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domingo, 28 de enero de 2007


¿Es compatible la fe en el Dios de la Biblia con la teoría de la evolución?

Carlos Aracil Orts


Versión 28-01-07





Esta meditación surge al empezar a leer un libro sobre la teoría de la evolución, en el que se comentaba sobre el esqueleto de “Lucy”, descubierto en 1974 en Etiopía. Al parecer, estos huesos, bastante bien conservados y casi completos, no sé muy bien si correspondían a los de un animal de la familia de los simios o a los de otro tipo de mamífero que pudiera haber estado a medio camino en su evolución progresiva hacia su humanidad, y que vivió hace unos tres millones de años en esas estepas africanas. “Lucy tenía un metro de altura y un cerebro poco mayor que una pelota de mano, con 300 g de peso, menor que el de un chimpancé.” A partir de aquí, por mi desconocimiento del tema me hice muchas preguntas.


¿Cómo se sabe que este esqueleto pertenece a una adolescente y que tiene 3 millones de años? ¿Es posible deducir si es macho o hembra a partir de un esqueleto incompleto? ¿Es apropiado aplicar el adjetivo adolescente a un animal? ¿Qué edad tendría este animal para que se considerase adolescente? Si como parece murió tan joven no tuvo mucho tiempo para evolucionar, ni, por tanto, tuvo ocasión de tener descendientes que fueran avanzando en su evolución hacia la humanidad.


¿Eran de corta estatura o enanos nuestros antepasados? ¿Es posible que de un cerebro tan pequeño –aun menor que el del chimpancé– descienda el género humano? ¿Y cómo son las proporciones de los brazos y la forma de la columna vertebral, y el esqueleto de la cabeza y cara?. Hasta donde he leído no he encontrado más descripción o detalles del esqueleto Lucy, sólo que pertenecía a la especie, Australopithecus afarensis, y que de aquí descendíamos los humanos.


En principio, esta deducción me parece increíble (perdonen mi falta de fe en que la teoría de la evolución sea algo más que una hipótesis), no importa que largo y difícil nombre científico se le dé y cuantos millones de años se calculen que datan los restos encontrados. Si se trata de un animal será un animal desde que nazca hasta que muera. Y tampoco los descendientes de este animal, que por lo visto no tuvo porque murió joven, tienen por qué ser menos animales y más humanos que sus progenitores. Es para mi difícil pensar que un cambio tan esencial y fundamental se haya podido producir, a partir de condiciones externas y el paso de los años.


Continué leyendo el citado libro, y supe que Lucy era diferente a gorilas y chimpancés porque había aprendido a andar sobre sus patas anteriores o traseras adoptando lo que se llama una postura bípeda, y este cambio evolutivo se había producido porque los antepasados de Lucy se habían desarrollado en la estepa en lugar de la selva, lo que a su vez determinó que se modificaran sus hábitos, acostumbrándose a ir erguidos a fin de ver a mayor distancia, y con ello evitar ser presa de otros animales, a la vez que mejoraban sus posibilidades de atrapar o cazar a otros animales inferiores. El dato clave por el que se llegan a todas estas conclusiones es porque la forma de las caderas de Lucy se corresponde mejor con la postura bípeda que con la que tendría un animal que normalmente anduviese apoyándose en sus cuatro patas.


Reconozco que los únicos simios que he tenido ocasión de ver normalmente son los que aparecen en los documentales de televisión y cine, pero yo diría que algunos no se desenvuelven mal andando sobre dos patas. No pretendo ser especialista en ese tema, pero todos este tipo de animales, de la familia de los simios y similares, además de ser muy simpáticos, y tener cierta capacidad de imitación no dejan de ser animales en ningún momento, por mucha postura bípeda que adopten. ¿Vamos a deducir por eso que son nuestros antepasados? ¿Alguno de estos animales ha conseguido la facultad de hablar, pensar, o tiene la dimensión espiritual que caracteriza a todo ser humano? ¿La configuración de las caderas es una característica de incipiente humanidad?


Humildemente, puesto que no soy científico, ¿No es más importante la configuración o curvatura de la columna vertebral, la proporción de sus brazos respecto del resto de su cuerpo, el mismo esqueleto que conforma la cabeza, y la masa o volumen del cerebro? ¿Tenía Lucy la cabeza de un simio y el cuerpo de un ser humano? ¿Podría tratarse de una malformación de un ser humano real, o de un simio total? Si este esqueleto fuese analizado por científicos no evolucionistas ¿cabrían otras interpretaciones? En cualquier caso, y con los pocos datos que poseo parece un esqueleto muy extraño, del que sería conveniente obtener opiniones de otros científicos con orientaciones creacionistas para contrastar sus conclusiones al respecto.


Por otro lado, me resulta imposible creer, racionalmente, que el cambio del estilo o hábitos de vida de los antepasados de Lucy haya sido el detonante capaz de producir el gran cambio que implica la transformación de animal a ser humano, de naturaleza animal, a naturaleza humana. Me parece esta explicación muy típica de los evolucionistas. El azar y la necesidad son los que producen las grandes transformaciones con el tiempo, mucho tiempo. En mi opinión, deducir, de esa circunstancia accidental que se pudo producir, que los animales van progresando hasta obtener la gran transformación que los convierta en seres humanos, creo que es, a mi humilde entender, materialmente imposible, y hay que ejercer mucho más y mejor dosis de buena fe que para creer en una creación por Dios.


La existencia del ser humano no ha podido depender de determinados accidentes o condiciones más o menos favorables que se hayan producido en el pasado, como por ejemplo que los animales pasen de la selva a la estepa. El león seguirá siendo león, y el tigre, tigre, y no se puede uno ni imaginar como habiendo esa diferencia tan grande entre los mamíferos, estos hubieran podido evolucionar hasta convertirse en las distintas y variadas especies que existen desde la antigüedad hasta hoy en día. ¿De que animales evolucionó la familia de los simios hasta llegar a ser lo que son? ¿Por qué no evolucionan ahora? Quizá se nos diga que no han pasado todavía millones de años.


Por tanto, cuando se afirma que “la postura bípeda fue el cambio clave que condujo al aumento del cerebro y de la inteligencia”, no podemos pensar otra cosa que, sencillamente, es algo indemostrable. Simplemente es una hipótesis. O sea que, échate a andar sobre dos patas, pon unos millones de años de hacer animaladas y de comportarse como lo que son -unos animales, y llega un buen día, y esos animales empiezan a tomar conciencia de sí mismos, se les endereza la espalda, les aumenta un montón el cerebro, hasta se vuelven atractivos, y simpáticos. Claro, sólo es necesario que pasen unos millones de años más, que más da. La filosofía de todo esto, es que el tiempo y la necesidad lo arreglan todo, y que Dios no es necesario. Que el ser humano no es culpable de pecado ante Dios.


Por otro parte, deducir que el sentido moral del ser humano se origina o se deriva de su inteligencia, sería tanto como inferir que a una mayor inteligencia le corresponde necesariamente una mayor dosis de moralidad, lo que no coincide con la realidad o no se produce en la vida real. Uno puede ser muy inteligente, y ser inmoral completamente. El ser humano dispone de una información en sus genes que no ha podido producirse por azar, por casualidad, por generación espontánea o por evolución. La dimensión espiritual del ser humano, su espíritu religioso, su conciencia, el conocimiento de las leyes que rigen la moral, ¿todo ello se ha adquirido “al andar por la estepa”? O ¿Ha podido la evolución dar a ciertos animales este sentido moral a que nos referíamos antes, quizá, basándose en millones de años? El que quiera o pueda que lo crea, pero si es creyente, corre el riesgo de eliminar a Dios de su vida.


La evolución nunca podrá explicar el origen del mal, y por qué unos se inclinan al bien y otros al mal. La existencia de la muerte es un extraño evento para todo ser humano que anhela vivir eternamente, y que tampoco se puede explicar humanamente sino es por revelación sobrenatural.


Admitimos que ciertos cambios en las formas de las especies se han podido producir, pero nunca implicando transformaciones que cambien a otra especie distinta, y desde luego jamás hasta el extremo de que un animal se transforme en ser humano con todo lo que ello representa en sus tres dimensiones cuerpo, alma y espíritu.


De ninguna manera puedo compartir la filosofía en que se basa la evolución: es decir, la receta, sería: Tómese como sustancia base un buen primate, expóngase a buenas dosis de azar y de necesidad, y a millones de años, y el resultado final será el hombre.


¿Qué subyace o mejor qué es evidente en la teoría de la evolución? Que el mundo se hizo a sí mismo, nació la vida por generación espontánea. La vida compleja procede de la simple. De una célula van formándose distintos seres vivos, sin saber cómo, hasta llegar a los mamíferos.


Si yo entendiese que mis antepasados son unos animales, unas bestias, ¿adónde me llevaría? ¿Sería positivo o negativo para mi vida? ¿Me haría más responsable, más bondadoso de día en día o por el contrario, endurecería mi corazón hasta llegar a decir, no hay Dios, el mundo es una selva, y el hombre un lobo para otro hombre? ¿Cuál es mejor opción? ¿Sería preferible entender lo humano, lo que nos distingue de otros seres vivientes y del resto del universo, como producto de la evolución o como una creación directa por Dios?


Creo sinceramente, que la opción de que no somos un producto de la evolución sino la obra de la voluntad creadora de un Dios personal que con amor nos rescató de la muerte en Cristo Jesús, se ajusta más a la realidad, aclara el misterio de la muerte, nos da un sentido trascendente a la vida, nos eleva hasta hacernos participes de la divinidad como hijos de Dios, y sobre todo nos hace más bondadosos y amantes de los demás y por tanto más felices.


Sí creemos en Dios creador, consideraremos que el hombre es hecho a imagen de Dios, y que el hombre se apartó de Dios, y así le ha ido, pero Dios no nos ha dejado solos en este mundo, sino que vino a rescatarnos, nos tendió la mano, con su Hijo, Jesucristo, y nos dio la maravillosa esperanza de la resurrección y la vida eterna.


Evolucionismo y creacionismo son dos formas totalmente opuestas de ver el mundo, lo que somos, de dónde venimos y adónde vamos. La primera trata de explicar todo y de vivir sin Dios, y la segunda tiene a Dios como el centro, la causa, y el motor de su vida. Son posturas irreconciliables.


Lo grandes problemas por los que atraviesa la humanidad hoy en día, en todos los órdenes, no se solucionarán sin tener en cuenta a Dios y su voluntad. La teoría de la evolución al rebajar a la humanidad pretendiendo que procedemos de los animales, embrutece al hombre, margina a Dios, y ha hecho y seguirá haciendo que el número de ateos en el mundo se multiplique, con lo que aumentará la impiedad. Sólo conociendo la voluntad de Dios que está en su Palabra podremos llegar a buen puerto, entenderemos no sólo lo que somos, sino lo que fuimos, y adónde llegaremos con su ayuda.


La teoría de la evolución, es eso, sólo una teoría, que es incompatible con la revelación dada por Dios a través de su Palabra y de su Hijo Jesucristo. ¿Qué sentido tiene que Dios se valiera de la evolución para crear a los seres humanos, si, precisamente, lo que la evolución pretende es eliminar a Dios del universo, si eso pudiera ser?


Admitamos por un momento que la evolución tal como la proclama su teoría, fuese una realidad, es decir, la vida vino a este mundo y a otros muchos millones de mundos posibles, en todo el universo por azar y por necesidad. Es decir, atribuimos al azar, lo que en sí mismo no puede ser más infecundo, el que la vida surja de la combinación química de ciertas sustancias en determinadas condiciones, lo que matemáticamente podría representarse como la probabilidad de que al dispersar en el aire las letras del abecedario, se multiplicaran, y al depositarse en tierra, se reunieran formando un libro como la Biblia o el Quijote de Cervantes. ¿Y la necesidad? ¿Quién quiso que haya vida? ¿Qué necesidad hay de que exista vida?¿Qué circunstancia es necesaria que ocurra para que haya vida?


Quizá esta explicación evolutiva del origen de la vida es suficiente para una persona que no cree en Dios. Necesita tener una respuesta, y ya la tiene, una teoría de la evolución cada vez más elaborada, y avalada por más científicos, por tanto, no le queda otra opción que rechazar la, mucho más plausible, de la existencia de un Dios creador del universo.


En mi opinión, no podemos tratar de compatibilizar ambas opciones. Porque si una es verdad, la otra no lo es. O ¿acaso podríamos compaginarlas ambas de forma que mantuviéramos que Dios existe y también la evolución? ¿Adónde nos llevaría ello? Vamos a tratar de plantear este asunto. Partimos, pues, del supuesto de que Dios existe y ha elegido crear usando los principios implicados en la teoría de la evolución.


¿Dónde empieza Dios a crear la vida? ¿Crea el planeta Tierra y otros muchos mundos pero sólo la materia inanimada o inorgánica, y pone ciertas condiciones para que brote la vida espontáneamente de la materia y atmósfera de esos planetas? O ¿Quizá Dios creó la materia pero no las leyes para que se formara la vida porque él sabía que la vida surgiría con el tiempo, es decir, dejando pasar millones de años? ¿Dónde empieza actuar Dios, en qué momento de su creación? ¿Qué hace Dios y qué hace la evolución?


Si creemos en Dios, hemos de suponer que el haya creado alguna cosa, ya sea la materia inanimada, las condiciones para que nazca la vida o ambas cosas, porque en caso contrario, llegaríamos a la nada, a la no-existencia de Dios. ¿Qué crea Dios además de la materia inanimada? Sin embargo, en nuestra calidad de creyentes en Dios, posiblemente le atribuyamos a Dios una intervención mayor en su creación que la que le asigna la evolución, que es ninguna. ¿Ha creado Dios la célula originaria de la vida, o la primera bacteria, y le ha puesto la información en sus genes y ADN para que se reproduzca y se multiplique y se transforme en diversidad de especies empezando de la simple a la más compleja, proyectando que nazca el ser humano de una especie inferior?


Supongamos que ese haya sido el plan de Dios para su creación. Un plan que debe coincidir con el de la evolución. Dios, que no diremos no puede, en ningún caso porque no hablaríamos de Dios, sino que no ha querido crear directamente a cada una de las principales especies, ha preferido que las especies se generaran a partir de una sola especie que ha ido transformándose, como por arte de magia, en multitud y diversas especies, hasta llegar a la especie más parecida al hombre, los simios.


Hemos recorrido un largo camino hasta que la tierra se poblara, ¿espontáneamente?, con todo tipo de flora y fauna, ahora estamos en el planeta de los simios. Si yo fuera Dios diría éste es el momento de crear alguien a mi semejanza ¿Qué mejor que apoyarme en estas criaturas tan “monas” que yo he creado con mis principios evolutivos? Sin embargo, ahora, se siguen planteando varios problemas.


En realidad si las especies han podido evolucionar hasta llegar al estado en que están hoy en día, de acuerdo a los principios de la teoría de la evolución, no sería necesaria la intervención de Dios para nada, pues esa teoría defiende que algunos simios han ido progresando en inteligencia hasta convertirse en completos seres humanos con todas sus características y prerrogativas, y, por tanto, llegando a ser poseedores de las tres dimensiones que distinguen a los humanos: física, psíquica y espiritual.


Los problemas surgen cuando queremos compatibilizar la creencia en la teoría de la evolución con nuestra fe en el Dios de la Biblia y en su Palabra revelada. Para tratar de lograrlo tendremos que fijar el momento en que Dios interviene en la historia de la formación de la humanidad, y el alcance de su actuación en la misma.


Intentemos imaginarnos un planeta tierra que desde su desolación más completa, con ausencia de todo tipo de flora y fauna, llega a través de muchos millones de años a poblarse con todo tipo de especies animales y vegetales. ¿Quiénes han gobernado la tierra y administrado sus recursos y posibilidades durante esos millones de años? Los seres más desarrollados que pueblan la tierra son animales de la familia de los simios pero incapaces a todas luces de equiparase a los seres humanos, y, por tanto, de iniciar algún tipo de actividad que represente el comienzo de la historia de la humanidad.


¿Qué ocurre, según los evolucionistas, para que surja el hombre? Que determinados simios, por las condiciones físicas en que viven, van evolucionando, no a peor, sino a mejor, no que se hagan más fuertes físicamente, o más hábiles para defenderse de otros animales, no sólo que se enderecen y se hagan bípedos, y se transformen físicamente a semejanza del hombre, sino que fundamentalmente se hacen más y más inteligentes, hasta configurar lo que es un ser humano con las tres dimensiones que citábamos arriba y que caracterizan a la vida humana.


Lo curioso y sorprendente es que esta ley evolucionista que convierte a unos simios en seres humanos, a otros, sin embargo, viviendo en las mismas condiciones, no les afecta, permaneciendo, a través de millones de años, invariables en cuanto a su animalidad hasta el día de hoy, que todavía no sean convertido en hombres, a pesar de los millones de años que dicen, los evolucionistas, que han pasado.


Los creyentes en Dios que todavía quieren contemporizar con la teoría de la evolución se enfrentan, pues, con la necesidad de establecer que Dios ha intervenido en un momento de la prehistoria eligiendo a una pareja de simios para crear, a partir de ellos, a la primera pareja humana perfecta que reúna todas las características que definen al ser humano como tal, es decir, su libre albedrío, conciencia, inteligencia, espiritualidad, capacidad de amar, etc. Sin embargo, esto todavía conlleva problemas, pues para los evolucionistas, la muerte existió desde el principio del mundo, y para un creyente, la muerte surge, al principio de la historia humana, como consecuencia de la acción de desobediencia ejercida con la libre voluntad de nuestros primeros padres, por lo que al separase e independizarse de Dios que es la causa, fuente y sustento de toda vida, provocaron que la muerte apareciese por primera vez.


Concluyo que como creyente, la teoría de la evolución no me es útil para avanzar en la fe, en el conocimiento de Dios, en su plan de salvación mediante la muerte expiatoria de su Hijo Jesucristo, en la reconciliación con Dios y con los demás seres humanos, pues al considerarme adoptado como hijo por Dios, me siento valioso y mi naturaleza humana se ennoblece, y se espiritualiza. Al sentirme, por tanto, miembro de la familia divina y humana, y tener como realidad ya obtenida la salvación y vida eterna, prosigo, como diría San Pablo (Fil. 3), al objetivo de una vida que progrese, en Cristo Jesús, en santificación hasta la muerte, o hasta la segunda venida de nuestro Señor en poder y gloria, manteniendo siempre la bienaventurada esperanza de que si la muerte nos alcanza antes de su venida, tenemos asegurada la resurrección por sus infalibles promesas.


Necesitamos, por tanto, para que el edificio de nuestro fe se mantenga firme contra toda tempestad, fundamentarnos, no en arena de la evolución, sino en la Roca de la eternidad que es Cristo, y en su Palabra que alumbra en las tinieblas de este mundo. No hay nada que explique mejor por qué existe la muerte, la maldad y el dolor en este planeta que la Biblia (véase, por ejemplo, Romanos 5:12 e.a.). Por tanto, no nos dejemos influir por los argumentos de la teoría de la evolución que sólo pueden conducirnos a rebajar nuestra condición y nuestras expectativas como criaturas de un Dios misericordioso que ha entregado a su único Hijo para que todo aquel que en él cree pueda tener vida eterna. Atendamos el consejo de Pablo a Timoteo: “(20) Oh Timoteo, guarda lo que se te ha encomendado, evitando las profanas pláticas sobre cosas vanas de la falsamente llamada ciencia, (21) la cual profesando algunos, se desviaron de la fe. La gracia sea contigo. Amen” (1 Tim. 6:20,21)


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