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martes, 25 de diciembre de 2007

4. Cómo acompañar al doliente


(Dios y nuestro sufrimiento: De Job a C.S. Lewis)


Carlos Aracil Orts


Versión 02-12-07


Mis respuestas bíblicas a las cuestiones planteadas sobre el problema del sufrimiento en las sesiones organizadas por las iglesias Evangélica española, Episcopal Reformada Española y Primera Iglesia Evangélica Bautista.



Introducción.


Anteriormente abordamos “3. La adecuada respuesta de Dios”. Con este último artículo terminamos este ciclo, tratando de aprender a solidarizarnos y ayudar a los que sufren. A ser más capaces de ponernos en su “piel”, es decir, comprenderlos mejor, e intentar ser empáticos.


Es nuestro deseo no cometer los errores de los amigos de Job. Ojalá nadie, al que hemos ido a consolar, nos diga como Job manifestó a sus pretendidos amigos: “(2)..Consoladores molestos sois todos vosotros. (3) ¿Tendrán fin las palabras vacías?” (Job 16:2,3; Véase todo el capítulo 16).

1)¿Qué te sugiere la palabra duelo?


En primer lugar, pienso en un sentimiento de aflicción, desconsuelo y pena. En segundo lugar, puede ser, la manifestación de nuestro sentimiento de solidaridad a la persona o personas que sufren por la muerte de algún pariente o persona que amaban. En tercer lugar, también se identifica con la reunión de asistentes a los diversos actos con motivo de un funeral, en casa del finado, en la casa mortuoria, o en la conducción del cadáver al cementerio.


Nuestra solidaridad con los dolientes no debe limitarse ni circunscribirse a los familiares que han experimentado el fallecimiento de un ser querido, sino que intentaremos consolar también a las personas que sufren porque están o se sienten solas, que tienen falta de cariño, o pasan por una enfermedad depresiva, de las que tanto abundan en nuestra desarrollada sociedad actual. Hay mucha gente que sufre por pérdida de la salud, diversos tipos de enfermedades crónicas, personas con varios grados de minusvalías e incapacidades, etc. etc.

2) ¿Apunta rápidamente cuáles son las frases que más se utilizan en un funeral para consolar a los familiares. Compara después tu lista con los demás del grupo.

Se me ocurren las siguientes:

Le acompaño en el sentimiento”. “Siento su dolor”. “El Señor lo tenga en su gloria”. “Era una buena persona”.

De mis compañeros de grupo destaco algunas de ellas: “Ha dejado de sufrir”. “Era la voluntad de Dios”


Somos conscientes que estas frases son sólo un mero formulismo que más que consolar pretenden cumplir un compromiso social de mostrar nuestra solidaridad a los familiares por la muerte de su ser querido. Dependiendo del momento y del grado de cercanía y amistad con el fallecido y los familiares, nuestra expresión de condolencia deberá ser distinta. A veces, puede ser preferible no decir nada verbalmente, y mostrar nuestro afecto y cariño, mediante, por ejemplo, un abrazo.


3) Comparte en el grupo la situación más difícil en la que has tenido que consolar a alguien. ¿Qué sensaciones tuviste? ¿Cómo reaccionó la persona?

Con sinceridad, aparte de que no recuerdo haberme encontrado con muchos casos en los que se requiriese o fuese imprescindible mi intervención, he de reconocer que hasta ahora no he estado muy capacitado para consolar a nadie. Creo que esta tarea no es nada fácil y requiere una buena preparación psíquica y ciertas cualidades y condiciones personales que no todos poseemos.


Mi querida madre, fue la persona que más veces encontré desconsolada y sufriendo mucho por todo y por todos nosotros. Siempre me sentí desbordado por la tristeza que me producía verla en ese estado, y por la impotencia e incapacidad de ayudarla.


Ahora, estoy convencido que la persona puede consolar, con ciertas probabilidades de éxito, cuando posee unas determinadas condiciones en su personalidad que son las que le permiten o le facilitan hacerlo. Bajo mi punto de vista, lo fundamental es tener en el corazón y en la mente el amor de Dios (Véase Ezequiel 36:26,27, 1ª Corintios 13). Es necesario, pues, tener un corazón sensible al sufrimiento, y ser capaz de expresar amor y comprensión por los que sufren.


Por lo demás, cuanto más hayamos experimentado el sufrimiento propio y el del prójimo más cercano y tengamos un buen equilibrio emocional y madurez, más capaces seremos de aproximarnos al afligido y sufriente para que sea provechoso el esfuerzo y la dedicación al mismo. Puesto que las personas que sufren atraviesan por diversas fases emocionales en distintas etapas de sus vidas, es también necesario que sepamos distinguir en que fase emocional se encuentra la persona a la que tratamos de dar apoyo y ayuda, y que actuemos en consecuencia a ese estado que va cambiando con el tiempo transcurrido desde que se experimenta la desgracia, la enfermedad o la muerte de un ser querido.


4) Menciona varias razones por las cuales crees que somos tan mirados a la hora de quejarnos a Dios por lo que nos está sucediendo.

Es natural que un primer momento y hasta que asimilemos una nueva situación de dolor y sufrimiento que no esperábamos tengamos sentimientos y emociones encontradas, y a veces de rebeldía a Dios. Tanto David en los Salmos como Job expresaron a Dios aquellas cosas que no comprendían, pero siempre con la humildad que corresponde a la finitud de la criatura ante el Creador, y la aceptación a los designios de Dios que proviene de la fe. Podemos atravesar a lo largo de la vida por terribles circunstancias que justificarían esta reacción de queja o de inquirir a Dios ¿Por qué me ha sucedido esto?. Hasta Jesús, cuando pendía de la cruz, en sus últimos instantes, experimentó, añadido a todo su dolor físico, el terrible sufrimiento moral que significó ser separado del Padre al haber cargado sobre sí los pecados de todos nosotros. Él no pudo menos que exclamar: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado? (Mateo 27:46; Marcos 15:34).


Si algún resentimiento o rencor abrigamos contra Dios por el mal que nos haya podido afectar, con oración, y lo más pronto posible debemos rogar a Dios para que nos consuele y nos ayude, primeramente a desterrar todo sentimiento negativo hacia Dios o el prójimo, y en segundo lugar, para que nos dé el oportuno consuelo, confiando siempre en Él que es galardonador de los que le buscan y le aman (Hebreos 11:6; 10:35; Apoc. 22:12; Rom. 8:28).


A continuación, enumero algunas razones que se me ocurren por las que no deberíamos estar resentidos contra Dios, ni permanecer sin la necesaria comunión y relación con Él:

  1. Por que Dios nos ama: “Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros” (Romanos 5:8; véase además Juan 3:16).

  2. Porque Dios es justo, y no es el autor del mal y del pecado, por tanto no es culpable. Nosotros somos culpables y responsables de nuestros actos.

  3. Porque muchas veces recogemos lo que sembramos. Por tanto, somos responsables de lo que nos ocurre. (Gálatas 6:7: “No os engañéis; Dios no puede ser burlado: pues todo lo que el hombre sembrare, eso también segará”; Véase además: Prov. 22:8; Oseas 8:7;10:12; 2ª Cor. 9:6)

  4. Porque el cristianismo nos enseña a asumir y aprender del sufrimiento. De nada sirve quejarse. Hay que enfrentarse al mismo con soluciones y remedios si los hay, en caso contrario hay que aceptar y tratar de ver siempre la parte positiva y pensar que Dios, infinitamente misericordioso y sabio, cuando permite algo, es para nuestro bien, o es lo menos malo que podía ocurrirnos (Romanos 8:28).


5) ¿Por qué crees que nos cuesta tanto solidarizarnos con el dolor ajeno?


Existen muchos motivos y factores que dificultan que seamos solidarios con el dolor ajeno. Algunas causas posibles son las siguientes:


  • Porque aún no hayamos asumido o aceptado nuestro propio dolor y sufrimiento.

  • Porque el enfrentarse con el dolor ajeno, requiere que seamos fuertes, que tengamos resistencia y reservas. Es decir, que el conjunto de emociones positivas experimentadas en la vida de uno dé superávit con respecto al bagaje de sentimientos negativos vividos.

  • Las personas que se han desarrollado y vivido durante largo tiempo en ambientes opresivos de falta de cariño no disponen en su psique de las suficientes reservas emocionales positivas. Esto es, especialmente, notable en la gente que no ha tenido una infancia y adolescencia feliz.

Otras probables razones son:


  • Por nuestro natural egoísmo.

  • Porque aún no hemos experimentado el amor de Dios en nuestros corazones, o no se ha tenido una verdadera conversión del “viejo hombre” o natural y hecho nueva criatura en Cristo Jesús.

  • Por nuestra falta de madurez.

  • Por la dureza de nuestro corazón.

  • Por la falta de amor.

  • Porque no nos afecta directamente.

  • Por no tener la cualidad de la empatía.

  • Por miedo o por ignorancia.


6) La pregunta: ¿Por qué no a mí?, ¿crees que es oportuna o inoportuna? Justifica la respuesta.


En una primera impresión nos parecía que la pregunta debería ser ¿Por qué a mí? Porque uno no suele preguntarse por qué no le ha sucedido tal cosa o no le ha tocado pasar tal enfermedad o desgracia. Sin embargo, lo contrario, si es frecuente.


En mi opinión, plantearse la pregunta de esta forma: ¿Por qué no a mí? No nos va aclarar nada. Pongamos algunos ejemplos. De que sirve preguntarse ¿Por qué no he tenido ningún hijo subnormal o con una malformación o incapacidad física o psíquica? ¿Por qué no he adquirido la enfermedad del SIDA u otra enfermedad terminal? ¿Por qué a mí no se me ha muerto ningún hijo? ¿Por qué no he nacido en otro país subdesarrollado? ¿Por qué no soy de raza blanca y no negra? Etc. etc.


Es como preguntarse ¿Por qué unos se salvan y otros se pierden? ¿Por qué unos creen en Dios y obedecen el evangelio y otros no? ¿Por qué la vida es más agradable o aparentemente fácil para unos que para otros? ¿Por qué no soy rico o guapo o más feliz? ¿Por qué no me he convertido en un indigente?


Creo, por tanto, que la pregunta no suele ser oportuna, no obstante, si nos la hacemos en algún momento de nuestra vida, debe servir para acto seguido mostrar nuestro agradecimiento y alabanza a Dios, y sentimiento de amor y solidaridad con los que les ha tocado peor “suerte”.


Ciertamente, hay muchas circunstancias que no están bajo nuestro control: No elegimos nacer, ni a nuestros padres, ni el país de procedencia, ni nuestra raza, etc. etc. Nacemos, unos ricos y otros pobres, unos fuertes y otros débiles, unos con más inteligencia y otros con menos. Cada persona tiene unos condicionantes distintos, pero Dios que nos conoce perfectamente da a cada uno lo que necesita y las oportunidades para que puedan elegir y determinar sus vidas por si mismos, mientras la mente esté lo suficientemente capacitada para conducirse como es agradable a Dios.


Pienso, que siempre que nos ocurre algo se debe a alguna causa. Por tanto es sabio preguntarse por qué ha podido suceder, para aprender de nuestros errores o de la experiencia de otras personas. Pero si no tenemos respuesta, lo mejor es asumir el hecho doloroso, pidiendo a Dios consuelo y fortaleza.

7) ¿Es cierto que el dolor nos iguala a todos? Justifica la respuesta.


En cierto modo nos iguala, en el sentido que todos sufrimos más o menos a lo largo de la nuestra vida, y nadie se escapa del mismo. Sin embargo, el sufrimiento de cada cual es diferente en cantidad, calidad o intensidad, y no todos son capaces de encajarlo de la misma manera, o de una forma positiva. Lo que más nos iguala es la muerte, pero no todos sufren lo mismo para morirse. A algunos les “cuesta” más morirse, es decir, pasan más tiempo padeciendo hasta que les llega la hora.


8) Si comparamos la sociología del duelo de hace tan sólo 30 años con la actual. ¿En que aspectos crees que hemos mejorado y en cuáles hemos perdido?


Al igual que ha ocurrido con las relaciones humanas, el acompañamiento en los duelos se ha convertido en un mero formulismo carente de cualquier auténtico sentimiento de solidaridad. Algo deshumanizado debido a que la sociedad posmoderna vive de forma más individualista, y dispone de menos tiempo libre.


Me llama la atención como han ido desapareciendo aquellos signos externos que los familiares del fallecido se colocaban en sus vestidos para mostrar, precisamente, su duelo. Recuerdo que los parientes más próximos del fallecido se vestían totalmente de negro, de los pies hasta el cuello, incluso la camisa, sus botones y la corbata. Además era una norma mantenerse sin asistir a fiestas y espectáculos durante mucho tiempo, pues de lo contrario se interpretaba como falta de verdadero dolor por la muerte del pariente. Cuando pasaba cierto tiempo, los vestidos negros, se sustituían por grises o por los habituales, pero dejando aún alguna señal del duelo como, por ejemplo una banda de tela negra en la manga de la chaqueta o camisa, la corbata negra, etc. La muerte parece que se ha frivolizado un tanto.


No creo que sea necesario demostrar nuestro duelo con signos externos como se hacia antiguamente. Tampoco veo preciso dramatizar todavía más el evento de la muerte. En mi opinión, hay que considerar la muerte como lo que es, un hecho natural, cuando se produce en edades avanzadas, cuando se es viejo, o se está muy incapacitado, se tiene una enfermedad terminal, etc,. Otra cosa es cuando la muerte se produce en personas jóvenes o niños, por enfermedades irreversibles, accidentes o acciones violentas, etc. entonces duele más. En cualquier caso es un hecho doloroso para todos los allegados al fallecido, y merecen nuestro respeto y solidaridad todos ellos. El versículo más corto de la Biblia que está en Juan 11:35 se nos dice que “Jesús lloró.” ante el dolor de los familiares de Lázaro al que iba Jesús a resucitar a continuación. Es un síntoma de nuestra “humanidad”, de que tenemos un corazón capaz de compadecerse del dolor y aflicción de los demás. El gran apóstol Pablo nos exhorta a: “Gozaos con los que se gozan; llorad con los que lloran.” (Romanos 12:15).


Los cristianos debemos afrontar el hecho inevitable de la muerte con la esperanza gloriosa y el consuelo de la resurrección de los muertos cuando aparezca Nuestro Señor Jesús para rescatarnos desde el cielo (Juan 3:36; 5:24, 28, 29; 11:23-44;1ª Tesalonicenses 4:13-18; 1ª Corintios 15; en especial 15:51-57).



9) Soy una persona sencilla, sin muchos estudios. ¿Qué consejos me darías para ayudar a una amiga que ha perdido a un hermano joven de un cáncer?


Dependiendo de la fase emocional que esté atravesando esa persona, actuaremos de una forma o de otra. Como norma general, sería importante visitarla y hablar con ella palabras de aliento y ánimo, si la persona a consolar está en condiciones psíquicas adecuadas para ello. En cualquier caso podemos mostrar nuestro cariño y aprecio a esa persona para ayudarla a sobrellevar el sufrimiento.


Nuestra actitud concreta, como ya hemos dicho dependerá de su situación emocional. Puede consistir desde, simplemente, permanecer en silencio con gesto afectuoso y empático, pasando por palabras de consuelo, hasta apoyarla y ayudarla en las tareas que ella, por su aflicción y circunstancias, se vea incapacitada de realizar.


Desde un punto de vista pragmático, reconocemos que cuando una enfermedad no tiene curación, nos incapacita para valernos por nosotros mismos, se sufre mucho, es necesario el uso de muchos medios químicos y físicos para mantener a la persona con vida, y su estado es verdaderamente deplorable, lo mejor sería morirse, pues así deja de sufrir, y los familiares más cercanos también alivian su dolor moral al verla postrada y sufriendo. No obstante, este de alivio que representa la muerte en muchas ocasiones no está en nuestros manos, pues la vida es de Dios. En mi opinión sería partidario, de no mantener la vida con medios artificiales, para que no se prolongue el sufrimiento inútilmente.


Especialmente si la persona es creyente, podría ser adecuado hacer una oración con ella, para pedir consuelo y dirección de Dios. En cualquier caso, puede ser una buena ocasión para hablar de las buenas nuevas de salvación, el evangelio de nuestro Señor Jesús: la maravillosa esperanza cristiana de la resurrección cuando el Señor Jesús venga por segunda vez a este planeta a rescatarnos.


10) Tenemos un caso en la iglesia de una hermana de 75 años que acaba de perder a su marido. No tiene familia. ¿Cómo podríamos ayudarla como iglesia en todo este proceso de duelo? Apunta diferentes cuestiones que sean prácticas, posibles y evaluables.


  • Visitándola en su domicilio frecuentemente, por personas piadosas y comprensivas que se interesen por su estado físico y anímico, y por cualquier cosa que pueda necesitar o echar de menos.

  • Invitándola a pasar un fin de semana en casa de algunos hermanos.

  • Acompañarla para que dé paseos por la ciudad o el campo y que se distraiga como más le guste.

  • Ayudarla en las tareas del hogar.

  • Estudiar la Biblia y orar con ella de forma habitual, etc. etc.



Conclusión


Con el presente artículo concluimos el ciclo de “Dios y nuestro sufrimiento: de Job a C.S. Lewis”. Iniciamos el mismo con una breve reseña de la película “Tierras de Penumbra” con la que aprendimos de la vida del citado famoso escritor cristiano. En primer lugar, de su etapa de conferenciante cuyo tema central era encontrar la razón de ser del sufrimiento, y en segundo lugar, del periodo posterior cuando Lewis conoce a su futura esposa Joy, con la que experimenta, el amor y, también, el sufrimiento por su enfermedad incurable que padeció.


En el segundo artículo descubrimos cuáles eran las equivocadas respuestas humanas al sufrimiento. Al que le siguió “La adecuada respuesta de Dios”.


Este ensayo, de “Cómo acompañar al doliente”, finaliza estas sesiones, que esperamos humildemente hayan aportado algún aspecto positivo a un problema tan difícil y complejo, del que se hace necesario seguir estudiando y meditando, y tratar de experimentarlo con amor, de forma práctica, al tiempo que tratamos de crecer en sabiduría, comprensión y amor, con la ayuda de Dios.


El duelo, que todos atravesamos en algún momento de nuestras vidas, es necesario y debemos afrontarlo con entereza, comprensión, respeto y amor. Para ello, debemos aprender a conocer el estado emocional y la situación de cada persona que sufre, y actuar siempre con sensibilidad, tacto y empatía.


Agradecemos a las Iglesias organizadoras, Evangélica española, Episcopal Reformada española y Primera Iglesia evangélica Bautista, la iniciativa que han tenido, y la oportunidad que nos han dado para afrontar un tema tan importante como el sufrimiento que nos afecta a todos, y que el cristianismo tiene mucho que aportar al mismo.





Si deseas hacer algún comentario a este estudio, puedes dirigirlo a la siguiente dirección de correo electrónico: carlosorts@gmail.com


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