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martes, 25 de diciembre de 2007


2. Las equivocadas respuestas humanas al sufrimiento


(Ciclo: Dios y nuestro sufrimiento: De Job a C.S. Lewis)


Carlos Aracil Orts


Versión 02-12-07


Mis respuestas bíblicas a las cuestiones planteadas sobre el problema del sufrimiento en las sesiones organizadas por las iglesias Evangélica española, Episcopal Reformada Española y Primera Iglesia Evangélica Bautista.



Introducción.


En la anterior sesión iniciamos este ciclo de ensayos sobre Dios y nuestro sufrimiento: De Job a C.S. Lewis con un comentario-reseña de la película “Tierras de penumbra” proyectada como base de debate del tema propuesto en la primera sesión de reunión general de las tres iglesias participantes.


Mediante este artículo tratamos de responder al cuestionario planteado para la segunda sesión que se celebró en la Iglesia Evangélica Española. Lo que presentamos aquí y en los siguientes artículos, como ya dijimos, es nuestra particular visión y forma de enfrentarse y aproximarse al problema del sufrimiento, apoyándonos en la Biblia, que consideramos es la revelación divina para la humanidad.


1. Lee Job 9:22-24 y Salmo 42. ¿Hasta qué punto nos sentimos solidarios con las preguntas que plantean estos textos?


Job 9:22-24


22 Una cosa resta que yo diga: Al perfecto y al impío él los consume. 23 Si [un] azote mata de repente, se ríe del sufrimiento de los inocentes. 24 La tierra es entregada en manos de los impíos, Y él cubre el rostro de sus jueces. Si no es él, ¿quién es? ¿Dónde está?


Salmo 42


1 Como el ciervo brama por las corrientes de las aguas, Así clama por ti, oh Dios, el alma mía. 2 Mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo; ¿Cuándo vendré, y me presentaré delante de Dios? 3 Fueron mis lágrimas mi pan de día y de noche, Mientras me dicen todos los días: ¿Dónde está tu Dios? 4 Me acuerdo de estas cosas, y derramo mi alma dentro de mí; De cómo yo fui con la multitud, y la conduje hasta la casa de Dios, Entre voces de alegría y de alabanza del pueblo en fiesta. 5 ¿Por qué te abates, oh alma mía, Y te turbas dentro de mí? Espera en Dios; porque aún he de alabarle, Salvación mía y Dios mío.


6 Dios mío, mi alma está abatida en mí; Me acordaré, por tanto, de ti desde la tierra del Jordán, Y de los hermonitas, desde el monte de Mizar. 7 Un abismo llama a otro a la voz de tus cascadas; Todas tus ondas y tus olas han pasado sobre mí. 8 Pero de día mandará Jehová su misericordia, Y de noche su cántico estará conmigo, Y mi oración al Dios de mi vida.


9 Diré a Dios: Roca mía, ¿por qué te has olvidado de mí? ¿Por qué andaré yo enlutado por la opresión del enemigo? 10 Como quien hiere mis huesos, mis enemigos me afrentan, Diciéndome cada día: ¿Dónde está tu Dios?


11 ¿Por qué te abates, oh alma mía, Y por qué te turbas dentro de mí? Espera en Dios; porque aún he de alabarle, Salvación mía y Dios mío.


Como habitantes de este planeta y de esta creación que “gime a una” (Romanos 8:22) y como sufrientes o sufridores que somos, no podemos sino sentir solidaridad con las preguntas que se hace Job y el salmista. Job, que cree en la Providencia universal, responsabiliza a Dios de que exista el mal, la enfermedad y la injusticia, y, por tanto, el sufrimiento, preguntándose que sino es Dios el causante o, al menos, el que lo permite ¿quién es? ¿Dónde está? .


Por otro lado, no estamos de acuerdo con las afirmaciones que Job hace si se refieren a Dios. Ellas se ajustan o adaptan perfectamente para el enemigo de Dios: Satanás. El diablo “ha sido homicida desde el principio,... y padre de mentira” (Juan 8:44).


También nos identificamos con el salmista, pues a lo largo de esta vida se experimentan situaciones difíciles en las que uno piensa que Dios se ha olvidado de nosotros o que no nos escucha, y en muchas ocasiones, podemos sentirnos abatidos ante una falta de repuestas, y ante la burla ¿Dónde está tu Dios? o la indiferencia de los demás.


No obstante, nuestra esperanza, como el mismo salmo expresa, debe anclarse en Dios, nuestra Roca y nuestra salvación. “Pero nosotros esperamos, según sus promesas, cielos nuevos y tierra nueva, en los cuales mora la justicia” (2ª Pedro 3:13). Como Pablo, debemos creer firmemente “que las aflicciones del tiempo presente no son comparables con la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse.” (Romanos 8: 18; Véase también Apoc. 21:1-4. )


2. ¿Hay siempre un culpable último del sufrimiento humano? No pensemos en desgracias “naturales” o en grandes cataclismos (terremotos, hura­canes, sequías, guerras...) y pensemos en la catástrofe que para una familia puede significar el nacimiento de un niño con graves anomalías genéticas, o la muerte inesperada de una madre joven o la pérdida de un empleo...


En mi opinión, el culpable último del sufrimiento humano es el pecado original cometido por Adán y Eva. Él es la causa de la separación y disolución de la comunión original con Dios: la muerte espiritual, el inicio de la depravación de la naturaleza humana, la muerte física, y la alteración de todo el planeta. (Ver Génesis 3, y especialmente 3:6, 7, 16, 17, 18, 19; Romanos 5:12,14, 18).


Como consecuencia del pecado original, el ser humano nace con tendencia o inclinación hacia lo malo, y cuando tiene uso de razón peca ineludiblemente (Romanos 5:10, 23), y ello acarrea más sufrimiento. Por tanto, en algunas ocasiones, padecemos el castigo justo por nuestras malas acciones o decisiones equivocadas, pero en otras nuestro sufrimiento es causado por el pecado de los demás. También heredamos de nuestros padres las consecuencias de sus pecados, pues así lo atestiguan los siguientes textos:


Éxodo 20:5; Deut. 5:9


9 No te inclinarás a ellas ni las servirás; porque yo soy Jehová tu Dios, fuerte, celoso, que visito la maldad de los padres sobre los hijos hasta la tercera y cuarta generación de los que me aborrecen.”


Números 14:18


18 Jehová, tardo para la ira y grande en misericordia, que perdona la iniquidad y la rebelión, aunque de ningún modo tendrá por inocente al culpable; que visita la maldad de los padres sobre los hijos hasta los terceros y hasta los cuartos.” (Véase también Jeremías 32:18)


3. ¿Quién es el culpable?

a. ¿Nosotros mismos?

b. ¿Dios?

c. ¿La suerte, el destino, la fatalidad?


En ningún caso podemos considerar a Dios como culpable, puesto que Él no es el Autor del pecado. “...El pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte...” (Romanos 5:12). El hombre, que fue creado perfecto, eligió libremente separarse de su Creador. Solo él, pues, es culpable.


Ahora bien, una vez aceptada nuestra responsabilidad, debemos decir que no siempre somos nosotros mismos los culpables de nuestro sufrimiento. El pecado y maldad del mundo en que vivimos no puede dejar de afectarnos de muchas maneras, y directa o indirectamente. Algunas veces sufrimos las consecuencias de la herencia o de la influencia del entorno, etc.


En muchísimas ocasiones nos será difícil sino imposible el determinar las causas de nuestra enfermedad, dolor o sufrimiento. Jesús mismo afirmó lo siguiente:


Juan 9:1-3

1 Al pasar Jesús, vio a un hombre ciego de nacimiento. 2 Y le preguntaron sus discípulos, diciendo: Rabí, ¿quién pecó, éste o sus padres, para que haya nacido ciego? 3 Respondió Jesús: No es que pecó éste, ni sus padres, sino para que las obras de Dios se manifiesten en él.


Jesús no explicó por qué este hombre había nacido ciego. Se podrían citar varias causas, desde que su malformación fuese producto de una inadecuada conducta de la madre o del padre, de un accidente durante el ciclo de gestación, etc. hasta que fuese, simplemente, consecuencia de vivir en un mundo en el que el pecado ha ido, a través de muchas generaciones y circunstancias, debilitando y erosionando la raza. Jesús se limitó a decir que el hecho de su enfermedad y sufrimiento redundaría en gloria de Dios por la manifestación milagrosa de su poder sanador. Como resultado de su enfermedad las obras de Dios fueron manifiestas en el ciego, pues fue sanado y quitado el sufrimiento que le había ocasionado su ceguera de nacimiento. En este caso la preposición “para” no expresa propósito como es usual sino que da idea de resultado, es decir, como consecuencia de su ceguera se manifestó la misericordia de Dios milagrosamente.


En el siguiente texto de Lucas 13:1-5, Jesús nos enseña a no pensar o juzgar que determinado accidente o sufrimiento sea siempre y necesariamente un castigo divino por nuestro pecado.


Lucas 13:1-5


1 En este mismo tiempo estaban allí algunos que le contaban acerca de los galileos cuya sangre Pilato había mezclado con los sacrificios de ellos. 2 Respondiendo Jesús, les dijo: ¿Pensáis que estos galileos, porque padecieron tales cosas, eran más pecadores que todos los galileos? 3 Os digo: No; antes si no os arrepentís, todos pereceréis igualmente. 4 O aquellos dieciocho sobre los cuales cayó la torre en Siloé, y los mató, ¿pensáis que eran más culpables que todos los hombres que habitan en Jerusalén? 5 Os digo: No; antes si no os arrepentís, todos pereceréis igualmente.”


También, a veces Dios permite el sufrimiento para purificarnos y madurarnos. Otras veces es Dios mismo el que castiga nuestra maldad o pecado: Isaías 13:11: “Y castigaré al mundo por su maldad, y a los impíos por su iniquidad; y haré que cese la arrogancia de los soberbios, y abatiré la altivez de los fuertes” ( Véase también Amos 3:2; Jer. 2:19; 16:18; 23:2; 25:12; 31:30; 32:18)


Dios, al igual que un Padre amante, a veces nos disciplina para nuestro bien como dice la carta a los Hebreos 12: 6 “Porque el Señor al que ama, disciplina,” , pero me gustaría que leyésemos este versículo en su contexto porque es muy interesante. Nos hace tomar conciencia de nuestra condición de hijos de Dios, y de que todavía no hemos resistido hasta la sangre, combatiendo contra el pecado. Creo que fue C.S. Lewis el que dijo algo así como que sólo al enfrentarnos con el final de nuestra vida es cuando conocemos si nuestra fe es auténtica o no.


Hebreos 12: 1-15:


1 Por tanto, nosotros también, teniendo en derredor nuestro tan grande nube de testigos, despojémonos de todo peso y del pecado que nos asedia, y corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante, 2 puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe, el cual por el gozo puesto delante de él sufrió la cruz, menospreciando el oprobio, y se sentó a la diestra del trono de Dios.


3 Considerad a aquel que sufrió tal contradicción de pecadores contra sí mismo, para que vuestro ánimo no se canse hasta desmayar. 4 Porque aún no habéis resistido hasta la sangre, combatiendo contra el pecado; 5 y habéis ya olvidado la exhortación que como a hijos se os dirige, diciendo:


Hijo mío, no menosprecies la disciplina del Señor,

Ni desmayes cuando eres reprendido por él;

6 Porque el Señor al que ama, disciplina,

Y azota a todo el que recibe por hijo.


7 Si soportáis la disciplina, Dios os trata como a hijos; porque ¿qué hijo es aquel a quien el padre no disciplina? 8 Pero si se os deja sin disciplina, de la cual todos han sido participantes, entonces sois bastardos, y no hijos. 9 Por otra parte, tuvimos a nuestros padres terrenales que nos disciplinaban, y los venerábamos. ¿Por qué no obedeceremos mucho mejor al Padre de los espíritus, y viviremos? 10 Y aquéllos, ciertamente por pocos días nos disciplinaban como a ellos les parecía, pero éste para lo que nos es provechoso, para que participemos de su santidad. 11 Es verdad que ninguna disciplina al presente parece ser causa de gozo, sino de tristeza; pero después da fruto apacible de justicia a los que en ella han sido ejercitados.


Por último, en mi opinión nada de lo que nos ocurre, en ningún caso, es fruto de la suerte, la fatalidad o el destino, siempre obedece a alguna causa. Dios, desde la eternidad, ha previsto y provisto para que el Plan de salvación para este mundo se lleve a cabo, y que todo creyente auténtico en Cristo sea salvo.


4. Aceptar el sufrimiento ¿es sinónimo de falta de esperanza, de derrota, de falta de fe?


Al contrario. La única forma de enfrentarse con éxito al sufrimiento es mediante la fe (1 P. 4:13, Sant. 5:11, Mat. 5:4,10; Heb. 12:3-11), y con la esperanza, que proviene de la fe, en la gloria venidera (Rom. 8:18: “que las aflicciones del tiempo presente no son comparables con la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse.”).


5. ¿Puede el sufrimiento “matar” la fe del creyente? Si Dios es el causante de nuestro sufrimiento ¿qué podemos decir de su Justicia?


Sin duda, el sufrimiento puede socavar la fe del creyente, pero también puede aumentarla y hacerle madurar. Ello dependerá de su grado de entrega y relación que tenga con Dios, y de su convicción y entendimiento de la voluntad de Dios revelada en la Biblia.


28 Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados.” (Romanos 8:28).


Dios se ha revelado en su Santa Palabra como infinitamente bondadoso, misericordioso, justo y sabio, que conoce el fin desde el principio. En los postreros días Él nos reveló su infinito amor entregando a su amado Hijo por nosotros Heb. 1:1; Juan 3:16. El sufrimiento no es causado por Dios, y al parecer es necesario soportarlo con fe y paciencia para madurar, pues hasta Cristo por lo que padeció aprendió la obediencia. Heb. 4:8-10.


6. Comenta la frase de C. S. Lewis en su libro “Una pena en observación”


No es que yo corra demasiado peligro de dejar de creer en Dios, o por lo menos no me lo parece. El verdadero peligro está en empezar a pensar tan horriblemente mal de Él. La conclusión a que temo llegar no es la de: “Así que no hay Dios, a fin de cuentas”, sino la de: “De manera que así es como era Dios en realidad. No te sigas engañando”.


No comparto la reflexión que expresa en esta frase C. S. Lewis. La infinita bondad de Dios no es cuestionable. ¿Cómo podríamos poner en entredicho el infinito amor y perfección de su carácter? Cualquiera insignificante duda que tengamos al respecto implicaría que estaríamos creyendo y fundamentándonos en un Dios falso, que no sería Dios, y por tanto no existiría. Llegar a esa conclusión significaría convertirse en ateo, o solidarizarse con los ateos en sus cuestionamientos incrédulos, además de la pérdida de confianza y esperanza en Él que obtendríamos.


¿Qué interés mostraríamos en asemejarnos a Él, en recuperar en nosotros la imagen de Dios que perdimos en Edén? ¿Cómo podemos dudar del amor de Dios en Cristo Jesús?


Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna.” (Juan 3:16).


El mundo caído en el que vivimos es horrible por causa de la maldad y degradación de los seres humanos, y por el sufrimiento, originado por la pobreza, la enfermedad, la violencia de todo tipo, la injusticia y al final, la muerte. Aunque los cristianos no estamos inmunizados para todo ello, vivimos en la esperanza del cumplimiento presente y futuro de las promesas de Dios en nuestras vidas y en el mundo. Caminamos por fe. Sabemos que Dios, en quien hemos depositado nuestra confianza, no nos defraudará, ni seremos avergonzados jamás. Porque Él no puede mentir. Su Palabra es verdad (Juan 17:17).


Por lo cual asimismo padezco esto; pero no me avergüenzo, porque yo sé a quién he creído, y estoy seguro que es poderoso para guardar mí depósito para aquel día.” (2ª Timoteo 1:12)


Pues la Escritura dice: Todo aquel que en él creyere, no será avergonzado.” (Romanos 10:11)


El cristiano debe vivir creyendo firmemente que todo lo que la Palabra de Dios dice se cumplirá en él. Como cristianos de fe viva creemos que ya estamos participando en el reino de los cielos. Éste es el universo prometido en el que debemos desarrollarnos aunque pasemos por momentos de mayor o menor aflicción. Ya sea que suframos o estemos felices nunca debemos olvidar amar y solidarizarnos con el resto de la humanidad doliente. Creemos a Pablo cuando dice que hemos sido trasladados “al reino de su amado Hijo,...”.


Colosenses 1:12-13: “12 con gozo dando gracias al Padre que nos hizo aptos para participar de la herencia de los santos en luz; 13 el cual nos ha librado de la potestad de las tinieblas, y trasladado al reino de su amado Hijo,


Para estudiar y meditar lo que dice Pablo en Colosenses 1:24: cumplo en mi carne lo que falta de las aflicciones de Cristo por su cuerpo, que es la iglesia;”


Colosenses 1:24


24 Ahora me gozo en lo que padezco por vosotros, y cumplo en mi carne lo que falta de las aflicciones de Cristo por su cuerpo, que es la iglesia; 25 de la cual fui hecho ministro, según la administración de Dios que me fue dada para con vosotros, para que anuncie cumplidamente la palabra de Dios, 26 el misterio que había estado oculto desde los siglos y edades, pero que ahora ha sido manifestado a sus santos”


Conclusión.


Existen muchas causas de sufrimiento porque vivimos en un mundo caído, una humanidad que, en general, quiere vivir sin contar con Dios, de espaldas a Él, ignorando su voluntad. Los seres humanos, a través de toda la historia de este planeta han demostrado su egoísmo, depravación y maldad de su naturaleza, puesto que han sembrado la tierra de infinidad de conflictos y guerras que tanto sufrimiento, desolación y dolor han ocasionado.


Mientras vivamos en este mundo tenemos que aprender a convivir con el sufrimiento, la enfermedad y la muerte. Como cristianos debemos desterrar todo tipo de violencia, egoísmo e impureza, y contribuir a la paz viviendo y predicando el evangelio de la paz y de la salvación de nuestro Señor Jesucristo, aprendiendo a ser capaces de solidarizarnos con los que sufren.


Si admitimos que el hombre es culpable de pecado, reconociendo nuestra parte de responsabilidad, asumiremos mejor el sufrimiento que nos toque soportar, y daremos a Dios la honra y gloria que se merece considerando que su gobierno está basado en la justicia, y que Él es infinitamente misericordioso, bondadoso y sabio, y se solidarizó con nosotros viniendo a este planeta a sufrir en la persona de su Hijo Jesucristo pagando el precio de nuestro rescate.


En el siguiente artículo, titulado “3. La adecuada respuesta de Dios”, correspondiente a la tercera sesión de este ciclo (Dios y nuestro sufrimiento: de Job a C.S. Lewis), seguiremos intentando comprender el sentido que puede tener el sufrimiento en nuestras vidas, así como la forma más adecuada para enfrentarnos a él.




Si deseas hacer algún comentario a este estudio, puedes dirigirlo a la siguiente dirección de correo electrónico: carlosorts@gmail.com


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