: Ten por cierto que tu descendencia morará en tierra ajena, y será esclava allí, y será oprimida cuatrocientos años. 14 Mas también a la nación a la cual servirán, juzgaré yo; y después de esto saldrán con gran riqueza.” Por lo que sigue de la Escritura sabemos que esa tierra ajena sería Egipto, que sería juzgado por Dios por oponerse a dejar salir a su pueblo.

Los designios y propósitos de Dios no se realizan arbitrariamente sino que Él tiene en cuenta a todas las personas, y elige o permite que las cosas sucedan de forma adecuada, justa, respetando la libertad del ser humano, y actuando providentemente en el tiempo conveniente. Génesis 15:16 es un versículo que nos da una clave importante: la conquista de Canaán no se acometería mientras la maldad de esos pueblos no hubiera llegado a su colmo: “16 Y en la cuarta generación volverán acá; porque aún no ha llegado a su colmo la maldad del amorreo hasta aquí.

Llegado el cumplimiento del tiempo, Dios procede a liberar a su pueblo que se había multiplicado en extremo (Éxodo 1:7; 3:9,10), y era terriblemente oprimido, en su estado de esclavitud, por el Faraón de Egipto que no había conocido a José, el hijo de Jacob que gobernó Egipto, cientos de años antes. Dios llama a Moisés para que lidere la liberación de su pueblo, que es llevada a cabo mediante multitud de señales y plagas milagrosas, que finalmente forzaron al Faraón a dejar marchar al pueblo de Israel: “Y pasados los cuatrocientos treinta años, en el mismo día todas las huestes de Jehová salieron de la tierra de Egipto.” (Éxodo 12:41).

Aquí se inicia el Éxodo del pueblo de Israel. Éxodo 12:37, 38 nos informa que el número aproximado de los hijos de Israel era “como seiscientos mil hombres de a pie, sin contar los niños.”. Pero añade en el verso 38 que “subió con ellos grande multitud de toda clase de gentes, y ovejas, y muchísimo ganado.”

Sin embargo, a pesar de los grandes prodigios y señales que Dios había hecho para sacarlos de Egipto, el pueblo de Israel todavía no era capaz de confiar en Él. Podemos imaginar que su estado moral habría degenerado, al recibir la influencia pagana de los egipcios, y también, al sufrir la terrible opresión de la esclavitud, fueron impedidos de desarrollarse plenamente como personas. Por lo que su sentido de la libertad y de la responsabilidad estaría muy mermado, con el lógico embrutecimiento y endurecimiento de sus conciencias. Dios y su ley moral habían llegado a ser casi desconocidos para una importante mayoría de los que iniciaban el Éxodo.

Era, pues, necesario que Israel aprendiera y aceptara el plan de Dios, de hacer de ellos un pueblo santo, que fuera luz y testimonio del Dios vivo a todas las naciones. Para conseguir este propósito Dios no escatimó medios, sino que estableció una relación personal con Israel, mostrándose cercano y visible, durante sus cincuenta años de peregrinación por el desierto, mediante señales milagrosas como era la columna de nube por el día para guiarlos por el camino, y la columna de fuego para alumbrarles por la noche (Éxodo 13:21: “Y Jehová iba delante de ellos...). No obstante, hasta que la gran obra de purificación y de conversión del pueblo se produjera, era imprescindible que Israel empezara a confiar más en Dios.

A pesar de todas los prodigios milagrosos que Dios les mostraba, su estado de ánimo no podía ser peor, y muchos no percibían el propósito de Dios, ni confiaban en absoluto en Él, como se hace evidente cuando le “dijeron a Moisés: ¿No había sepulcros en Egipto, que nos has sacado para que muramos en el desierto?...” (Éxodo 14:11). Hubieran preferido volver a la esclavitud de Egipto antes que confiar en Dios, que había demostrado sobradamente que estaba con ellos, y les acababa de liberar de esa esclavitud, y enseguida cayeron en su primer acto de rebelión.

A lo largo de su peregrinaje se repitieron constantemente acciones de rebeldía y desconfianza que Dios aplacaba con acciones milagrosas, como por ejemplo, cuando no tenían agua y Moisés la obtuvo con sólo golpear la roca (Éxodo 17:1-7), o cuando tuvieron hambre y Dios les dio el maná y las codornices (Éxodo 16:1-23).

A lo largo de los libros conocidos como la ley o Torah, especialmente los cuatro últimos Éxodo, Levítico, Números y Deuteronomio, Dios por medio de Moisés da a su pueblo una completa legislación que les configura como pueblo santo y elegido, que además de formarles e instruirles moralmente les capacita para organizarse como nación.

En primer lugar les da los diez mandamientos que son la base del Pacto Antiguo (Deut. 4:13), y que el pueblo se compromete a obedecer. A partir de ahí siguen otras leyes que enfocan distintos aspectos, como son las leyes de los sacrificios, los holocaustos y las ofrendas, que prefiguraban a Cristo, “el cordero de Dios que quita el pecado del mundo” (Juan 1:29; 1ª Pedro 1:19; Apoc 5:12; etc), o bien las que afectan a la vida en comunidad y como nación, y que no consideramos necesario enumerarlas en este ensayo, salvo las leyes sobre la guerra que se describen en Deuteronomio 20.

Las leyes sobre la guerra

En Deuteronomio 20 se describen las leyes sobre la guerra que Dios dio a Israel. De las cuales destacaremos lo siguiente:

- Cuando Israel obedecía, haciendo la voluntad de Dios, los enemigos de Israel eran los enemigos de Dios, y no debía temer nada de ellos “porque Jehová vuestro Dios va con vosotros, para pelear por vosotros contra vuestros enemigos, para salvaros.” (Deut. 20:4)

- A Israel Dios le dejó claro que las guerras no se llevarían a cabo de la misma manera para todos sus enemigos. Por un lado se refiere a las naciones cercanas, o sea, aquellas que configuraban la tierra prometida, Canaán, su heredad, y que Dios les había ordenado destruir totalmente desde el principio.

Estas naciones, son designadas por sus nombres, para que no hubiera lugar a dudas, en Deut. 20:16-18: “16 Pero de las ciudades de estos pueblos que Jehová tu Dios te da por heredad, ninguna persona dejarás con vida, 17 sino que los destruirás completamente: al heteo, al amorreo, al cananeo, al ferezeo, al heveo y al jebuseo, como Jehová tu Dios te ha mandado; 18 para que no os enseñen a hacer según todas sus abominaciones que ellos han hecho para sus dioses, y pequéis contra Jehová vuestro Dios.”

Con estas naciones no cabía ningún tipo de negociación. Es más, no debían apiadarse de nadie, ni siquiera los niños de pecho, la orden de Dios era clara y tajante: ninguna persona dejarás con vida”. (Ver además Deut. 7:1-10, 20-26)

- Por otra parte, el resto de naciones que estaban lejos, pero que también se oponían a que Israel existiera como nación, merecieron un trato distinto, más humanitario. Israel debía ofrecerles primero la paz a estas naciones, y sólo cuando fuese rechazada ésta, les declararía la guerra. En estos casos, según Deut. 20:14: “Solamente las mujeres y los niños, y los animales, y todo lo que haya en la ciudad, todo su botín tomarás para ti; y comerás del botín de tus enemigos, los cuales Jehová tu Dios te entregó.”, solamente las mujeres y los niños se salvaban.

Con todo lo que hemos escrito hasta aquí, pretendemos situarnos en el punto de vista adecuado, el contexto bíblico e histórico, para comprender, el hecho de que Dios ordenó la guerra y el exterminio de algunas naciones para que Israel se consolidase como pueblo portador de su testimonio, y pudiera manifestarse en Cristo en el momento adecuado de la historia. Puesto que, desde la perspectiva actual, e incluso desde el comienzo de la era cristiana, no se justifican guerras de ningún tipo, ni agrada a Dios cualquiera que sean los actos de violencia, pues Dios siempre ha sido un Dios de paz y de amor. Como ya hemos visto, sólo la maldad de los hombres es la causa de las guerras, y Dios, en su gobierno providente ha tratado siempre de reducir y limitar la violencia, sin coaccionar la libertad humana.

7. Cómo entender la violencia y las guerras para la conquista de Canaán por Israel.

La maldad, la violencia y las guerras son producto de la condición caída de la Humanidad. Como hemos visto anteriormente, el pecado de rebelión y desobediencia a Dios trajo consigo la violencia y todo tipo de mal y sufrimiento.

Dios interviene en la historia de la Humanidad para limitar la violencia de los seres humanos, y llevar a cabo su plan de salvación mediante vida, muerte y resurrección de Jesucristo. Sin embargo, para que ese plan se pudiera cumplir era necesario preparar al pueblo de acogida del Salvador, Israel, para que sobreviviese de los ataques e influencias perversas de las naciones circundantes.

La supervivencia de Israel dependía de que obedecieran las leyes que Dios les había dado, y evitaran contaminarse o adoptar las costumbres depravadas de los pueblos circundantes. (Deut. 19:9 ea; 12:29-32; Lev. 18:24,30; 20:23). Además, debían comprender y aceptar que no debían declarar ni hacer la guerra sin previa autorización de Dios. La guerra correspondía sólo a Dios. Él decidía cuando un pueblo había llegado al colmo de la maldad y entonces utilizaba a Israel como mano ejecutora de sus juicios divinos.

Veamos algunos textos bíblicos que, en mi opinión, respaldan lo aseverado anteriormente. Al comienzo del Éxodo, cuando Israel, caminando por el desierto, estaba aprendiendo a confiar en Dios, a ser instruido para formarse como un pueblo santo, y cuando aún no había ni siquiera pensado en las futuras guerras de conquista de Canaán, fue atacado por Amalec (Éxodo 17:8, 13, 14, 16). Aunque aún no tenía conciencia de pueblo, ni estaba todavía preparado para la guerra, Dios le dio la victoria sobre Amalec, y dijo a Moisés: “(14)...Escribe esto para memoria en un libro, y di a Josué que raeré del todo la memoria de Amalec de debajo del cielo. (16) y dijo: Por cuanto la mano de Amalec se levantó contra el trono de Jehová, Jehová tendrá guerra con Amalec de generación en generación.”

Esto explica que la guerra de Israel en este caso pertenecía a Dios. Amalec no atacó a un pueblo cualquiera sino que se levantó contra el trono de Jehová. Y Jehová le declara la guerra para siempre:Jehová tendrá guerra con Amalec de generación en generación.”. Ahora podemos comprender mejor la orden que Dios da más tarde a Israel, cuando ya, su pueblo, está en pleno proceso de la conquista de Canaán, y que consiste en el exterminio total de Amalec y de la nación que representa. Se trata del juicio de Dios, que se llevaría a cabo por medio de su pueblo, como retribución al extremo de corrupción que habían alcanzado (1ª Samuel 15:3: “3 Vé, pues, y hiere a Amalec, y destruye todo lo que tiene, y no te apiades de él; mata a hombres, mujeres, niños, y aun los de pecho, vacas, ovejas, camellos y asnos.” (Véase además Deut. 25:17-19)

Aquí suele plantearse la cuestión moral: ¿Qué culpa tenían esos niños para que fuesen castigados con la muerte, al igual que sus padres? Jesús dijo que de los niños es el reino de los cielos (Mateo 19:14). Aunque eso es verdad, todos sabemos y hemos podido ver en muchas ocasiones, que los niños sufren las consecuencias de los errores y pecados de sus padres. Esto que es un hecho indiscutible experimentado por todos, una ley de la vida, es ratificado en varios textos de la Biblia, como por ejemplo Éxodo 20:5: “...porque yo soy Jehová tu Dios, fuerte, celoso, que visito la maldad de los padres sobre los hijos hasta la tercera y cuarta generación de los que me aborrecen, 6 y hago misericordia a millares, a los que me aman y guardan mis mandamientos.” (Véase también Éxodo 34:6-7; Núm. 14:18; Deut. 7:9-10).

Sin embargo, la Escritura también afirma: “los padres no morirán por los hijos, ni los hijos por los padres; cada uno morirá por su pecado” (Deut. 24:16).

Podríamos imaginar o suponer que, las conciencias de los niños que vivieron en esos pueblos corrompidos, seguramente, en ningún caso se orientarían hacia el bien, sino que al no ser capaces de resistirse a las perniciosas y perversas influencias del entorno familiar y de la sociedad corrupta, iban a ser contaminadas, endurecidas y cauterizadas, de tal forma que llegarían a los mismos niveles de depravación que poseían sus progenitores y el entorno en el que vivían.

En este caso concreto que estudiamos que se refiere al pueblo de Amalec, la orden de Dios dada en el texto anterior que vimos (1ª Samuel 15:3) es terminante y no deja lugar a dudas. Debemos entenderla en el contexto bíblico en que se produce, pues se trata de un juicio y una sentencia declarada por Dios en Éxodo 17:14: “...di a Josué que raeré del todo la memoria de Amalec de debajo del cielo”. Esto implica que no debía quedar nadie con vida de aquella nación malvada. Estas sentencias o juicios de Dios son semejantes a los que anteriormente había hecho, para atajar el mal y la violencia que reinaban en el mundo antediluviano y en las ciudades de Sodoma y Gomorra, con la diferencia que allí utilizó agua y fuego para ejecutarlas, y en el caso de Amalec usa a su pueblo elegido como instrumento ejecutivo.

En cualquier caso, las criaturas, nosotros, no debemos juzgar a Dios, el Creador, pues Él es infinitamente justo y misericordioso, y conoce el futuro y el destino de todos los seres humanos desde el principio. Él no permitirá que se pierda ninguna vida por la que Cristo murió. En cualquier caso a nosotros no nos corresponde conocer los designios y juicios secretos de Dios (Deut. 29:29: “29 Las cosas secretas pertenecen a Jehová nuestro Dios; mas las reveladas son para nosotros y para nuestros hijos para siempre, para que cumplamos todas las palabras de esta ley.”).

Sólo necesitamos y debemos confiar plenamente en Él, puesto que ha demostrado sobradamente su amor a la humanidad: “Porque si siendo enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, mucho más, estando reconciliados, seremos salvos por su vida.” (Véase además 2ª Corintios 5:14, 15, 18, 19, 21; etc. )

Juzgar el mandato dado en 1ª Samuel 15:3, sólo desde el punto de vista de nuestro mundo actual, como una acción humana de genocidio de una nación contra otra, sin tener en cuenta el contexto histórico y bíblico en que se produce, nos lleva a un absurdo total, a pensar que se trata de una acción gratuita de crueldad sanguinaria, y que es sólo producto de la maldad y violencia de los hombres, a las que tanto nos han ido acostumbrando la historia de la humanidad, hasta volvernos, en cierto modo, insensibles.

Sin embargo, al situarnos en la perspectiva correcta, y entender que se trata de la obra de juicio y de castigo de Dios a los pueblos que han sobrepasado los límites de la perversión, llevada a cabo en un momento concreto de la historia y en unas circunstancias especiales, aunque difícil, todavía, de comprender, encontramos cauces razonables de interpretación.

En primer lugar, el castigo de Dios, se produce a causa de la maldad y pecado del hombre, y es proporcional al delito cometido. La paga o castigo por el pecado es la muerte nos dice el apóstol Pablo en Romanos 6:23. En segundo lugar, el castigo no es contrario al carácter de Dios, pues, aunque la Escritura dice que Dios es amor (1 Juan 4:8), también afirma que Dios es fuego consumidor (Deut. 4:24; Heb. 12:29). También, aunque sabemos que es una extraña obra para Dios (Isaías 28:21), cuando llegue la hora, Dios no dudará en recompensar a cada uno según sus obras (Apoc. 20;9,12-15).

En tercer lugar, esta obra de juicio de Dios ejecutada de la mano de su pueblo, se produce la única vez que Dios irrumpe, de forma directa y personal, en la historia de este mundo para preparar a un pueblo singular que sería portador y guardián de su Palabra para acoger al Mesías prometido y Salvador de la humanidad. Los textos siguientes, expresan la portentosa acción de Dios para librar y preparar a su pueblo elegido y para mostrarse a sí mismo como Dios vivo y eterno a todas las naciones.

Deuteronomio 4:32-39

“32 Porque pregunta ahora si en los tiempos pasados que han sido antes de ti, desde el día que creó Dios al hombre sobre la tierra, si desde un extremo del cielo al otro se ha hecho cosa semejante a esta gran cosa, o se haya oído otra como ella. 33 ¿Ha oído pueblo alguno la voz de Dios, hablando de en medio del fuego, como tú la has oído, sin perecer? 34 ¿O ha intentado Dios venir a tomar para sí una nación de en medio de otra nación, con pruebas, con señales, con milagros y con guerra, y mano poderosa y brazo extendido, y hechos aterradores como todo lo que hizo con vosotros Jehová vuestro Dios en Egipto ante tus ojos? 35 A ti te fue mostrado, para que supieses que Jehová es Dios, y no hay otro fuera de él. 36 Desde los cielos te hizo oír su voz, para enseñarte; y sobre la tierra te mostró su gran fuego, y has oído sus palabras de en medio del fuego. 37 Y por cuanto él amó a tus padres, escogió a su descendencia después de ellos, y te sacó de Egipto con su presencia y con su gran poder, 38 para echar de delante de tu presencia naciones grandes y más fuertes que tú, y para introducirte y darte su tierra por heredad, como hoy. 39 Aprende pues, hoy, y reflexiona en tu corazón que Jehová es Dios arriba en el cielo y abajo en la tierra, y no hay otro.

El pueblo de Israel tenía que aprender que no debía acometer sus propias batallas o guerras particulares, sino las de Dios, las que Él les ordenaba (1ª Samuel 18:17; 25:28). La iniciativa era de Dios, y Él era el que peleaba por medio de su pueblo. Veamos algunos textos como ejemplo:

Exodo 14:14

“14 Jehová peleará por vosotros, y vosotros estaréis tranquilos.”

Josué 10: 14, 42

“14 Y no hubo día como aquel, ni antes ni después de él, habiendo atendido Jehová a la voz de un hombre; porque Jehová peleaba por Israel.

42 Todos estos reyes y sus tierras los tomó Josué de una vez; porque Jehová el Dios de Israel peleaba por Israel.”

Josué 23:3,10

“3 Y vosotros habéis visto todo lo que Jehová vuestro Dios ha hecho con todas estas naciones por vuestra causa; porque Jehová vuestro Dios es quien ha peleado por vosotros.

10 Un varón de vosotros perseguirá a mil; porque Jehová vuestro Dios es quien pelea por vosotros, como él os dijo.”

Deuteronomio 1:30-33; 20:4

“30 Jehová vuestro Dios, el cual va delante de vosotros, él peleará por vosotros, conforme a todas las cosas que hizo por vosotros en Egipto delante de vuestros ojos. 31 Y en el desierto has visto que Jehová tu Dios te ha traído, como trae el hombre a su hijo, por todo el camino que habéis andado, hasta llegar a este lugar. 32 Y aun con esto no creísteis a Jehová vuestro Dios, 33 quien iba delante de vosotros por el camino para reconoceros el lugar donde habíais de acampar, con fuego de noche para mostraros el camino por donde anduvieseis, y con nube de día.”

“20:4 porque Jehová vuestro Dios va con vosotros, para pelear por vosotros contra vuestros enemigos, para salvaros.”

Con el episodio de Sodoma y Gomorra (Génesis 18:20-33) comprobamos que Dios es justo y misericordioso, y que no actuó hasta que la maldad de estos pueblos alcanzó extremos insospechados de perversión y violencia. El juicio de la destrucción de esas ciudades mediante fuego no se hubiera producido si al menos hubieran habido diez justos en esas ciudades, como se deduce de la piadosa intercesión de Abraham con Dios.

8. Conclusión

La maldad, violencia y guerras son fruto de la depravación del ser humano caído, y de las equivocadas decisiones de su libre albedrío. Dios se vio obligado a intervenir para destruir, por medio del Diluvio, a los seres humanos cuya maldad había alcanzado cotas insospechadas en esa época del mundo. Y más tarde, de forma puntual, también actuó directamente destruyendo por fuego las depravadas ciudades de Sodoma y Gomorra.

El llamado, elección y formación del pueblo de Israel inicia una nueva estrategia de Dios para darse a conocer al mundo caído, para combatir y controlar la violencia, enfocándolo todo hacia el Mesías venidero, Jesús, el Príncipe de la paz (Isaías 9:6); Mateo 1:20-25) que se revelaría como el Redentor y salvador de la Humanidad.

Dios, intervino de forma directa, especial y única en la historia de la Humanidad, por medio de su pueblo elegido, para poner límite y fin a la violencia y maldad cuando ellas colmaban el vaso de la paciencia de Dios.

Israel, pues, dio testimonio del Dios vivo, preservó su Palabra, y en su seno nació Jesús, Dios manifestado en carne (1ª Timoteo 3:16).

La formación de Israel se realizó en tiempos de gran violencia y maldad. Las naciones de alrededor eran totalmente corruptas, adoraban ídolos y les ofrecían sacrificios humanos para conseguir sus favores (Deut. 12:31; 18:9-14; etc.).

La destrucción y conquista de Canaán se produce, como un juicio de Dios, cuando la maldad de esos pueblos ha llegado al colmo. Dios les dio más de cuatrocientos años, de tiempo de gracia, para que se arrepintieran. Ellas habían oído del Dios de Abraham, Isaac y Jacob, también oyeron de las maravillosas señales y prodigios que Dios hizo con el pueblo de Israel para liberarles de la esclavitud de Egipto (Josué 2:9-10; 9:1-4), y sin embargo no se arrepintieron de su maldad.

Las guerras que Dios ordenó fueron necesarias para que Israel pudiese sobrevivir, y para que las otras naciones conocieran cual era el Dios vivo y eterno. Y la preservación de Israel fue imprescindible para que el Mesías prometido llevara la salvación y el perdón de pecados a todas las naciones. Las guerras santas (Deuteronomio 20; 1ª Samuel 15:3,18) eran para la ejecución de los juicios de Dios sobre esas naciones, y debían realizarse cumpliendo estrictamente las leyes que Él había dado. Los pueblos paganos precisaban conocer que se trataba de un castigo del Dios verdadero, el Dios de Israel, ejecutado por la mano de este pueblo.

Además, Israel debía de aprender en su propia carne lo que le ocurriría cuando, apartándose de Dios, se volviera a los dioses de las naciones que le rodeaban, cometiendo, al igual que ellas, todo tipo de perversiones. Las guerras sólo las ganaban cuando coincidían con la voluntad de Dios. Cuando, por su propia iniciativa acometían una invasión, por mucho ejército que tuvieran, eran vergonzosamente derrotados. Esto se hizo evidente en multitud de ocasiones, y finalmente, cuando se contaminaron de la idolatría de las naciones y adoptaron sus costumbres depravadas, Dios permitió que fueran vencidos por Babilonia y deportados allí.

Cuando nos situamos en la perspectiva correcta, entendemos que se trata de la extraña obra de juicio y de castigo de Dios a los pueblos que han sobrepasado los límites de la perversión (Isaías 28:21). Esta extraña operación es llevada a cabo en un momento concreto de la historia y en unas circunstancias especiales. Un momento único y crucial en el que Dios interviene directamente en la historia de la humanidad para darse a conocer como el Creador, el único Dios verdadero y eterno, y para evitar que la maldad y la violencia volvieran a multiplicarse. Es el inicio del plan de salvación para la humanidad. Por tanto, con ese propósito, elige, prepara y forma un pueblo del que vendría el Mesías, por el que recibimos la salvación.

Aunque sabemos que las guerras santas del pueblo de Israel, plantean serios interrogantes morales, difíciles, todavía, de comprender, y que no pretendemos haber contestado a todos, creemos que lo escrito en este ensayo presenta argumentos y cauces razonables de interpretación de las citadas guerras ordenadas por Dios mismo.

Con la vida, muerte y resurrección de Jesús se inicia la dispensación de la iglesia de Cristo, y ya nunca más son permitidas las acciones violentas y las guerras de cualquier tipo, ni hay ninguna justificación de las mismas (Mateo 5:21-24, 44, 45).

Mateo 5: 43-45

“43 Oísteis que fue dicho: Amarás a tu prójimo, y aborrecerás a tu enemigo. 44 Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen; 45 para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y que hace llover sobre justos e injustos.”

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[i] Las referencias bíblicas están tomadas de la versión Reina Valera de 1960 de la Biblia. Las negrillas y los subrayados realizados al texto bíblico son nuestros.

[ii] 1968, Salvat Editores, S.A. Barcelona

[iii] 1968, Salvat Editores, S.A. Barcelona