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viernes, 15 de diciembre de 2006

¿Qué debo de hacer para ser salvo?

Carlos Aracil Orts
Revisión 18 de mayo de 2006

Durante siglos, a lo largo de la historia, el Cristianismo ha dado respuesta a esta importante pregunta. Creo que, de alguna de forma, multitud de hombres y mujeres, en algún momento de su vida se han preguntado ¿Qué debo de hacer para ser salvo? O bien, han experimentado algún tipo de religiosidad o de inquietud espiritual acerca de la existencia de Dios y de su Plan de Salvación.

Aunque las Buenas Nuevas de Salvación están claramente expresadas en el Nuevo Testamento de la Biblia, en los primeros siglos del Cristianismo, y mayormente durante el oscuro periodo de la Edad Media, se produjeron graves distorsiones en la interpretación y aplicación de las grandes verdades reveladas por Dios acerca de cómo Él nos salva.

El mismo artífice de la Reforma Protestante, Martín Lutero, en su periodo inicial como monje católico, a menudo, se atormentaba con la misma gran pregunta ¿Qué debo de hacer para ser salvo? Porque se daba cuenta que nada válido podía hacer para obtener la certeza de la salvación. La multitud de penitencias y sacramentos que realizaba no lograban proporcionarle la paz espiritual que tanto necesitaba.

Todavía, hoy en día, al igual que le ocurrió a Lutero, en mayor o menor o grado, muchos cristianos evangélicos sinceros viven torturados, sin paz espiritual, por la falta de seguridad en su salvación. Creen sinceramente que si no hacen obras buenas, y se mantienen en completa obediencia a todas las enseñanzas y mandamientos contenidos en la Palabra de Dios, pueden caer de la gracia y perderse eternamente. Por otra parte, en el mundo católico se realizan variedad de penitencias y diversos actos u obras a fin de purificarse ante Dios.

Si nada podemos hacer para alcanzar la salvación por nosotros mismos, pues todas nuestras obras son como “trapo de inmundicia” para Dios (Isaías 64:6: “Si bien todos nosotros somos como suciedad, y todas nuestras justicias como trapo de inmundicia; y caímos todos nosotros como la hoja, y nuestras maldades nos llevaron como viento”) ¿Cómo se alcanza la salvación? La salvación pertenece a Dios, y es un don de Dios a la Humanidad a través de Jesucristo. Sólo por medio de Él se obtiene la salvación (Juan 3:16: “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna”). Ap. 7:1: “...La salvación pertenece a nuestro Dios que está sentado en el trono, y al Cordero.” En la cruz de Cristo se hizo posible la salvación de la humanidad. En ella se manifestó la gravedad del pecado que hizo necesario la muerte de un inocente, Dios mismo en la persona de Cristo. Allí se manifestó la justicia y misericordia de Dios. Justicia porque Cristo expió con su cruel muerte la penalidad del pecado que nos corresponde a cada uno de nosotros, y misericordia porque por Él obtenemos el derecho a la vida eterna.

El ser humano tiende a dudar de lo que se le ofrece gratuitamente. Además, se satisface, por vanagloria, en las obras de sus manos y de su mente. Aprecia aquello que le cuesta más, y que ha necesitado realizar con mucho sacrificio, dedicación, esfuerzo y la aplicación de todas sus habilidades para conseguirlo. Sin embargo, la salvación es gratuita, nada hay que podamos hacer para alcanzarla, sólo se puede obtener a través de Jesucristo, cuando reconocemos que somos culpables y convictos, y aceptamos que Él sufriera la condenación y muerte que nos corresponde a cada uno de nosotros.

¿Es así de sencillo salvarse? Veamos que dice la única fuente de autoridad en este tema, que es la Sagrada Escritura, y en el Nuevo Testamento, libro de Hechos 16: 30-32. Esta historia trata de la conversión del carcelero de Filipos cuando vio el testimonio de Pablo y Silas, que estando en el calabozo cantando himnos de alabanza a Dios, les fueron abiertas las puertas de la cárcel milagrosamente, y sin embargo, no huyeron, hasta que hablaron con el carcelero, que pretendía matarse al creer que se habían escapado los presos que tenía bajo su custodia: “(30) y sacándolos, les dijo: Señores, ¿qué debo hacer para ser salvo? La respuesta de Pablo no pudo ser más sencilla. No dijo que había que agudizar el ingenio y toda nuestra sabiduría, y realizar grandes obras meritorias o atormentadoras obras de penitencia para purificar los pecados cometidos, sino simplemente: “Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo, tú y tu casa. (32) Y le hablaron la palabra del Señor a él y a todos los que estaban en su casa.”

Luego, la salvación viene por la fe, y la fe por el oír la palabra del Señor (Rom. 10:17: ”Así que la fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios.”). ¿Quiénes podrán ser salvos, pues? “...todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo” (Rom. 10: 13). Ahora bien, necesitamos tener claro y creer firmemente que el autor y consumador de nuestra salvación es Jesucristo, pues: ”...en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos.” (Hechos 4: 12).

Si tan fácil y sencillo es salvarse, ¿por qué parece que no abundan demasiado los creyentes, y los testimonios de conversión, y por el contrario aumenta la incredulidad y la maldad de muchos? Porque el ser humano, no reconoce su maldad natural, ni por tanto, su culpabilidad. Así pues, no necesita un Salvador, un Abogado que no sólo le defienda en el juicio ante el tribunal de Dios, sino que también se ofrezca en sustitución por el pecador. ¿Hay o ha habido alguien en este mundo sin pecado? ¿Alguien que no necesite ser salvado porque es justo y sin pecado ante los ojos de Dios? La Biblia dice claramente que: “(10)...No hay justo, ni aun uno; (11) No hay quien entienda, No hay quien busque a Dios. (12) Todos se desviaron, a una se hicieron inútiles; No hay quien haga lo bueno, no hay ni siquiera uno.” (Rom. 3:10-12)

Si somos sinceros con nosotros mismos reconoceremos que nuestra naturaleza es egoísta, que nuestras buenas obras siempre obedecen a una motivación egoísta. Hacemos o damos algo para obtener algún beneficio, aunque sea simplemente una satisfacción personal. La ley de Dios, que consiste en amar a Dios con todo nuestro corazón, y con toda nuestra alma, y con todas nuestras fuerzas; y al prójimo como a nosotros mismos (Lucas 10: 27, Mateo 22:36-40), no somos capaces de cumplirla, por el contrario la transgredimos continuamente. ¿Es esto una realidad, aun para el más santo de los mortales? Nuestra experiencia nos confirma que es así, y también la Biblia en la primera epístola de Juan (1ª Juan 1:8): “Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros.”

Cuando comprendemos que humanamente, es decir, en nuestra carne mortal, somos esclavos del pecado (Rom. 6: 16-22), y estamos condenados a muerte, “porque la paga del pecado es muerte, mas la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro” (Rom. 6:23), y como San Pablo, nos damos cuenta que “...(19) no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso hago. [...] (21) Así que, queriendo yo hacer el bien hallo esta ley: que el mal está en mí. (22) porque según el hombre interior, me deleito en la ley de Dios; (23) pero veo otra ley en mis miembros, que se rebela contra mi mente, y que me lleva cautivo a la ley del pecado que está en mis miembros. (24) ¡Miserable de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte? (25) Gracias doy a Dios, por Jesucristo Señor nuestro...” (Rom. 7:19-25), entonces es el momento de que humildemente acudamos a Jesús en busca de consuelo para nuestra alma, y confiemos plenamente en que Él suplirá nuestras debilidades, nos dará su justicia, que cubre todos nuestros pecados, y nos capacita para hacer la voluntad de Dios.

¿Qué significa recibir su justicia? Es aceptar por fe que se nos declara justos y se nos absuelve, por tanto, de la condenación de la ley y de la condena de muerte que pesaba sobre nosotros por nuestro pecado, y por el pecado original de nuestros primeros padres que todos heredamos, y que se nos imputa a nosotros, por cuanto ellos fueron los representantes legales de la humanidad, y decidieron libremente, desobedecer a Dios e independizarse de Él, acarreando sobre toda la humanidad la sentencia de muerte: “(12) Por tanto, como el pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron. (18) Así que, como por la transgresión de uno vino la condenación a todos los hombres, de la misma manera por la justicia de uno vino a todos los hombres la justificación de vida (19) Porque así como por la desobediencia de un hombre los muchos fueron constituidos pecadores, así también por la obediencia de uno, los muchos serán constituidos justos (Rom. 5:12, 18,19).

Esto quiere decir, que del mismo modo que se nos imputó el pecado de Adán y Eva, ahora, al volver a Dios, aceptando la redención en Cristo Jesús, se nos imputa su justicia y su vida de perfecta obediencia, por lo que, ante de Dios, somos considerados por Él, como justos y perfectos en base sólo a los méritos de Cristo, y de que Él pagó la deuda de nuestro pecado. Por tanto, ya nunca más debemos atormentarnos por nuestra imperfección, condición pecaminosa, debilidad de la carne, etc., y pecados que podamos cometer puntualmente, pues cuando se nos justifica, se nos justifica para la eternidad, y de una vez para siempre. La justificación no es algo interno que Dios produce en nosotros para restaurarnos, no es un cambio en nuestra naturaleza, sino externo que sólo cambia nuestra condición de condenados a absueltos, de enemigos de Dios a reconciliados con Él. Así pues somos “(24) ...justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús, (Rom. 3:24).

¿Cuáles son los resultados de la justificación?: “Justificados, pues por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo;” (Rom. 5:1). Ser justificados por Cristo ante Dios, también significa que se nos perdonan todos los pecados pasados, presentes y futuros. Pero Cristo, habiendo ofrecido una vez para siempre un solo sacrificio por los pecados, se ha sentado a la diestra de Dios... Porque con una sola ofrenda hizo perfectos para siempre a los santificados... pues donde hay remisión de éstos, no hay mas ofrenda por el pecado”. Hebreos 10: 12, 14, 18. Esto implica que el sacrificio de Cristo imputado a nuestra vida nos declara perfectos y sin pecado, por tanto, desde ese instante, se nos concede la vida eterna, y se nos da el título de hijos de Dios. (Juan 1:12. 1ª Juan 3:1,2)

¿Qué significa, pues, que la justificación nos es imputada? Significa, como ya dijimos arriba, que los méritos de Cristo son puestos a nuestra cuenta, el sacrificio perfecto de Cristo cubre totalmente nuestra imperfección, y Dios ya no considera más nuestra condición pecaminosa. “(1) Ahora pues ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús..” (Rom. 8:1). Es un regalo de la gracia de Dios, por tanto, inmerecido por nosotros: “Concluimos, pues, que el hombre es justificado por fe sin las obras de la ley.” (Rom. 3:28.), y “(8) Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; (9) no por obras, para que nadie se envanezca.” (Efesios 2:8,9).

No debemos confundir la justificación, que es un acto judicial de Dios por el que se nos declara justos al aceptar el sacrificio expiatorio de Cristo en nuestra vida, con la regeneración o nuevo nacimiento y la santificación. La justificación es un acto instantáneo de Dios en nuestra vida. Una declaración de absolución y de inocencia. No podemos estar un poco justificados o medio justificados. O lo estamos totalmente o no lo estamos. Sin embargo, la regeneración o nuevo nacimiento es interno, también instantáneo, porque el nacimiento espiritual en Cristo es un acto del Espíritu Santo por el cual se nos convierte, se nos cambia, pues internamente, recreando nuestra antigua naturaleza y orientándola hacia Dios. Luego, tampoco se nace un poco o a medias. Por el contrario, la santificación es la acción de restauración interna que realiza Dios en el corazón humano, lenta y progresivamente, que se extiende durante toda la vida del creyente, y que nos prepara para el cielo.

Cuando se entiende, pues, correctamente la justificación, cesa en nosotros toda ansiedad e inquietud, por si, debido a nuestra debilidad de la carne, cometemos acciones que nos hicieran pensar que podemos caer de la gracia y perder la vida eterna. Ello no puede suceder, pues no debemos dudar de las promesas de la palabra de Dios que nos asegura que nada ni nadie nos podrá separa del amor de Cristo. (Medítese Rom. 8:28-39). El evangelio, que son las buenas nuevas de salvación para la doliente humanidad, cuando se acepta y se comprende adecuadamente, confiando plenamente en Dios, nunca puede causarnos desasosiego, inseguridad, incertidumbre, y mucho menos sufrimiento al pensar que podemos perdernos, sino, por el contrario, gozaremos de una gran paz espiritual y mental.

Resumiendo. Los pasos de la salvación y vida cristiana son: Dios nos llama, externamente, a través de su Palabra y la predicación del evangelio, e internamente, por el Espíritu Santo, que nos convence de pecado, es decir, nos hace conscientes de nuestra condición de pecadores, de que por nosotros mismos nada podemos hacer, nos da el arrepentimiento, y produce una transformación inicial en nuestra vida, la cual se llama Nuevo Nacimiento, regeneración o conversión (Juan 3:5: “Respondió Jesús: De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios”).

En ese instante, la fe que hemos recibido nos capacita para acudir a Cristo despojados de nosotros mismos, y apropiarnos de su justicia, es decir, al creer firmemente en Cristo y sus promesas, quedamos libres de la culpa y del castigo y condenación del pecado, y obtenemos paz para con Dios y la seguridad de la salvación, a lo cual llamamos justificación. Los creyentes verdaderos jamás serán condenados, es decir, no pueden perder la salvación, porque la misma, no está basada en su propia justicia sino en la de Cristo.

Entonces, ¿Qué sucede cuando los creyentes pecan? La justificación no se pierde nunca, por los motivos indicados arriba. Lo que perdemos, cuando pecamos, es la comunión con Dios. Aunque los pecados que realicemos en el vivir cotidiano no nos pueden condenar, si no los confesamos y nos arrepentimos, acarrearán sobre nosotros la disciplina de Dios, como la de un Padre hacia sus hijos (Heb. 12: 5-8 y 10-11: “y habéis ya olvidado la exhortación que como a hijos se os dirige, diciendo: Hijo mío, no menosprecies la disciplina del Señor, Ni desmayes cuando eres reprendido por él; (6) Porque el Señor al que ama, disciplina, Y azota a todo el que recibe por hijo. (7) Si soportáis la disciplina, Dios os trata como hijos; porque ¿qué hijo es aquel a quien el padre no disciplina? (8) Pero si os deja sin disciplina, de la cual todos han sido participantes, entonces sois bastardos, y no hijos. (10) Y aquellos, ciertamente por pocos días nos disciplinaban como a ellos les parecía, pero éste para lo que nos es provechoso, para que participemos de su santidad. (11) Es verdad que ninguna disciplina al presente parece ser causa de gozo, sino de tristeza; pero después da fruto apacible de justicia a los que en ella han sido ejercitados.”

Por tanto, cuando pequemos debemos confesar nuestro pecado y pedir perdón a Dios, y tratar de reparar el posible daño que hayamos podido hacer al prójimo. Puesto que el amor y perdón de Dios, que hemos alcanzado en la justificación al arrepentirnos y creer en Cristo, son inmutables, nunca los perderemos. Este perdón legal o judicial a diferencia del perdón paternal, una vez recibido, es inmutable y eterno, cubre todos los pecados pasados, presentes y futuros, y nunca necesitamos pedirlo otra vez.

A partir de ese momento, empieza la santificación del cristiano, como algo progresivo y paulatino, y en diferentas etapas, por la acción del Espíritu Santo, y la colaboración de nuestra voluntad, con la voluntad de Dios. Este proceso que se procura toda la vida, no se alcanza completamente hasta la glorificación, donde seremos librados para siempre de todo vestigio y efecto del pecado.

De aquí resulta evidente la importancia que para la humanidad tiene la doctrina de la justificación, que redescubrió Lutero en el siglo XVI. La iglesia Católica Romana que entonces se opuso frontalmente a esta doctrina y a Lutero, condenándola como una herejía, y condenando a Lutero a la pena de muerte, recientemente (31-10-1999), ha realizado una declaración conjunta con la Iglesia Luterana, un acuerdo sobre la doctrina de la justificación. En base a este consenso sobre los postulados fundamentales de la doctrina de la Justificación ya no tienen aplicación las condenas que el Concilio de Trento hizo a la Comunidad Luterana, ni las de ésta a la Iglesia Católica.

***

BREVE COMENTARIO SOBRE EL ACUERDO CATÓLICO-LUTERANO SOBRE LA JUSTIFICACIÓN.

Aparentemente se ha llegado al consenso de que la justificación se produce por fe y no por obras:

«Juntos confesamos: Solo por gracia mediante la fe en Cristo y su obra salvífica y no por algún mérito nuestro, somos aceptados por Dios y recibimos el Espíritu Santo que renueva nuestros corazones, capacitándonos y llamándonos a buenas obras» (DJ 15).

“19. Juntos confesamos que en lo que atañe a su salvación, el ser humano depende enteramente de la gracia redentora de Dios. La libertad de la cual dispone respecto a las personas y las cosas de este mundo no es tal respecto a la salvación porque por ser pecador depende del juicio de Dios y es incapaz de volverse hacia él en busca de redención, de merecer su justificación ante Dios o de acceder a la salvación por sus propios medios. La justificación es obra de la sola gracia de Dios. Puesto que católicos y luteranos lo confesamos juntos... ”

Ante ésta y otras declaraciones consensuadas, cabe preguntarnos si realmente ha habido algún cambio en la Iglesia Católica desde Lutero hasta hoy en día. Para ello puede bastar leer su Catecismo. En mi opinión, en la Iglesia Católica cabe todo, una doctrina y su opuesta, tal es el grado de confusión y adulteración de la pura doctrina evangélica. Desde la salvación por la sola fe, hasta la salvación por fe más las obras. Basta, simplemente, ver como es capaz de conjugar o compatibilizar doctrinas tan opuestas e incompatibles como dar a la vez culto a Cristo y a la Virgen María, hasta el extremo de exaltarla a esta última, a una posición de igualdad con Cristo en el trono de Dios. Y a los santos. Y que diremos de la doctrina del purgatorio donde las almas desencarnadas permanecen purificándose de sus pecados en un estado intermedio entre el cielo y el infierno, a las cuales se les puede facilitar o acortar su salida del mismo por medio de oraciones y misas, etc. etc.

¿Qué ha cambiado en la Iglesia Católica desde la Reforma? Creo que pocas cosas. Lutero se horrorizó cuando el Papa en 1517 proclamó las famosas indulgencias. No pudo ser más escandaloso cuando, por el afán recaudatorio, el monje dominico Tetzel sostuvo que en cuanto cayese la moneda en la alcancía, el alma era librada del purgatorio. ¿Acaso, hoy en día, no se realizan multitud de misas para aliviar las almas del purgatorio? Por tanto, no me extraña que pueda poner en un papel doctrinas que en teoría se ajustan a la Biblia, pero que en realidad todo el sistema Católico las contradice. ¿Cómo se puede seguir practicando la confesión de pecados auricular por medio de un sacerdote como un medio de penitencia y perdón de pecados? Lo cual es contrario totalmente al evangelio, y a la idea de la justificación por la fe.

simul justus et peccator

(A la vez justo y pecador)

“Católicos y Luteranos juntos pueden comprender al cristiano como simul justus et peccator, a pesar de sus diferentes aproximaciones a este argumento tal como es expresado en DJ 29-30.”

Sin embargo, el Concilio de Trento pronunció enérgicas anatemas contra este concepto. Tampoco el Concilio Vaticano II ha realizado modificaciones que permitan que la Iglesia Católica haya aceptado este principio.

¿Qué quiso decir Lutero con simul justus et peccator?

Dios, en su misericordia, ama, acepta y perdona al hombre que acoge su palabra. Entonces el hombre se convierte en justo. De este hombre justo, Lutero dice que es a la vez pecador. Pero este pecador que es justo a la vez, no es en ningún caso el pecador que era antes. El pecado ya no domina porque es un pecado dominado. Escuchemos a Lutero:

«Los vicios naturales permanecen tanto antes como después de haber recibido la fe, sólo que ahora están obligados a servir al espíritu que los domina, de forma que ya no reinan, aunque esto no suceda sin lucha». «Los fieles... saben que son carne, por una parte, y espíritu, por otra, pero de tal forma que el espíritu es el que domina y la carne la que está sujeta, es la justicia la que reina y el pecado el que sirve».

Un cristiano es totalmente justo en Cristo, en el sentido de que la justicia de Cristo le es imputada, y es totalmente pecaminoso en sí mismo, por cuanto el pecado original permanece en él, y aun cuando no reina en nuestra vida, afecta cada parte de su ser y contamina todo lo que hace. Por causa de nuestra condición egoísta, todo lo que hacemos está basado en motivos egoístas. Nuestras decisiones y acciones se tienen o llevan a cabo en función de posibles beneficios morales o materiales.

Nunca debemos mezclar los conceptos de justificación y santificación. Por la justificación se nos considera justos, puesto que se trata de la justicia de otro, Jesucristo, que es imputada, y que hacemos nuestra por la fe. Mientras que por la santificación se nos hace justos progresivamente a lo largo de nuestra vida. La justicia de la santificación es la nuestra propia, impartida, inherente e influida en nosotros por el Espíritu Santo, pero mezclada con debilidad e imperfección. En la justificación no hay lugar para nuestras obras. Pero es en la santificación donde nuestras buenas obras toman valor. Por eso es necesario que luchemos, oremos, esforcemos y trabajemos para santificarnos día a día, pues aunque ya tenemos el derecho al cielo por la justificación, necesitamos prepararnos para el mismo y poder gozar del cielo. Según Efesios 2:10 fuimos “...creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas.” Las obras son pues una consecuencia de nuestra fe en Dios, y obedecen a la voluntad de Dios, y nunca son meritorias para alcanzar la gracia o la salvación.

¿Qué concepto tiene la Iglesia Católica acerca de la justificación en relación con el pensamiento clave de Lutero de “Simul Justus et peccator”?.

La Iglesia Católica enseña que el pecador gana el perdón de sus pecados en la medida en que se santifica. Se trata de una falsa justificación llamada infusa porque Dios infunde gracia en el corazón del hombre de modo que le capacita para hacer buenas obras, las cuales son meritorias para la salvación del pecador. Esto significa que las buenas obras del creyente cumplen un objetivo redentor o salvador en el cristiano. Es decir, el creyente es justificado delante de Dios por medio de una limpieza gradual del alma del pecador.

Los Católicos atribuyen al bautismo y a otros sacramentos poderes purificadores o redentores del pecado. Mantienen que la gracia impartida por Jesucristo en el bautismo lava de todo aquello que es pecado “propiamente dicho” y que es pasible de “condenación”.

Así pues son evidentes y abismales las diferencias que existen entre el concepto Católico Romano y el concepto Evangélico-Protestante, por lo que no podemos comprender lo que se está pretendiendo en este acuerdo Católico-Luterano. “Para los protestantes, justificar significa solamente pronunciar formalmente o declarar legalmente justo. Para los Católicos, justificar es hacer intrínsicamente justo y santo. El papismo incluye con la justificación la renovación de la naturaleza moral del hombre o la liberación de la corrupción, se confunde la justificación con la regeneración y la santificación.” (Pink)

A fin de resumir y clarificar presentamos las diferencias citadas en forma de cuadro (Obtenido del libro “Declarados Justos” del autor Walter Vega):

JUSTIFICACIÓN INFUSA

JUSTIFICACIÓN IMPUTADA

Interna: Es un cambio en el corazón del creyente.

Externa: Es un cambio en el corazón de Dios. *

Progresiva: Es de poco a poco, nunca terminas de justificarte.

Instantánea: Es de una vez y para siempre. Una vez justificado siempre justificado. justificado.

Fe y obras: Son los medios por los cuales te justificas.

Solo la fe en Cristo: Es lo único que te justifica

Recreativa: Es una transformación interior, una renovación.

Declarativa: Es una sentencia que emite tu perdón. Una resolución.

Se puede perder: La justificación puede perderse porque depende de las obras del creyente.

No se pierde: La justificación no se puede perder porque depende de la obra de Cristo en la Cruz.

* [En mi opinión, no es que Dios cambie, Dios es inmutable (Mal. 3:6, Sant. 1:17), es un cambio de situación o de posición del pecador ante de Dios, de estar condenado a estar justificado. El pecador estaba separado de Dios, era enemigo de Dios, y cuando es justificado es reconciliado con Dios y hecho amigo e hijo de Dios. Es la obra de Dios, realizada en el tiempo, es decir, en la historia del mundo, correspondiente a sus designios eternos. Puesto que, desde antes de la fundación del mundo, desde la eternidad ha existido en Dios el Plan de Salvación, el sacrificio de Cristo, y todos los que serían salvos por medio de él (véase Ro. 8:28-30: “... Y a los que llamó, a éstos también justificó...”]

Doy gracias a Dios, que mediante este estudio, me ha aclarado algunas ideas confusas que todavía tenía sobre la Justificación, el Nuevo Nacimiento y la Santificación, y el orden en que se suceden en el creyente. Espero que también pueda contribuir a una mejor comprensión de la fe para otros creyentes.

Para cualquier comentario escribir a: carlosaracil@coaatalicante.org o Carlos.Aracil@ono.com

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